Me gustan las novelas escritas con entusiasmo por lo que cuentan, y ésta lo derrocha en cada página. Puede parecer caprichoso, forzado o estrafalario que se narre una aventura de Buffalo Bill en la Barcelona de 1889, y sin embargo existe la circunstancia histórica que lo permite. En efecto, Buffalo Bill visitó Barcelona en diciembre de 1889, junto con la troupe de su Buffalo Bill’s Wild West. Annie Oakley o los sioux que combatieron a Custer estuvieron allí mismo (a estas alturas, me resisto a poner siux, como manda la Academia).
Vaya por delante que he disfrutado mucho con la novela. La Barcelona de 1889 se refleja de manera tan verosímil como el propio espectáculo cirquense de Buffalo Bill. Jordi Solé no escatima en detalles, que conoce profundamente para alborozo del aficionado al Far West. Las alusiones a la batalla de Little Big Horn, o al contraste entre las hazañas reales del explorador William Frederick Cody y las inventadas acerca de Buffalo Bill confieren a la novela una textura temporal más que convincente. La presencia de la epidemia de gripe, o las referencias a la Exposición Universal del año anterior ambientan la ciudad con pulso y progresión. Hay referencias a otros personajes históricos como Caballo Loco o Annie Oakley, lo mismo que a Gaudí, a Gayarre, a Santiago Rusiñol o a Isaac Peral. La poética del contraste funciona admirablemente como trasfondo de una trama más o menos convencional poblada por personajes también un tanto convencionales.
Y, curiosamente, ese convencionalismo no es un demérito de la novela, sino un acierto formal. Me explicaré. El narrador, un anciano centenario que recuerda una aventura de su juventud —imposible no evocar al Jack Crabb de Pequeño Gran Hombre—, cuenta a su nieta la aventura de su vida. Por qué el mismísimo Buffalo Bill le regaló un revólver. Todo comienza en 1889, cuando el joven Pol Vidal se abre camino como periodista en Barcelona, y, dado su conocimiento del inglés, intenta hacerse con una entrevista exclusiva del gran Buffalo Bill. A partir de aquí conocemos una serie de personajes que responden a conocidos arquetipos: el joven periodista con talento y sin dinero; la prostituta de la que se enamora, flor caída con buen corazón; un chulo siciliano que mezcla tópicamente el italiano con el castellano y se acompaña de un esbirro brutal; el jefe del muchacho, exigente pero bondadoso; una bellísima india sioux discreta, callada y valerosa; una madame de burdel descreída y sofisticada… Naturalmente los indios son nobles y altivos; los políticos, corruptos; los policías, duros y venales… Buffalo Bill es una estrella casi actual, que se dedica a beber, a ligarse famosas y a sacar adelante su espectáculo y su propia leyenda. Incluso las fugaces apariciones de los personajes históricos locales son de evidente oportunidad: Isaac Peral prueba su submarino en el puerto, y Antoni Gaudí se libra por los pelos de ser arrollado por un tranvía.
Y sin embargo, la novela funciona. O precisamente por eso. En ningún momento olvida Jordi Solé que la gracia del asunto está en componer un western tradicional. Unos personajes más elaborados o con más complejidades personales no casarían bien con el género. Basta con que sean convincentes, que la historia discurra sin tropiezos y que la novela alcance su objetivo. La mixtura entre novela policiaca a lo Caso Savolta (con entramado de prostitución e intereses políticos) y novela popular del oeste (con sus indios, y sus tiroteos) se arriesgaría en otras manos a caer en la parodia —o peor, en lo parodiable—, y Jordi Solé se toma muy en serio el asunto. Necesita que la trama no se empantane y fluya con rapidez, mientras el lector-espectador se fascina con el circo de Buffalo Bill y sus bambalinas, con los sioux de paseo por Barcelona, con los contratiempos del clima y la gripe, con las anécdotas y sucedidos que acontecen a esas míticas gentes de la frontera perdidas en una ciudad mediterránea. Ahondar en las psicologías podría producir una distracción innecesaria en este circo tan bien llevado. Pero tampoco se quede el lector con la impresión de que los personajes quedan pobres o mal dibujados. Recurrir a los convencionalismos puede ser una muestra de madurez, de oficio de narrador, a condición de que se empleen para reforzar la maquinaria narrativa, como es el caso, y de que los personajes queden bien plasmados. Y por otra parte, algunos personajes como John Burke, el factótum de Buffalo Bill, o la artista de la puntería Annie Oakley, adquieren una consistencia más robusta y desarrollada que la de simples figurantes en la historia.
Gracias a estos personajes sencillos utilizados como en el western clásico, o el teatro de Lope, si queremos ejemplos más conspicuos, la novela se permite ir en la dirección que nos interesa tanto al escritor como a los lectores. La “suspensión de la incredulidad” se consigue en la investigación sobre la joven india secuestrada, o en el clímax de la novela, que es como debe ser y no nos hubiéramos contentado con otro. No lo destriparé; pero, desde luego, hay tiros y de los buenos. Al fin y al cabo, esta novela es un western que transcurre en Barcelona.
Sólo me sobran, creo yo, algunos detalles del anticlímax. Pero me lo he pasado tan bien con esta novela, que me los callo porque me da la gana. La subjetividad es lo que tiene, y la novela y su autor lo merecen. Es estupenda para leerla de un tirón, en una tarde; o incluso para sacar de ella una película más que estimable. Y, desde luego, para evocar un episodio muy singular en la historia de la cosmopolita Barcelona. Y del Far West.
(El revólver de Buffalo Bill. Jordi Solé. Ed. Pàmies.)
Lo leeré en cuanto pueda, Dativo. Me has despertado las ganas.
ResponderEliminarTe lo pasarás bien, seguro. Es un cocido extraño, pero con buenos ingredientes y bien condimentado.
EliminarGracias a tu recomendación, este libro del que hablas tendrá un nuevo lector (Buri65).
Eliminar¡Qué ameno y qué interesante, Dativo!
ResponderEliminar(José Ramón).
Yo me lo he pasado pipa. Y no he comentado la portada, que me parece fabulosa. También debo decir que no conozco de nada a Jordi Solé, aunque me gustaría beber un whisky con él. Y le invitaría.
Eliminar