martes, 23 de abril de 2013

50 polvos de ley


Por Javier Guzmán

  Mi amiga Tina, estanquera, castiza, chulapa, pechugona y descará, ¿a quién, a mí?, sigue siendo fiel a la memoria del Caudillo (con mayúscula, porfa), y no pasa un 20 de noviembre sin pegar una lágrima en su muro. También fue del Opus, mas aguantó poco en el refugio del subterfugio (tanta reunión alambicada, tanta señorita amaestrada, tanto amor de meapilas), y los largó destemplá, ¡si es que son muy ñoños, leñe! Pues esta perla, o joya, me dijo un día, ¿películas?: A mí la peli que más me ha gustado es Pretty Woman. Yo aproveché raudo el flanco abierto, claro, es un precioso cuento de puta con millonario. Pues como la vida misma, jodío, y qué bien lo has definío. Huelga decirlo, mi amiga Tina es madrileña de arrastre.

  Las historias de putas, mujeres que venden su cuerpo por dinero, y millonarios, hombres que compran cuerpos por dinero, son más viejas que la orillita del mar y acampan en los campos de las letras desde antes de que se inventara la escritura. La nueva versión de lo viejo, 50 sombras de nada, abunda en los tópicos y repatea la literatura con saña de ilustrado en su diván. El rico hombre hace de sádico y la golosa ilusa de masoca, o sea, lo habitual. Él la penetra con ritmo de perforadora petrolera (no deja hueco u orificio libre, la búsqueda rastrea hasta el hondo musgoso de los humedales fangosos), y ella aúlla como perra con nudo de perro dentro, vamos, se larga sesiones multiorgásmicas que describe con rubor de teresiana extasiada ante lo que estoy sintiendo. De todas maneras, la cosa es controlada, nadie vaya a pensar en el divino marqués haciendo guarradas durante 120 interminables días por Tacoma, Zamora, Gomorra o Salamanca.



Vale, tampoco merece la pena explayarse. La tía disfruta, cobra y al final consigue casarse (me encanta destripar el final), con el bimillonario (hombres como esos ya no quedan, hay que ir a buscarlos en los best sellers), que, después de todo, no deja de ser un pardillo. La novelucha quiere dar el pego de la modernidad, pero es vieja, previsible y puñeteramente escrita. Esta saga, tres tomos, ¡toma ya!, ha sido uno de los mayores éxitos editoriales en el primer mundo, el más putrefacto, pese a que su único roce con la literatura consista en haber sido encuadernada en formato libro. Pretty Woman es un prodigio de delicadeza no exenta de triviales deseos ocultos, ¿a que la secuencia de las compras mola mogollón?, y si la señora Roberts hubiese enseñado las amígdalas de, o desde, la almeja, se hubiera convertido en la biblia de los pajilleros. Estas sombras, en cambio, parecen ser el descubrimiento de las madres jóvenes catapultadas en cada página a las delicias de la masturbación, con bolas chinas encriptadas en el vaso idóneo. Ya me gustaría a mi, acodado en la barra de la mancebía, escuchar el clin-clan oculto de la lozana satisfecha calentando el lecho. 

Dícese que es una novela escrita para jóvenes casadas y con un niño, es decir las desengañadas del matrimonio que al convertirse en madres dejan de ejercer de mujeres pero, ¡ay, las pobres!, sueñan con delirios y pecados. Ojo, obispos, que tanto habláis del matrimonio sin tener ni pajolera idea, más os valiera (dejando aparte el consejo de Cristo de arrojaros al río con una piedra de molino atada al cuello), leer esta aberrante trilogía en lugar de la despistada encíclica, Castii Connubii (Los castos cónyuges, ¡hosti, tú!, qué aburrimiento), que parece escrita por un eunuco. Por lo menos a la autora de las sombras se la adivina muy bien ensayada en combates de paja y pluma.

  Esto de hacer crítica de libros odiados (estoy convencido de que uno debe escribir únicamente sobre lo que le gusta, pero a veces el instinto le puede a la razón y por ahí se disfruta), es muy tedioso y muy fácil. Yo todavía lo voy a hacer más fácil y sustentarme en críticas ya hechas. Las 50 sombras de Grey no se merecen más, también ella es un zurcido de retazos en deplorable prosa e imposibles polvos de acción y reacción, como las leyes de Newton, pero sin ciencia, como si hubiesen sido escritas por un diputado.

  Mi primer invitado es Santiago Roncagliolo. Escribe en EPS unos artículos tan divertidos como atinados. El dedicado a la trilogía de marras es impagable. No voy a citar la parte divertida que lo recorre de arriba abajo, sino una muy seria consideración: Uno se ha pasado toda la vida tratando de ser igualitario, compartir las labores domésticas y enterrar los prejuicios machistas. Y ahora resulta que la fantasía sexual más extendida entre las mujeres es que venga un tipo, las sacuda, las amarre a una cama, las azote con un látigo y las queme con la cera de velas ardiendo. Totalmente de acuerdo, joder, nos lo podían haber dicho antes. Santiago, deprimido, termina postergando su plan de ser sexi (a ver quien es el guapo que compite con un millonetis pervertido) y remata: Para cuando lo retome, lo intentaré con una novela de Corín Tellado. Seguro que es más fácil. Ni lo dudes. Luego te cuento.

