martes, 31 de julio de 2012

La puñetera partícula


Hace unos meses, en este mismo blog y bajo el título “La partícula divina o de la soledad del afilador”, hablábamos del bosón de Higgs y de la figura de Adolfo Martínez. Durante estos meses han ocurrido algunas cosas que tienen que ver con ambos. La primera es que con una nueva y magnífica novela –La casa rural, que será publicada por Ediciones La Discreta próximamentese perfecciona cabalmente el universo literario del escritor manchego. (Del comentario de esta novela y más del mundo adolfiano nos ocuparemos debidamente en su momento.) Y la segunda cosa tiene que ver con que hace unos días se ha anunciado, por fin, el descubrimiento del bosón de Higgs, que completa la denominada teoría estándar de partículas, explica la materia de la que estamos formados y abre el camino a nuevos conocimientos y misterios en la física y en la cosmología.

El nombre “la partícula divina” (the god particle) se debe a Leon Lederman, físico americano, premio Nobel y director del Fermilab durante una buena cantidad de años en los que no cejó en la búsqueda de ese esquivo bosón de Higgs. Harto de esa persecución sin resultado acabó bautizándola “la puñetera partícula” (the goddamn particle). Y es que, en mi opinión, dentro de la estética que gobierna la verdad científica o literaria, el humor es característica esencial. Y tanto Leon Lederman como Adolfo Martínez –cada uno en su campo, y cada cual en su estilo (neoyorkino, el primero; manchego, el segundo)lo prodigan a manos llenas.

Precisamente a raíz del anuncio del descubrimiento del bosón de Higgs comentábamos algunos discretos amigos de Adolfo y míos varias anécdotas de Lederman que ponían de manifiesto ese humor. Dos de ellas las compartimos ahora en esta entrada del blog.

De la primera conozco dos versiones: una citada por Lederman en la presentación del también físico Carlo Rubbia; la otra en una entrevista radiofónica. Aunque muy parecidas, prefiero esta última. Bien, lo cierto es que una poco avisada locutora le preguntó seriamente a Lederman cómo había conseguido su puesto de director del Fermilab. Con igual seriedad, Lederman le respondió que gracias a un ejercicio teórico-práctico que pasó a explicarle. Había tres habitaciones. En una le proponían un difícil problema matemático; tenía que resolverlo en tres minutos. En otra habían metido un enorme gorila hambriento y con una muela cariada; tenía que extraer la muela en tres minutos. Y en la última había una prostituta insaciable; tenía que satisfacerla por completo en tres minutos. Él se metió en la primera habitación y resolvió el problema matemático en un tiempo récord. Se metió en la del gorila y durante más de dos minutos se escucharon en la habitación tremendos rugidos y alaridos. Y cuando, sudoroso y tambaleante, él salió y preguntó: “A ver, dónde está ese gorila”, le dieron el puesto sin pensárselo dos veces.

La otra anécdota se refiere a un viaje en tren que hacía Lederman. Por lo que nos dice, cuando se subió al tren, lo hizo al mismo tiempo una monja que llevaba a su cargo un grupo de locos, que rodearon a Lederman. La monja se puso a contar a sus locos –uno, dos, tres...– y cuando llegó a Lederman le preguntó, ¿Y usted, quién es? ¿Yo?, respondió, Pues un físico de partículas, premio Nobel. Ya, contestó la monja, y, señalándole, siguió contando: cuatro, cinco, seis...

(Como para certificar de nuevo el principio de causalidad que une todo lo existente y contrariar otra vez la zona cartesiana de mi cerebro, unos días después de escribir esta entrada, recibí una llamada telefónica de Adolfo Martínez. Esa misma tarde, en la Fundación Ramón Areces de Madrid, se iba a dar otra conferencia sobre el recién descubierto bosón de Higgs. Un compromiso me impedió acompañarle. Pero como crónica o a través de alguno de sus personajes de ficción, más tarde o más temprano recibiremos de Adolfo cuenta cumplida de lo que se dijo en esa conferencia.)

Imagen sacada de la página rokambol.com

1 comentario:

  1. Buenísima entrada, Luis.
    El sentido del humor del señor Lederman demuestra que la genialidad también puede gozar de empatía y no sólo de misantropía.
    En sentido contrario, desmitificador en este caso, Ian McEwan dedica su última (creo) novela, "Solar" a un premio Nobel de vida sentimental desastrosa que pretende convertirse en un empresario de las energías alternativas. No es lo mejor del escritor inglés, para mi gusto, pero nada suyo deja de ser bueno.

    ResponderEliminar