viernes, 6 de julio de 2012

Reseñas del lector: Romana Petri, la novela de toda la vida


Podría decirse, con poco margen de error, que Toda la vida, de Romana Petri, no es una novela escrita a la moderna pese que haya sido publicada recientemente, tanto en Italia (Longanesi & Co., 2001) como en España (Destino, 2012). En estos tiempos dominados por las redes sociales, los libros digitales y el correo electrónico, y donde la narrativa moderna tiende a rechazar la clásica historia de amor que trasciende las fronteras, Petri vuelve la mirada y la intencionalidad atrás para entregarnos una novela a la antigua usanza: el hombre joven que se muda a Argentina (o mejor dicho, a la Argentina, con regusto lingüístico a añejo) para hacer las Américas tras la guerra; un único y fogoso beso que sella una vital declaración de intenciones; una carta con recado de matrimonio dos años después; el viaje transatlántico en barco de la novia dispuesta a iniciar una nueva vida…
Pero pongamos nombres a los personajes. Ella, Alcina, una mujer solitaria y áspera que cree comunicarse con los muertos y que se niega una y otra vez la felicidad. Él, Spaltero, un hombre diez años más joven que ella, vigoroso y tremendamente guapo, que pese a la distancia geográfica no olvida el sueño de su niñez, nunca marchito: casarse con Alsina.
Sintetizado así, parecería que tenemos entre las manos una novela romanticona. No lo es: dije una historia de amor a la antigua usanza, no una novela rosa. Petri renuncia a ciertos elementos habituales de la moderna novela (fragmentarismo, elección de personajes anti-heroicos, uso de la analepsis, desprecio del amor como tema dominante, distanciamiento hacia los personajes, el hibridismo de géneros) a favor de esa literatura que podríamos decir, casi robándole el título al libro, “de toda la vida”, sencilla y sincera, pero literatura en cualquier caso. La novela, con todas las diferencias que pretendamos encontrar en esta aseveración, está más cerca de las propuestas de los autores italianos de la posguerra (Pratolini, Moravia, Svevo o Pavese –aparte de poeta, también novelista) que del vanguardismo de la segunda etapa de Italo Calvino, cuando comenzó a dar rienda a su arriesgado juego combinatorio.
Como son pocos los personajes, la autora puede permitirse el lujo de desarrollarlos desde dentro, sin prisas. Toda la vida es, antes que nada, ese retrato de interiores de sus personajes, que conversan sobre sus anhelos y sus frustraciones: Alcina, Spaltero, la Jole, el indómito perro Venceguerra y, por encima de todos –en mi opinión el más interesante del libro– Toni, un escritor agonista e inconsolable que no cree en ningún amor que no venga envuelto con la belleza de una Ava Gardner. En ellos –se diría que incluido el perro– convive la memoria de la II Guerra Mundial, que con el paso de las décadas habrá de dejar paso a otra amenaza: la de la dictadura argentina.
Romana Petri (Roma, 1965) es una autora consagrada en su país, con una trayectoria jalonada por importantes premios literarios, y codirige junto a su marido la editorial Cavallo di Fierro. Mi primer acercamiento a su obra, Toda la vida, es una novela que sabe conjugar la buena literatura con una apuesta narrativa por los valores tradicionales del arte de narrar los sentimientos.

Autor: Francisco Rodríguez Criado
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo. Mi querido Dostoievski es su última novela. 

[Fragmento]
(Doy un breve fragmento de la novela que relata una etapa de la vida de Toni, el escritor, y su hermano Sante. Elijo este fragmento porque describe algunas de las mayores confrontaciones políticas y sexuales de la Italia de la época):

“En Sicilia su hermana se había quedado con sus padres. Una vida tranquila, un buen trabajo en el hospital, un marido también médico, dos hijos. Su hermano Sante se había reunido con él en la Argentina. Los primeros años habían vivido juntos, pero después había pasado algo. Siempre habían sido distintos, muchas noches habían perdido el sueño a causa de sus ideas políticas. Llegaban al amanecer, exhaustos, sin que ninguno de los dos hubiese dado un paso por acercarse al otro.
–No entiendo cómo puedes apoyar a los comunistas –le decía Sante.
–Estudiamos carreras distintas –le contestaba Toni–. El cerebro toma la forma de lo que se aprende. ¿Cómo explicártelo, Sante? Hay cosas que hacen que el cerebro levite, y otras que lo dejan a un nivel más…
–¿Elemental?
–No, más primitivo. Yo he evolucionado, tú no.
–¿Quieres hacerme tragar que una licenciatura en letras vale más que una de ingeniería?
–Desde el punto de vista práctico, diría todo lo contrario. Pero siempre has tenido demasiados números en la cabeza, Sante. Nunca te ha quedado sitio para las palabras. Digamos que tenemos dos inteligencias muy diferentes. La tuya es de tipo convergente y la mía, divergente; si supieras, Sante, cómo diverge siempre.
Después ocurrió aquel episodio en el que Sante se había emborrachado. Había regresado a casa y se había tumbado en el sofá con los ojos abiertos en la penumbra de la sala, iluminada apenas por la luz de una farola de la calle que se filtraba a través de la venta. Toni estaba en la cama, pero despierto, y al oírlo entrar se había levantado.
–¿Te encuentras bien? –le había preguntado.
–Tal como me ves –le había contestado Sante, arrastrando las palabras.
–A veces hace bien beber. Mañana se te habrá pasado todo. ¿Quieres que te haga la cama?
–Vete a la mierda, Toni. Sólo tienes tres años más que yo, no me hagas de mamá.
–¿Qué tienes?
–Nada, he pasado una velada maravillosa. Déjame en paz.
–¿Una muchacha?
–No. Un muchacho.
Y después se había quedado dormido. Al día siguiente empezó la guerra. De aquella historia ni una palabra más. Pero Sante no había olvidado la confesión hecha en la euforia del alcohol, y a partir de entonces Toni pasó a ser su peor enemigo. Tras unas semanas encontró otro alojamiento y se marchó. Volvieron a verse algunas veces, sólo porque Toni lo buscaba, pero los encuentros eran fríos, llenos de silencios. Después, cuando Toni había tratado de volver a sacar el tema para decirle que a él no le importaba nada, que cada cual era libre de seguir lo que le indicaba su naturaleza, Sante había perdido los estribos, se habían abalanzado sobre él, lo había agarrado por el cuello y lo había lanzado contra la pared.
–¡Métete en tus asuntos! –le había gritado–. ¡Me importa un carajo lo que pienses!
Pero como Toni era más fuerte, había conseguido soltarse e inmovilizarlo, y mientras Sante se debatía, tratando de liberarse, lo había estampado contra el suelo y le había dicho:
–Pues debería importarte. Porque entre los fascistas con los que andas no sé cuántos encontrarás dispuestos a aceptar que eres maricón. ¿Qué vas a hacer, Sante, eh? ¿Te vas a esconder toda la vida? ¿Te buscarás una mujer y te casarás con ella? Más te vale que la elijas bien guapa, porque los que son como tú necesitan señuelos”.

Romana Petri, Toda la vida, Destino, 2012, pp. 162–164. Traducción del italiano: Celia Filiperto, 2012.

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