Hace
unos meses, en este mismo blog y bajo el título “La partícula divina o de la soledad del afilador”, hablábamos del bosón de Higgs y de la figura de Adolfo
Martínez. Durante estos meses han ocurrido algunas cosas que tienen que ver con
ambos. La primera es que con una nueva y magnífica novela –La casa rural, que será publicada por Ediciones La Discreta
próximamente– se perfecciona
cabalmente el universo literario del escritor manchego. (Del comentario de esta
novela y más del mundo adolfiano nos ocuparemos debidamente en su momento.) Y
la segunda cosa tiene que ver con que hace unos días se ha anunciado, por fin,
el descubrimiento del bosón de Higgs, que completa la denominada teoría
estándar de partículas, explica la materia de la que estamos formados y abre el
camino a nuevos conocimientos y misterios en la física y en la cosmología.
El
nombre “la partícula divina” (the god
particle) se debe a Leon Lederman, físico americano, premio Nobel y
director del Fermilab durante una buena cantidad de años en los que no cejó en
la búsqueda de ese esquivo bosón de Higgs. Harto de esa persecución sin
resultado acabó bautizándola “la puñetera partícula” (the goddamn particle). Y es que, en mi opinión, dentro de la
estética que gobierna la verdad científica o literaria, el humor es
característica esencial. Y tanto Leon Lederman como Adolfo Martínez –cada uno
en su campo, y cada cual en su estilo (neoyorkino, el primero; manchego, el
segundo)– lo prodigan a manos llenas.
Precisamente
a raíz del anuncio del descubrimiento del bosón de Higgs comentábamos algunos
discretos amigos de Adolfo y míos varias anécdotas de Lederman que ponían de
manifiesto ese humor. Dos de ellas las compartimos ahora en esta entrada del
blog.
De
la primera conozco dos versiones: una citada por Lederman en la presentación
del también físico Carlo Rubbia; la otra en una entrevista radiofónica. Aunque
muy parecidas, prefiero esta última. Bien, lo cierto es que una poco avisada
locutora le preguntó seriamente a Lederman cómo había conseguido su puesto de
director del Fermilab. Con igual seriedad, Lederman le respondió que gracias a
un ejercicio teórico-práctico que pasó a explicarle. Había tres habitaciones.
En una le proponían un difícil problema matemático; tenía que resolverlo en
tres minutos. En otra habían metido un enorme gorila hambriento y con una muela
cariada; tenía que extraer la muela en tres minutos. Y en la última había una
prostituta insaciable; tenía que satisfacerla por completo en tres minutos. Él
se metió en la primera habitación y resolvió el problema matemático en un
tiempo récord. Se metió en la del gorila y durante más de dos minutos se
escucharon en la habitación tremendos rugidos y alaridos. Y cuando, sudoroso y
tambaleante, él salió y preguntó: “A ver, dónde está ese gorila”, le dieron el
puesto sin pensárselo dos veces.
La otra anécdota se refiere a un viaje en tren que hacía Lederman. Por
lo que nos dice, cuando se subió al tren, lo hizo al mismo tiempo una monja que
llevaba a su cargo un grupo de locos, que rodearon a Lederman. La monja se puso
a contar a sus locos –uno, dos, tres...– y cuando llegó a Lederman le preguntó,
¿Y usted, quién es? ¿Yo?, respondió, Pues un físico de partículas, premio
Nobel. Ya, contestó la monja, y, señalándole, siguió contando: cuatro, cinco,
seis...
(Como para certificar de nuevo el
principio de causalidad que une todo lo existente y contrariar otra vez la zona
cartesiana de mi cerebro, unos días después de escribir esta entrada, recibí
una llamada telefónica de Adolfo Martínez. Esa misma tarde, en la Fundación Ramón
Areces de Madrid, se iba a dar otra conferencia sobre el recién descubierto
bosón de Higgs. Un compromiso me impedió acompañarle. Pero como crónica o a
través de alguno de sus personajes de ficción, más tarde o más temprano
recibiremos de Adolfo cuenta cumplida de lo que se dijo en esa conferencia.)
Imagen sacada de la página rokambol.com
Buenísima entrada, Luis.
ResponderEliminarEl sentido del humor del señor Lederman demuestra que la genialidad también puede gozar de empatía y no sólo de misantropía.
En sentido contrario, desmitificador en este caso, Ian McEwan dedica su última (creo) novela, "Solar" a un premio Nobel de vida sentimental desastrosa que pretende convertirse en un empresario de las energías alternativas. No es lo mejor del escritor inglés, para mi gusto, pero nada suyo deja de ser bueno.