Juan Varela-Portas de Orduña
José María Micó trae hasta nuestros tiempos el ideal de intelectual
renacentista que tanto ha estudiado. Excelente poeta, ha ganado reputados
premios como el Hiperión (La espera, Hiperión, 1992) o, recientemente,
el Premio Generación del 27 (Caleidoscopio, Madrid, Visor, 2013), además
de contar en su haber libros de extraordinaria factura como Camino de ronda
(Barcelona, Tusquets, 1998), Verdades y milongas (Barcelona, DVD, 2002)
o La sangre de los fósiles (Barcelona, Tusquets, 2005). Como profesor
universitario (de la
Universitat Pompeu Fabra) y estudioso de la literatura, es un
consumado especialista en la poesía de Góngora, y se ha ocupado también de
poesía hispanoamericana, y literaturas clásicas española e italiana. Es además
músico, y con la cantante Marta Casas compone el dúo Marta y Micó, para el que
toca la guitarra y compone, dúo especializado en poesía y música. Su último
espectáculo, Caleidoscopio, en el que él recita alguno de sus textos y
ella canta poemas escritos y musicados por el propio Micó, además de incluir en
el repertorio algunos tangos clásicos que ofrecen la mejor poesía del género,
ha sido presentado en diversos locales de Barcelona, La Guardia , Girona, Ronda, y
de Italia, especialmente el Festival Europa in versi de Como. Una de sus
costumbres, que a mí me encanta (y que comparte con otro gran poeta y
traductor, Luis Martínez de Merlo, aunque creo que no se conocen), es la de
regalar a sus amigos exquisitos trípticos y cartulinas ilustrados con dibujos,
reproducciones de cuadros, manuscritos, etc., con ejemplos puntuales de su
propia obra (un poema, un pasaje traducido…): posee un catálogo con cientos de
estas pequeñas ediciones de autor, normalmente de pocos ejemplares, muy
preciados, aunque alguna de ellas ha llegado hasta las doscientas copias. De
todo ello, el curioso lector puede hallar cumplida información en su web www.jmmj.eu.
Pero lo que nos mueve a traer hoy aquí noticia de él es su
impresionante labor como traductor de poesía, especialmente de poesía clásica.
Micó es conocido como el traductor del Orlando furioso, tarea ciclópea
que lo llevó a ganar el Premio nacional de traducción en el 2006 y el Premio
nazionale per la traduzione italiano en 2007 por su edición de 2005
(Ludovico Ariosto, Orlando furioso, traducción, introducción, edición y
notas de José María Micó, Madrid, Espasa-Biblioteca de Literatura Universal,
2005, nueva edición de 2010). Pero también ha traducido las Sátiras de
Ariosto, la poesía de Jordi de Sant Jordi, de Ausiàs March, así como obra en
prosa de Petrarca y una novela del catalán Josep Piera. Se ocupa ahora nada más
y nada menos que de traducir la Divina Comedia.
Una muestra de esta labor se puede encontrar ahora en un libro que
surge de una idea original, la de recopilar algunos ejemplos de sus
traducciones y presentarlos al lector como un libro de poesía a sé stante:
Obra ajena (Madrid, Devenir, 2014). En él encontramos traducciones de
Dante, de Jordi de Sant Jordi, de Ausiàs March, del Orlando y las Sátiras
de Ariosto, de Torquato Tasso, Shakespeare, Housman, Auden, Montale y un
apéndice final con “poemas sicalípticos de diversos autores” que harán las
delicias de la Casa
de Abascal y sus discretos siervos. Pero lo interesante de la publicación es
que, como decíamos, funciona como un libro de poesía tal cual: la selección ha
sido hecha con tal gusto que el libro se lee de arriba a abajo de manera fluida
y casi como si los poemas se asociaran entre sí.
En esta breve nota quería simplemente señalar cómo José María Micó
consigue en sus traducciones mantener el delicado equilibrio entre la
traducción literal, filológicamente rigurosa, y la creación literaria que su
condición de poeta le permite. Las traducciones no son traducciones de autor,
traducciones literarias o recreaciones, y sin embargo tienen un vuelo creativo
que permite, sin perder fidelidad al texto original, que los textos se
sostengan a sí mismos en la lengua de llegada de manera autónoma, como poemas
recién creados. Como explica en el escueto prólogo del libro, Micó es
consciente de que “toda traducción poética comparte el designio más noble de la
filología, que es el de entender y dar a entender los textos, y la ambición más
alta de la creación, con la peculiaridad o la ventaja de ser una ambición
secreta y servil, consagrada a la reconstrucción” (p. 6). Da la sensación de
que, traduciendo, Micó se siente menos responsabilizado, en cierta manera más
libre y a gusto, que en el trabajo estrictamente filológico pero también que en
su obra creativa, en el sentido de que, como se trata de poner la voz a otros,
uno tiene menos posibilidades de perder el propio camino.
A menudo, se considera la labor de traducción, y especialmente la de
traducción poética, como una fatiga de segunda fila, de orden menor, de
importancia secundaria. Valga esta modesta nota informativa, y sobre todo valga
la deliciosa recopilación hecha por Micó, para mostrar claramente que traducir
no es algo menos noble, creativo y enriquecedor que la propia escritura
poética. Micó lo sabe bien: “Si, como escribió Octavio Paz, “aprender a hablar
es aprender a traducir”, los textos literarios sólo pueden cobrar su sentido
pleno cuando son reiterada e incansablemente traducidos a través de las
generaciones” (p. 6).
José María Micó, Obra ajena, Madrid, Devenir, 2014.
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