martes, 7 de mayo de 2013

¡El autor, el autor!, de David Lodge


Este libro fue regalo de cumpleaños de una buena amiga, hace ahora un año y unos meses, pero no me puse con él hasta hace dos semanas. Lo curioso es que, cuando llegó a mis manos, yo no había decidido aún que mi próximo empeño literario sería, será, una obra de teatro. Por eso, me sorprendió mucho que el tema principal fuera lo que le sucedió al bueno de Henry James al tomar una decisión similar, aunque en circunstancias bien diferentes a las mías. Es de esos libros que parece que le eligen a uno, y no al revés.

La literatura está llena a rebosar de historias que tienen como protagonista a escritores y yo mismo no me he librado de colaborar. Hace unos años habría calificado el hecho de síntoma de egocentrismo, pero hoy empiezo a pensar que en el fondo está reflejando una realidad estadística: todo el mundo escribe. Por eso, quizás las editoriales comerciales descubran pronto el género del libro para escritores, o aspirantes a, porque me parece un filón.

Valga esta previa, como dicen en el fútbol, para explicar que quizás ¡El autor, el autor!, de David Lodge (Anagrama, 2004), sea el perfecto libro para escritores y por tanto a uno le costaría ser imparcial al referirse a él. Además de contar las desventuras de un escritor, sus renuncias paradójicamente cargadas de egoísmo, sus miedos y cavilaciones, no se refiere a un escritor inventado o un trasunto del propio autor, sino a uno de los más grandes narradores en lengua inglesa del cambio de siglo. Un Henry James ya afincado en Londres e incluso nacionalizado británico (lo que nunca le perdonaron al otro lado del charco) y cuyo éxito inicial había devenido en simple prestigio. Simple, sí,  pero le permitía vivir de encargos periodísticos mientras trabajaba en novelas que, una tras otra, fracasaban económicamente. Harto de ello y a la vista del dinero y la gloria que algunos que consideraba peores literatos que él obtenían en la escena británica, decide probar fortuna en ese nuevo tablero de juego.

Ésa es la columna vertebral narrativa del libro de Lodge, aunque la materia se desarrolle a través de sus  relaciones con las personas que más cerca estuvieron de él. Una, su amigo George Du Marier, Kiki, un famoso ilustrador que, sin pretenderlo, fue autor de uno de los primeros best sellers transoceánicos, Trilby, explotado con toda la parafernalia a la que hoy ya estamos acostumbrados para asombro y envidia del propio James. La forma en que el escritor metaboliza esa envidia está narrada con una gran sutileza. Otra de esas personas fue la escritora Constance Fenimore, lo más cercano a una novia que tuvo el casto James en toda su larga vida. Y una más, su hermana inválida Alice. Esos tres personajes marcan el devenir de la novela en relación con la vida de James.

Pero hay muchos más personajes. Por sus páginas pasa buena parte de los artistas de la Inglaterra tardo victoriana, desde Alma Tadema a George Bernad Shaw y sin olvidar a Oscar Wilde. Sin ser detallista, la narración nos permite hacernos una idea de cómo eran los ambientes intelectuales de esa época, a cuyas puertas llamaban ya los futuros talentos deseosos de tomar el testigo de la generación de James: H.G.Wells, Virginia Wolfe, A. Huxley, D.H. Lawrence... y que pronto serían marcados por la terrible herida de la Gran Guerra.

Entre ellos los hubo que triunfaron en vida y otros cuyo reconocimiento les llegó demasiado tarde. Como le ocurrió al propio James, quien días antes de morir y ya poco consciente, recibió la más alta distinción del Imperio Británico. Y es que el otro asunto de fondo es el éxito literario: sus huidizas claves, la diferencia entre el reconocimiento de la crítica y el éxito popular y las dificultad para que ambos se den juntos.

El autor dedica siete páginas de agradecimientos al final de libro citando las obras leídas, los archivos visitados, la ayuda recibida, etc. Pero también ha tenido el buen gusto de responder una pregunta que inevitablemente se hace todo lector: ¿Cuánto hay de inventado en esta historia? Y resulta ser asombrosamente poco para 500 apretadas páginas.

Parecen muchas, pero se pasan volando, sobre todo si eres escritor o escritora o aspiras a serlo. Porque si es así, te identificarás, te compararás y te meterás de lleno en la vida de ese Henry James a la vez portentoso y patéticamente humano. Y espero que lo suyo con el teatro no sea una premonición.




2 comentarios:

  1. Los que ya somos seguidores de tus novelas, estaremos atentos a ese nuevo empeño que nos anuncias, David.
    Un abrazo. Luis.

    ResponderEliminar
  2. ¡Henry James! La voz de la condena a la obra ajena constante, el hombre que solo adulaba a los críticos y escupía pestes sobre sus contemporáneos escritores, hasta el punto de cargar contra las mujeres que utilizaban nombres masculinos para publicar, y plantear que él utilizaría un nombre femenino para cosechar éxitos. ¡Me encanta! Yo no me la pierdo.

    ResponderEliminar