Luchar contra la pila de libros por leer es un
empeño tan inútil como podar un seto de hiedra: año a año ambas cosas te van
ganando terreno.
En mi último arrebato coincidieron dos autores
españoles y sus dos últimas novelas: Javier Marías con “Los enamoramientos” y
Andrés Trapiello con “Ayer no más”.
No pienso hacer una crítica de dos obras tan
conocidas y menos en esta bitácora habitualmente consagrada a liberar valiosos
pecios literarios, siquiera temporalmente, del limo que los mantiene atrapados
en el olvido. Simplemente quiero haceros partícipes de una reflexión que me
surgió tras leer ambas obras, tan distintas en todo. Y es que lo son en tal
manera que me han hecho pensar en dos tipos de autores, o al menos de
narrativa: aquella que proporciona al lector una profusa descripción de los
sentimientos de sus protagonistas, que se correspondería con “Los
enamoramientos” y aquella que prefiere provocárselos por la vía de los hechos
que acontecen, sin dar más pistas introspectivas, caso de “Ayer no más”.
Pensando en ello me he dado cuenta de que he
preferido siempre la segunda, aunque conozco personas, grandes lectoras, que
son claramente partidarias de la primera. Así que quizás también existan dos
tipos de lectores atendiendo a estas dos formas.
El caso de “Los enamoramientos” está en el
límite de lo que tolero. La prolijidad con que se detiene en la explicación no
sólo de los sentimientos, sino de los más nimios y a veces repetidos
pensamientos de la narradora pusieron a prueba mi paciencia. Y me hizo pensar
por comparación en “Epitafio”, de Paloma González Rubio (editada por LaDiscreta), que despliega con mesura esta forma de narrar en ciento y
pocas páginas, las mismas que debería haber tenido la obra del académico. La anécdota
de la que parte González Rubio es más original aunque menos intrigante que la
de Marías pero el disfrute que me produjo conocer la evolución de los
sentimientos de su protagonista fue mucho mayor que en “Los enamoramientos”,
simplemente por estar en la justa medida.
Por el contrario, en la novela de Trapiello,
narrada en una falsa tercera persona (se descubre al final), los sentimientos
del protagonista están apenas esbozados. Conocemos bien su personalidad, su
trayectoria, pero lo que siente tenemos que proyectarlo sobre él como lectores.
Siempre he preferido esta segunda forma de
narrativa que deja más espacio al lector para que respire. De una cierta forma
es más arriesgada porque no tienes constancia de si lo que estás proponiendo
por la vía del tablero de juego que has ido disponiendo en la trama va a ser
interpretado como tú quieres por el lector. Compensas el miedo incluyendo
algunas frases, algunas metáforas, una referencia musical o meteorológica, pero
dejas que el lector, imbuido en la piel de tu personaje, proyecte en sí mismo sus
sentimientos en un esfuerzo empático. Pienso que, como todo lo que requiere más
esfuerzo, produce mayor compensación.
Y ya que he hablado de música, forzando un
poco la comparación, lo reconozco, pondríamos en un lado una ópera de Verdi,
donde los sentimientos de los protagonistas se explican a cada paso y, en el
otro, una pieza de jazz, en la que no tenemos más pistas que unas notas, a
veces dislocadas, para subirnos al carro de los sentimientos que están queriendo
transmitirnos los intérpretes.
Seguramente no todo es blanco o negro. Blanco
(o rojo) sería Stendhal, negro
sería Chandler (no te pierdas por nada las entradas de Javier Guzmán sobre la
serie negra original y la nórdica en este blog) y entre uno y otro
tenemos todo tipo de graduaciones. ¿Algún ejemplo más?
Totalmente de acuerdo contigo, David, en lo que a Marías se refiere. Es prolijo hasta el hastío: no en vano Umbral lo situaba a la cabeza de los escritores que bautizó como "angloaburridos". Saludos, José Ramón.
ResponderEliminarInteresante tu reflexión, David. Gracias. Y la verdad es que yo nunca me lo había planteado en esos términos. Me refiero a esa división de los autores en función del argumento. A tal respecto, yo prefiero la división de buen argumento o mal argumento. Para mí, un buen argumento es aquel que presenta problemas reales e ideas verdaderas. (Aunque estemos hablando de ciencia ficción.) Y ahí el lector es la piedra de toque. Cuando una historia presenta problemas inconsistentes o ideas peregrinas, se desmorona ante el lector. Da igual que se refiera a sentimientos o acontecimientos. No he leído esta novela de Javier Marías, pero es verdad que en la mayoría “marea la perdiz” y puede acabar con la paciencia del más pintado. Por eso prefiero sus relatos cortos. “Mientras ellas duermen” me pareció un buen libro. Y tampoco he leído “Ayer no más”, de Trapiello. Pero “El buque fantasma” o “Las armas y las letras” me parece que presentaban problemas reales e ideas ciertas. Y “Epitafio”, de Paloma González es otro buen libro.
ResponderEliminarGracias, Luis. En realidad no me refiero al argumento como elemento discriminante, sino a la forma elegida por el autor para hacernos sentir lo que sienten sus personajes. Una consiste en explicarlo de tal forma no te queden dudas, la otra haciéndote vivir su situación para se generen en ti, lector, esos sentimientos. En una el lector recibe todo el trabajo hecho. En la otra tiene que aportar mucho más, introyectarse en los personajes.
ResponderEliminarSí, sí, lo entiendo y estoy de acuerdo. Aunque sea muy simple: novela sicológica versus novela de acción. Lo que yo quiero decir es que a la hora de leer (discriminar, preferir) nunca me lo había planteado de esa manera. En lo que no estoy tan de acuerdo es en que, siendo una novela sicológica, "el lector reciba todo el trabajo hecho". Si es así, para mí es una mala novela. Y, por ejemplo, en "Rojo y negro" en mi opinión al lector le queda mucho trabajo por hacer.
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