Juan Varela-Portas de Orduña
Jorge Riechmann (1962) es una de las personalidades intelectuales más
fascinantes de nuestro país. Profesor de filosofía moral en la Universidad Autónoma
de Madrid, es ante todo conocido como
teórico del ecosocialismo, del que se ocupa de una u otra manera la mayoría de
los casi cuarenta libros de pensamiento escritos por él, en solitario o en
colaboración. Algunos títulos recientes son bien significativos: La
habitación de Pascal. Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia y
políticas de autocontención (Madrid, Los Libros de la Catarata , 2009); Claves
del ecologismo social (Madrid, Libros en Acción, 2009; en colaboración
con Carlos Taibo, Ramón Fernández Durán, Alicia Puleo y otros); Entre la
cantera y el jardín (Torrejón de Ardoz –Madrid–, La Oveja Roja , 2010); ¿Cómo
vivir? Acerca de la vida buena (Madrid, Los Libros de la Catarata , 2011). Pero
Jorge Riechmann también es, además de doctor en ciencias políticas (militante
muy activo de Izquierda Anticapitalista y de Ecologistas en Acción) y
licenciado en matemáticas, un excelente poeta, imprescindible en el panorama de
la poesía actual en español, autor de más de treinta libros desde que Luis
Antonio de Villena lo incluyese en aquella célebre antología de 1986, Postnovísimos,
y en 1987 publicase en Hiperión Cántico de la erosión. Tal vez su libro
más célebre sea El día que dejé de leer EL PAÍS (Madrid, Hiperión,
1997), que obtuvo un reconocimiento que fue más allá del ámbito de los aficionados
a la poesía.
He tenido el gusto de leer hace poco un libro suyo de 2008, Rengo
Wrongo (Barcelona, DVD), que me ha procurado momentos de gran disfrute
poético-político-intelectual, en el que intensas reflexiones sobre la
contradictoria, y probablemente trágica, condición del ser humano como especie
se unían al placer poético de desvelar conexiones sorprendentes, inesperadas,
entre cosas e ideas. Rengo Wrongo, que ganó el XIV Premio de Poesía
Ciudad de Mérida, es una colección de aforismos y pensamientos elaborados por
el personaje que da título al libro, el cual se caracteriza, como indica el
título, por la cojera, y que parece claramente un trasunto del autor (no es que
Riechmann sea cojo sino que, como se explica al final del libro, lo escribió en
un período en el que un leve esguince lo forzó a llevar muletas). El detalle,
que puede parecer superficial, es sin embargo clave: el personaje, en virtud de
su limitación física, se hace consciente de su debilidad, de su dependencia del
otro y de lo otro, de la falsedad de la ideología dominante que nos quiere
siempre autónomos, competitivos, seguros y brillantes. Y este es el punto de
partida, no solo de este libro, sino, como es sabido, de toda la ideología
ecosocialista, en la que el individuo se ve como parte de un entramado social
en directa dependencia del medio natural, en el cual, por ello, la cuestión de
los cuidados (de nuestra íntima y consustancial debilidad) y la de los límites
de nuestro supuesto progreso, de la base natural (y corporal) de nuestra
producción, etc., pasan a primer plano.
