Por Emilio Gavilanes
El viernes 3 de junio, en Casa de
América, José María Merino, Rosa Montero y Ángel Olgoso, entre otros,
presentaron el libro colectivo Nocturnario,
en el que 101 autores han escrito un texto (narrativo, poético, ensayístico…) que
ilustra alguno de los 101 collages del propio Ángel Olgoso que recoge el libro,
una edición preciosa, “de bibliófilo”, como dijo Merino. Al final del acto se
dio la oportunidad a los autores presentes de que salieran a leer sus textos.
Cuando ya parecía que no quería salir nadie más, se levantó Juan Pedro Aparicio
y dijo que él quería leer uno que no era suyo, el de Marina Mayoral, porque era
el que más le había gustado (gesto generoso poco frecuente en el mundo
literario). Entonces Merino le dijo que no hacía falta, porque Marina Mayoral
estaba en la sala. “Ah, pues que lo lea ella”, dijo Aparicio, que se apartó.
Marina Mayoral salió y explicó que en el collage que a ella le había tocado se
veía a una mujer rodeada de cerdos, y contó que la imagen le había recordado el
episodio de Circe y los cerdos, de la Odisea.
Y entonces leyó un texto, breve, como todos los del libro, en el que contaba un
recuerdo de infancia. Decía que cuando llegaba la época de la matanza lo que
más la perturbaba era la participación activa de las mujeres de la aldea en una
operación tan brutal. Recordaba que un año su madre, una mujer muy guapa y
delicada, abrió la cochiquera y llamó al cerdo, que acudió confiado porque
durante todo el año ella le había cuidado y dado de comer. El cerdo, sin oponer
resistencia, caminó junto a ella, que de vez en cuando le palmeaba el lomo para
infundirle confianza, y cuando llegaron al lugar del sacrificio ella lo
acarició a manera de despedida. A la niña Marina aquello le pareció un engaño
al pobre animal, una traición injustificable. Pero la Marina adulta había
reflexionado y encontraba que aquellas caricias últimas habían ayudado al
animal a entrar en la muerte sin angustia. Marina Mayoral había encontrado una
razón para reconciliarse con aquel recuerdo
de su madre. El texto es realmente emotivo.
Pero hay algo en lo que quizá Marina
Mayoral no haya reparado, algo que da a ese episodio una dimensión mítica creo
que más profunda. Y no repara en ello porque asocia el collage al episodio de
Circe y los cerdos, en el que la maga Circe transforma en cerdos a los hombres
de Ulises. Por ello Marina Mayoral asocia, aunque no lo diga, su recuerdo del
cerdo de la matanza a un macho. Muy poca gente es consciente de que casi todos
los animales adultos que hay en un pueblo son hembras (gallinas, ovejas,
cabras, vacas…). Los machos se venden siendo crías, pues lo realmente rentable
es la hembra, que puede parir, traer al mundo nuevos animales, nuevas fuentes
de ingresos. En el caso de los cerdos, si se sacrifica alguno siendo cría se va
a elegir a un macho. De tal manera que a la matanza siempre llegan más hembras.
Incluso los machos que lo hacen son un poco hembras, pues se les capa desde muy
pronto. Es decir, los cerdos que participan en la matanza son, míticamente, representantes
de la diosa. Desde este punto de vista, la matanza es una operación mágica de
la que depende la supervivencia de la comunidad. No hay crueldad. Es una
ceremonia amorosa, muy femenina. La sacerdotisa de la diosa lleva a uno de sus heraldos,
que ha aceptado mansamente su sacrificio, que debe dar su vida para que el
mundo no desaparezca, para la pervivencia de la vida.
Varios
autores Nocturnario (Granada:
Editorial Nazarí, 2016)
El libro ha de ser una aúténtica joya, Emilio, a juzgar por este bello comentario que nos dejas. Tengo entendido que allí aparece, también, un texto tuyo.
ResponderEliminarEs un libro precioso, sí. Los collages son como grabados de un Doré surrealista. Y los textos van del bueno al espléndido. Hay bastantes poemas. Algunos te gustarían mucho, José Ramón. Mi texto es una especie de interpretación de un sueño, que es lo que parece la imagen que me tocó.
EliminarCada dato que añades incrementa mi interés por el libro, Emilio. La mención de Marina Mayoral también nos trae gratos recuerdos a más de uno: Dativo y yo fuimos alumnos suyos durante el mismo curso, y dimos en saltarnos con contumacia sus clases (no sé por qué, pues el vino de la cantina era pésimo). José Ramón
Eliminar(José Ramón, me ha llegado tu comentario al correo, pero no lo veo en la página de Náufragos. Lo copio aquí para que se entienda mi respuesta.)
Yo también fui alumno de Marina Mayoral. Fui a sus clases menos que vosotros, me juego lo que sea (poca gente iba menos a clase que yo, y no lo digo con orgullo, al contrario). Pero cuando iba a sus clases, me gustaban. En una hizo el elogio de Meléndez Valdés solo por un endecasílabo ("tanto caerse y levantarse tanto"), en otra se entusiasmó con los cuentos de la Pardo Bazán (algunos nos los recontó con mucho talento), en otra hizo algo mejor aún: no fue, y dejó que la sustituyera el que ya era exmarido, Andrés Amorós, que nos habló de Aldecoa, de Baroja, de Hemingway, de muchas cosas a la vez, con un encanto y un interés insuperable. El año de Marina Mayoral un grupo de alumnos, en mi opinión muy manipulador, dio en decir que era una facha. A veces la recibían con pancartas en clase. Yo no sé si era facha (ni me importaba). En las clases a las que asistí nunca hizo alusión a ideología política ni especialmente derechista ni derechista a secas. La recuerdo enfrentándose a toda una clase hostil, tratando de hablar para saber qué querían que hiciera, y siento simpatía por ella.