martes, 7 de junio de 2016

A propósito de LA VIEJA CIUDAD (de García Caneiro y Comas Quesada)

¡Vaya par de cab#*&@#, aquí, los dos Pepes, el Comas Quesada y el otro galleguiño, el Caneiro ese o comoquiera que se llame, que unos le nombran así y otros le dicen Wilfredo, o por mal nombre Muriente, hay que joderse cómo son los críos! ¿Pues no van y se pasan todo el santo día jugando a matar bichos? Primero llega el que parecía más calmo y buenecito, el de la agüita y los pinceles, y va y los caza al vuelo, o al paso, o en su escondida madriguera, benditas almas de Dios, ya sean de tierra, mar o aire; los remoja en sus agüillas de colorines y los extiende sobre el papel, bien quietecitos, en medio de su hábitat natural, que parezca así, a simple vista, como que están todavía vivitos y coleando, aunque ya ni un soplo de vida les queda a las criaturas. Y luego llega el otro, el de la pluma y los lápices, y zas, de un pinchazo certero los clava al papel, los crucifica, y todo queda muerto y bien muerto, el pulso helado, el hálito suspenso, los ojos nublos, el tiempo detenido, que hay que reconocer que tienen mucha gracia (¡los muy cabritos!) para componer, quién sabe si queriendo o sin querer, con la frialdad del entomólogo que fija el escarabajo en el corcho con una simple chincheta, unos murales que pasman y dejan suspenso al que los mira. Les queda todo muy delicado y artístico (Dios me perdone), con la belleza gélida, auténtica y antinatural del arte verdadero, que es por fuerza algo muerto y bien muerto, y no algo lleno de vida, gracia y movimiento, como querían los orates del Renacimiento y algún que otro amanerado de no sé qué vanguardia, sino anclado al eterno reposo, fuera del mundo real y sus estrechos corsés de tiempo y espacio. ¡Artificio, artificio puro, fogonazo y meditación suspendidos en el vacío! Esencia depurada del arte, que es más arte cuanto más repudia lo natural, cuanto menos recrea la obscena realidad, cuanto menos imita la ramplona vulgaridad de la vida. Y así, en las acuarelas de Comas Quesadas siempre hay corrientes de aguas que no corren, nubes pasajeras que nunca acaban de pasar, lluvia precipitada que ha quedado colgada en el aire a medio caer, como si un demiurgo becario hubiese activado por descuido el botón de congelar el tiempo y contraer el espacio. Y si por medio de una plazuela de piedra muerta está pasando, lenta, una mujer, hay que fijarse bien para darse cuenta de que en verdad no pasa; y que no corre la tartana que se ve venir corriendo (o no venir, marchar… ¿qué más dará, si no hay cerca ni lejos en la esencia del arte?), ni trotan las cabalgaduras, ni navegan las naves, ni se mueven las hojas de los árboles, ni siquiera circula ese arcaico tranvía bajo el humo quieto del vapor que no lo mueve. Y, por si todo esto fuera poco, luego llega el zascandil de Caneiro, que es de la piel del demonio, y se lleva el mural a su casa, se amorra a hurtadillas a la botella de coñac que esconde su abuelo en el chinero, y empieza a imaginar historias raras con las casas, las fuentes, las estatuas y los barcos (¡seguro que también con las señoras, el muy degenerado!) que ha pintado su cofrade, como queriendo poner un pie de foto lúcido y elocuente a cada una de las escenas  mudas; pero en éstas que se le derrama el coñac sobre lo escrito, la tinta se diluye en alcohol como se habían desleído en agua las pastillitas de color del otro, y así le quedan unos versos también ahogados en la niebla del difumino, sutiles, vaporosos, blandilebles, delicuescentes, a medio camino entre la flotación nefelibata de un arcángel loco y el crepitar en llamas de un diablillo ebrio. Y si iba a hacer un haikú, porque el sutil instante de emoción y asombro congelado en la estampa parece que lo está reclamando, resulta que la tinta se le corre (con perdón), la mancha tipográfica se le extiende, el poema le engorda unas cuantas sílabas, y las tres diminutas larvas de los versos del haikú nonato crecen lo justo y se deslizan por el papel como lombrices, con la elegancia lenta y perezosa de esos gusanos que en París, donde saben de todo, confunden desde siempre con los versos. Ya sólo le queda contemplar con muda delectación la hermosa procesión de orugas, aguardar la transformación en crisálidas, abortar el vuelo virginal de las núbiles mariposas… ¡y zas!, ahí queda también el poema, críptico e inquietante, crucificado en el corcho del entomólogo, junto a la engañosa y desasosegante serenidad de la acuarela del amigo. Lo dicho, ¡vaya dos¡ ¡Menudo par de cab#*&@#zos!



Conde de Abascal

1 comentario:

  1. Muchas gracias, Sr. Conde. ha hecho V.E. una acuarela a la vez que un poema de las acuarelas y poemas que componen le libro. Que la sabiduría de los dioses (que forma parte de su insigne mochila) siga con V.E. por los siglos de los siglos.
    El Brigadier García

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