Hace
apenas un mes, en el VIII Congreso Internacional de la Asociación de
Cervantistas, diserté sobre la que, hasta donde yo sé, es la
penúltima recreación narrativa del Quijote.
Digo penúltima
porque detrás de esta vendrán muchas otras, y más teniendo en
cuenta que en 2015 se conmemora el cuarto centenario de la
publicación de la segunda parte de la obra. Me estoy refiriendo al
Quijote Z del
apócrifo Házael G. (Barcelona, Dolmen, 2010), ficticia
reconstrucción de una hipotética primera versión de la novela en
la que Cervantes no se habría ocupado de la locura de un hidalgo de
aldea que enloqueció por la lectura compulsiva de libros de
caballerías sino por la indigestión literaria que le ocasionaron
las historias de zombis.
El
hecho de que el protagonista pierda la cordura por esta causa le
lleva a convertirse en un cazador de zombis en un mundo tomado por
los muertos vivientes. Debe quedar claro que el misterioso Házael G.
(autor también, con otra identidad, del Lazarillo
Z, publicado el mismo
año) no lanza a don Quijote en medio del apocalipsis zombi, opción
que habría dado mucho juego, sino que, en plena sintonía con el
original cervantino, el protagonista reinventa literariamente el
mundo real en clave Z suscitando, al igual que su modelo, la
extrañeza, el recelo y la hostilidad de los demás. Esta
zombificación literaria se nutre de otra clave plenamente coherente
con la pretensión del Quijote
Z, y esta es la
extraordinaria proximidad textual entre el original y la recreación,
hasta el punto de que la reproducción de la literalidad del Quijote
cervantino es
abrumadora y son bastante menos, si bien tan significativos como
sabrosos, los contextos originales en los que el registro temático y
formal no escatima en el gore
más logrado.
Otro
factor de interés para entender la capacidad de autorreferencia que
puede generarse en el seno de una determinada corriente literaria es
que el Quijote Z nace
con la intención de parodiar la literatura del género Z, tan
fecunda en los últimos años, y a ello se añade que la recreación
quijotesca de la que nos ocupamos se publica precisamente en una
editorial (Dolmen) que se ha destacado por su relevancia en este tipo
de ficción. El resultado es el esperable: entre otras reinvenciones
que obviamos, los molinos son ahora zombis gigantes, los ejércitos
de carneros son dos huestes (una de zombis, y otra de supervivientes)
que librarán una batalla decisiva y don Quijote justifica su
penitencia en Sierra Morena por el hecho de que Dulcinea, aguerrida
cazadora de muertos vivientes, ha sido fatalmente zombificada. No le
faltan méritos al resultado, que a veces tiene momentos de humor
negro muy de agradecer, pero lo que más nos llama la atención es el
conocimiento del universo Z, imprescindible para acometer su parodia.
Bien sabemos que solo puede parodiarse aquello que se conoce, y el
Quijote cervantino
es la prueba del nueve con respecto a la literatura caballeresca. Por
otra parte, El
ingenioso hidalgo zombi don Quijote de la Mancha
(reescrito por Házael G. González, antepasado de Házael G.),
está precedido de un
cuento largo o novela corta que lleva por sugestivo título Luna
de sangre en Lepanto,
de un tal Gualberto G. Álvarez,
en la que se propone
la hipótesis de que Cervantes fue mordido por un zombi en vísperas
de la batalla de Lepanto, durante la cual, por cierto, combate o cree
combatir contra feroces muertos vivientes. Un conjunto literario muy
coherente, en fin.
No
puedo cerrar esta brevísima reseña sin destacar la importancia de
que los zombis sean el objeto de una recreación narrativa del
Quijote. Entre
las cosas que he aprendido después de muchos años de estudiar las
recreaciones de la novela de Cervantes está la evidencia de que sus
recreadores emplean la literatura en plena sintonía con las
circunstancias, acontecimientos y tendencias de su tiempo. No es
casual que el Quijote
Z parodie al zombi,
que es, sin duda, el monstruo por excelencia de la crisis: un ser
dormido, sin referencias, anulado identitariamente en una masa
anónima que lo convierte en especie, no en individuo, y en especie
depauperada y despreciable por su aspecto y por sus limitaciones. No
hay mejor muestra de una famélica legión que una horda de muertos
vivientes insaciables. Necesitaría mucho espacio para justificar
todo esto a la luz de la manifestación del género en el cine, la
televisión, el ocio y la literatura, y a la luz, sobre todo, de las
atinadas reflexiones de quienes lo cultivan. Baste este apunte
motivado por un Quijote literariamente zombificado.
Nunca deja de sorprenderme Santiago López Navia. Su erudición en prácticamente cualquier campo es tan sorprendente como inabarcable. Poco puedo añadir, salvo aplaudir su visión sobre la vigencia del proteico hidalgo. En efecto, no le queda palo por tocar. Si mirásemos cómo ha influido don Quijote (y Sancho) a la cultura de masas, desde la redefinición de Holmes y Watson en las añejas adaptaciones cinematográficas, a la aparición de continuas referencias duales (R2 y C3PO, en Star Wars, la clásica, con inversión de gordo arrojado y flaco temeroso; Bob Esponja y Patricio, Batman y su mayordomo...) o individuales (el Spiderman que se confecciona su traje en casa, por ejemplo); si mirásemos la influencia quijotesca en la cultura de masas, digo, algún que otro español miraría quizá con más interés la efigie del caballero de la Triste Figura, con toda certeza el primero y más honroso de los frikis. Que la unión entre frikismo y quijotismo es tan evidente, que resulta ocioso desarrollarla aquí. Un abrazo, Santiago.
ResponderEliminarGracias, querido Dativo. Es muy evidente, y muy sana, esa unión que aprecias, y seguirá dando mucho que decir... Otro fuerte abrazo para ti.
EliminarA propósito de la "famélica legión" y el vínculo sociopolítico del zombi: http://www.escrutinio.com.mx/revista/cultura/49/los-zombies-esos-proletarios-izquierdosos.html
ResponderEliminarJamás habría podido imaginar que un libro que zombificase a don Quijote mereciese por un momento mi atención. Lo has conseguido, Santiago
ResponderEliminarLas recreaciones narrativas del Quijote guardan estas y otras muchas sorpresas. Un abrazo, David.
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