Conde de Abascal
Caros Discretos:
Venís con frecuencia a Nos, incluso los de mayor
prez y renombre en este vanidoso pasacalles de las Letras, harto afligidos y no
menos agraviados porque vuestros libros se almonedan poco y mal; o porque
vuestros escritos no se glosan, propalan y festejan con la agudeza, la amplitud
y la asiduidad que estimáis ameritan; o porque, por un quítame allá esas pajas,
os hurtan el Cervantes u os ningunea la Academia sueca… Y demandáisNos, oh
dilectos Discretos, las fórmulas secretas o las recetas mágicas que propician
los plácemes de la crítica sañuda y granjean, a la par, el entusiasmo del vulgo
leedor, si las hubiere. Pues haberlas, haylas; helas:
Lección Primera:
“Un castellano cabal”
(o “Álcese usted con la palma
del castellano puro”)
1.-Teoría:
Sea
escritor racial, de verbo rancio y antañón, apegado a los surcos: dirá las
mismas necedades que de costumbre, cuando no más, pero todos jurarán, al
sentirlas tan bravas, sentenciosas y rotundas, que la verdad y la sabiduría
seculares disertan por su pluma.
Siente,
decimos, plaza de buen conocedor de los pliegues más ocultos de la lengua, que
tanto el vulgo como los letrados ubican -en celebrado error- en el regazo
agreste del terruño (donosa impostura cuanto extendido disparate, trasunto
gramatical del tópico del Buen Salvaje, cuando todos hemos hecho mofa, desde el
parvulario, de las prevaricaciones, los solecismos y los contradioses del habla
pueblerina, sea cual sea el rincón del que proceda). Hable, en una palabra, del
pueblo y, a ser posible, como los paletos…; y, si no sabe cómo (porque por sus
orígenes, crianza y buen gusto no le sale, por mucho que se afane), recurra a
los morfemas derivativos más estrafalarios, y no se amohíne y atribule porque
sus folios en limpio no los entienda ni Dios: en la urbe lamentarán haber dado
al olvido esa esencia tan pura del idioma, y en la aldea creerán -los pocos que
allí leen- que son exquisiteces solo aptas para el paladar de la Corte.
Si
aplica, en fin, con buen tino y justa medida esta primera y muy sencilla
lección, sin tardanza saldrán de su cálamo textos como el que sigue, con los
que pronto podrá ser reconocido, si no como el primer escritor del solar
patrio, a lo menos como el cimero del Norte de Castilla.
2.- Práctica:
Había
dejado de jarriaguar, y ahora ventorreaba un airón machuno, casi cimarrero, que
enrisjaba las trocheras de los tomillones y amenazaba con abadanar las
rescombradas. Críspulo el Sarnoso venía triszando a duras penas por los
peñurrios del pedrizón, dejándose el hollejar en las aristaduras del roquizo.
Sus voceradas de criajuelo, ampliondadas por la gravedumbre del dramazón,
cobraban tinteras de tragedia clásica:
-¡Madre!
¡La mi madre! ¡Matertera!
La
escurreada corpachuela de la Águeda anegreció en la cimbrera de la lomiza, cabe
el rodacho de la enmolinada:
-¡Virgen
de la Fuencisla! ¡Ay, san Saturio bendito! ¡Ay, mi Críspulo del alma, que viene
hecho un eccehomo!
El
Sarnoso coronó la enlomada cubierto de lagrimazos y, aún sin resollón, acertó a
tartamucir:
-¡El
llovizón nos cogió por sorpresa en la escorrendura de los barranqueles, madre!
¡A padre lo arrastrozó el agüizo, desollajándolo contra los guijarrares!
Águeda
lloriscaba y regemía mientras cubría de besales al Sarnoso, estrechujándolo
contra su rescallecido repechón. De pronto, el rostrajo grietuno de la mujeruca
quedó enteramente blanquillento, como si hubiera perdido hasta la última gótula
de sangriza:
-Pero…
¿y tú hermano? ¿Qué ha sido de tu hermano mayor? ¿¡Dónde está mi Argimiro!?
Los
ojizos de Críspulo el Sarnoso se abrieron como ollazones y, con la inocente
seriedad de los bendecidos por la estupidez congénita, solo atinó a responder:
-En
la cobertera del leñizo, amachihembrándose a la Miguela.
¡Loor a nuestro señor el Conde! Grandísima lección, discreta y certera como su plectro.
ResponderEliminarMi Señor Conde: Apabulla Vuecé con su castejano, que asemeja brotado de las honduras más ancestrales de cualquier parla de Palentina. Talentuda capacidad para simular sin remedo tales virtudes me complacería haber. Mis plácemes y norabuenas e invariablemente a vuestras órdenes.
ResponderEliminarEl Brigadier
Si con tan excelsa prosa nos arrebata cual seráel placer que tendrán mis ojos al explayarme en sus versos
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