Las reflexiones que recoge el libro parten de esta concepción. Se
trata en su mayoría de poemas breves, compendiosos, que guardan, por un lado,
una evidente estrecha relación con la forma tradicional del aforismo, pero que,
por otra, nos recuerdan mucho a la prosa de Walter Benjamin, cuyas Tesis de
Filosofía de la
Historia Riechmann evoca en uno de los poemas:
Wrongo sostiene
que hay sobre todo una razón
de fondo
para persistir en las luchas por la justicia
para seguir siendo a pesar del terrible agotamiento de Sísifo
y la laringitis extrema de Casandra
militantes:
no dejar en la estacada a los muertos
No permitir que ese caudal milenario
de esfuerzos y esperanzas
acabe perdiéndose en arenas estériles
o en cenegales podridos de la historia
Y al razonar así
Wrongo suele emplear los términos trabajo
y sentido
pero evita cuidadosamente
las palabras martirio o sacrificio
Nótese como la expresión aparentemente sencilla y prosística esconde
un cuidadoso sentido del ritmo, una potente fuerza mesiánica y una delicada
sutileza irónica concentradas en objetos y momentos “alegóricos”, todo ello
para provocar breves pero intensos efectos semánticos y conexiones eidéticas
que nos hagan cuestionarnos el “sentido común”, las “verdades” aprendidas que
no están llevando a la destrucción. Muchas de ellas nos instan a la búsqueda de
lo pequeño y lo lento:
Wrongo razona:
la felicidad se parece
a la destreza de la buena cocinera
que sólo con las viandas
que en ese momento contingentemente alberga la despensa
logra –haciendo de la necesidad
virtud– preparar una comida sabrosa
y en cambio rehúye al gran chef
que necesita su infraestructura culinaria impecable
y raros ingredientes importados
del mundo entero bien dispuestos en su cámara frigorífica
antes de mover un dedo
La felicidad es cocina casera, de temporada
y aprovechando lo que hay
Quien la piensa como nouvelle cuisine deconstruccionista
se equivoca
Ello lleva, evidentemente, a plantearse la cuestión de la técnica y
del progreso, como en esta magníficamente tierna alegoría, de clara estirpe,
también ella, benjaminiana:
Los humoristas gráficos
parecen incapaces de abordar la conflictiva
política de aguas del país
sin hacer chistes malos a costa del botijo
Humilde barro
pariente de la carne
humilde:
humus de lo humano
Pero también
una proeza técnica: la solución
al problema de mantener fresca el agua
bajo calores tórridos, sin gasto alguno eléctrico,
sin contaminación
ni durante el proceso productivo
ni cuando acaba la vida útil del objeto
que acompaña al sujeto
Irreflexivamente dibujan al botijo
como un símbolo del atraso
sin reconocer la insuperada maravilla técnica
que realmente es
El día –concluye Wrongo–
que los hoteles de lujo ofrezcan agua en botijo
en vez de embotellada en minibar
estaremos de verdad apróximándonos
a la sociedad ecológica
Y lleva asimismo a posicionamientos políticos nada ambiguos:
Wrongo previene:
Si entre uno
y el mundo se interpone
una secretaria
hay perfiles que pierden nitidez
Si se interponen dos secretarios
o tal vez secretarias
y un ayudante personal
cuesta advertir bastantes cosas obvias
Pero si se interponen tres secretarios
dos ayudantes
un jefe de protocolo y un botones
entonces la noche se confunde con el día
cerca parece lejos y al contrario
las más inenarrables confusiones
paralizan cualquier iniciativa
Si usted se hallase en trance tan extremo
deténgase un momento inspire espire
Siempre puede uno olvidar algo
cometer un error
trabucarse en el párrafo
prescindir de alguna ventaja leve más decisiva
Puede uno beber un vaso de agua
limpiarse los lentes
y salir a la calle dejando atrás todo eso
Basten estas pequeñas muestras para animar a la lectura de un libro
que bajo su apariencia humilde lanza una dura advertencia colectiva (Wrongo
anota: una sociedad / que metaboliza / todas y cada una de sus dimensiones
básicas / como negocio / está condenada), nos hace replantearnos nuestra propia
vida cotidiana, vuelve sencillamente evidente lo que está enturbiado por
toneladas de falsedades y confusiones (el absurdo ético de nuestra sociedad, de
nuestra vida, consumista y productivista; la identificación entre “buena vida”
y consumo, producción, actividad; etc.), y todo ello sin caer en la tragedia
grandilocuente, en la admonición “desde arriba”, sino como comentarios a pie de
calle que abren siempre paso, como quería Gramsci, a la esperanza desconfiada,
a la desconfianza esperanzada:
Manuel Rivas cuenta
la respuesta de un marinero en la radio
a una pregunta por su esperanza:
tener, tengo algo de esperanza
pero una esperanza algo negativa
Eduardo Galeano evoca
aquella pintada sobre un muro
en algún suburbio latinoamericano:
dejemos el pesimismo para tiempos mejores
Jorge Riechmann, Rengo Wrongo, Barcelona, DVD, 2008.
Sobre la "buena vida", Epicuro dijo algo así: "consiste en un trozo de queso, un vaso de buen vino, la sombra de una parra y una conversación estimulante con los amigos". Nada que ver, efectivamente, con consumo, producción, actividad, etc... Y, por supuesto, nada que ver con ese extraño concepto actual del epicureismo
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