El autor y Domingo pasean por la orilla del
Río de la Plata
a la altura de Pinamar (Uruguay)
Hoy, 16 de marzo, ha muerto mi tío Domingo. Tenía casi 91 años. Traigo a este espacio literario su recuerdo porque Domingo es, hasta un punto, el Dionisio de mi Tango para un copiloto herido (Ediciones de La Discreta, 2010) y casi podría decir que fue su coautor.
En efecto, como reconozco en la dedicatoria, la historia que escribió Domingo sobre los avatares de mi familia materna (Andanzas), me sirvió de base para construirle un pasado a mi Dionisio. Incluso le robé este nombre porque en sus páginas autobiográficas prefirió esconderse bajo el del dios griego, tan alejado en realidad de su forma de ser.
Así que las historias de Domingo y mi Dionisio son la misma hasta que en la novela entra en juego mi imaginación. Esto ocurre cuando mi personaje es captado desde la recién nacida Nato para un servicio secreto occidental. Hasta ese punto todo es cierto, incluido el episodio del ministro embajador de Uruguay detenido por contrabando de diamantes, o la participación de Dionisio en las primeras emisiones experimentales de televisión en Bélgica. Las noticias sacadas de los diarios de la época solo tienen los nombres alterados. También es verídica punto por punto su peligrosa huida desde España hasta Francia cruzando a nado el Bidasoa.
Pero a lo que no hizo honor mi novela fue a su condición de ser humano completo y complejo. Me quedé con su pasado y no le puse mucho adentro porque en la trama tenía que ser un personaje misterioso y mi tío no lo era. Era simplemente un ser humano extraordinario, una de las personas más íntegras que he conocido. La guerra y la posguerra, con todo lo que supusieron de miseria y envilecimiento, no pudieron con su fortaleza ética. Hoy, cuando descubrimos lo fácil que resulta corromper a individuos que llevan una vida más que digna, imaginar que un joven de menos de veinte años se entregase en plena posguerra a sacar adelante con su trabajo a una familia del bando de los “perdedores”, compuesta por una viuda y seis hermanos, y no solo eso, sino que fuera capaz de transmitirles los más altos principios cívicos y éticos, nos traslada la auténtica condición del héroe. Seguro que no fue el único, pero es el que yo he conocido más de cerca.
Educado en un seminario hasta el comienzo de la contienda civil española, el comportamiento de la Iglesia lo apartó de la fe, por lo que su integridad no surge de esquemas judeocristianos de pecado y castigo. No obstante, su búsqueda de referentes filosóficos y éticos nunca cejó. Ya en Uruguay, se interesó por la logosofía, una escuela ético filosófica nacida en Argentina y que podríamos definir como la cara opuesta de una secta: con una mezcla de interesantes intuiciones, luego confirmadas por la neurociencia, y de algunas ideas un tanto ingenuas, su objetivo es formar seres humanos conscientes y reflexivos, alejados de las creencias irracionales. La propia logosofía debe ser sometida a crítica por el alumno. Domingo llegó a dirigir una escuela logosófica en Montevideo durante muchos años.
Una faceta suya que sí tiene correspondencia en mi Dionisio fue su capacidad de aprendizaje y superación. Con el bachillerato apenas empezado tuvo que abandonar los estudios por la guerra. Fue un autodidacta toda su vida. Aprendió los oficios de fresador, tornero, electricista, soldador… Escribía a la perfección en su estilo un tanto alambicado, como si se hubiese formado en un liceo francés. Y es que su madrina de acogida en Bruselas tuvo que enseñarle mucho en poco tiempo y él lo aprovechó al máximo. Cuando vino a España por última vez, con 75 años, hace de esto quince, se llevó de mi casa su primer ordenador. A las pocas semanas estaba ya enviándonos mensajes, enlaces y fotos a toda la familia.
Nunca quieto, nunca estancado. Enviaba cartas a los diarios que muchas veces se publicaban, y fueron varios los presidentes que contestaron personalmente a sus misivas. Mi tío no encontró en Uruguay la famosa Suiza de América, ya no era tal, sino algo más importante: una joven república de unos pocos millones de habitantes donde la política resultaba mucho más cercana y participativa. Pero tuvo que soportar, como todos los uruguayos, la terrible dictadura militar (paralela a la argentina y más represora en proporción a la población) y, entre otras humillaciones, que los milicos entraran por dos veces en su casa en busca de material subversivo. Afortunadamente, en sus últimos años vivió y disfrutó del triunfo repetido de su partido, el Frente Amplio. Estoy seguro de que Mugica y él se habrían entendido a la perfección.
Los que me habéis leído sabéis que en mis obras siempre o casi siempre hay un diálogo entre realidad y ficción. En el caso de Tango ese contraste se extiende a uno de sus protagonistas. La distancia de mi Dionisio a mi tío Domingo marca la diferencia entre un personaje ficticio y su referente real, indudablemente más interesante y completo. Solamente quería dejar constancia de ello en estas líneas dedicadas a su memoria.
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