  Mi segundo invitado es Manuel Rodríguez Rivero, El País, 11/7/12, que se lo toma más a pecho y va a degüello: sus personajes resultan, además de inverosímiles, planos como la hojalata; su prosa patéticamente pobre; los diálogos, sorprendentemente pueriles, la trama tan previsible como la tormenta tras el bochorno. Manuel no se explica que una mediocre novela repleta de orgasmos de opereta haya conseguido apasionar a millones de lectoras en todo el mundo… y llegar a ser, también en España, un fenómeno de ventas. Manuel, el que ahora se lea mucho no presupone que se lea bien. Para empezar está la presión de los medios manipulados/untados por la editorial. Si cuentas las apariciones en la radio, en la tele (hasta en los telediarios), en la prensa política y del corazón, e incluso las aceradas críticas de altivas firmas que la despellejan, el presupuesto del lanzamiento sería tan millonarios como el cerdo Grey. Por otra parte, la evasión sin ton ni son (cine, música, literatura, etcétera), siempre ha supuesto la mayoría de las ventas. En estos tiempos adúlteros abundan, cual hongos en pies cochinos, las novelas de mujeres para mujeres, obras de corte y confección, repletas de aventuras sin sustancia, argumentos peregrinos,  hembras de armas en pecho, apostura varonil y hombres como pedos, cuando quiero me los tiro. Ya te diré quiénes son. Y encima afirman (tienen todos los medios a su alcance y el fervor de las focas amaestradas de la fraternidad crítica a su servicio), que su éxito es un signo de la liberación femenina. En fin… podían contentarse con tener éxito (algo tan prodigioso y tan envidiado), sin meterse a redentoras sociales como si no hubieran existido Virginia Woolf o Emilia Pardo Bazán. 

  A estas alturas creo que se hace necesaria una reivindicación de Corín Tellado. Por supuesto, no es Margaret Yourcenar ni nunca lo será. Pero ha vendido tal vez más que todas sus émulas juntas y con más dignidad, ajustada a la miserable realidad social del tiempo que a la discreta señora asturiana le tocó vivir. Ella sí se dirigía a un público femenino domesticado (ama de casa, mujer, esposa y madre) y le dio lo que ingenuamente añoraba, la esperanza de un amor imposible con un hombre de cine y ojos tan azules como los zafiros de las minas de su abuelo en el Transvaal. Llenó un vacío brutal y la vida real de la triste España se puede rastrear más en sus novelas que en las de Carmen de Icaza, dama de alto tricornio, o en la soporífera Concha Espina que hoy no aguantaría ni la Santina de Covadonga. 

   Están avisados. Ya no vale la disculpa madre de todas las disculpas para comprar engendros: hombre, déjame leerla para poder criticarla con conocimiento de causa. Ese argumento es tan consistente como inyectase heroína en vena para saber de qué va la cosa.

  Y de postre, tercera cita de apoyo, la crítica más breve, contundente y directa, escrita por Juan José Millás, El País, 2/8/12:

   …esa puta mierda titulada Cincuenta sombras de Grey.

5 comentarios:

  1. Gracias, Javier, por el divertido palo. Un libro menos que leer. Emilio

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  2. Yo me parto cuando mis alumnos me preguntan de qué va ese libro, porque ven que su mamá se lo lee con mucho interés y no se lo deja a nadie. Acepto por otra parte tanto que el libro sea muy malo como que "algo tendrá el agua cuando la bendicen". Pero por más que se critique este libro por su técnica condición de basura cuidadosamente seleccionada, como dijo Baudelaire, sus defensores (más bien defensoras) desvían toda crítica por moralista, acusándola de provenir de siniestros y apolillados censores.
    He aprendido a no meterme con Gray de palabra porque siempre se me ofende alguna dama. Y paso por todo, menos que me llamen estrecho.
    Al final yo sí me leeré a Grey. Tengo una curiosidad insana. Se lo pediré a alguien... Eso sí.
    Mejor hoy no firmo.

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    1. Totalmente de acuerdo contigo.
      Si uno tiene tiempo, debe leerlo todo.
      Hasta Aznar I, el Despectivo, imprime libros con éxito de ventas, aplauso de lectores, (cautivos), y celestiales loas de la fiel infantería mediática.
      Además es muy cristiano, (protestante), pues siguiendo a san Pablo, uno debe "escudriñalo todo y retener lo bueno".
      Y en 50 sombras de Grey se narran unos polvos, no por imposibles menos apetecibles, que ponen cachondo al más triste y elevan la moral al más alicaído.
      Y, para dignificar su lectura, ahí va Cervantes: no existe tan mal libro que no contenga una página digna de ser leída.
      (Cita de memoria)

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    2. Creo que valió la pena que se escribiese este bodrio de trilogía porque así tenemos la oportunidad de leer un crítica tan buena como esta de Javier Guzmán. Asombrosa la capacidad para dar un palo tan duro con un tono tan desenfadado y divertido. Un diez, Javi.
      Pepe Ponte

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  3. Gracias. Creí que solo la página que cito había criticado el libro negativamente (no una vez sino dos). Os recomiendo ambos post:

    http://unlibroaldia.blogspot.com.es/2012/07/e-l-james-cincuenta-sombras-i.html

    http://unlibroaldia.blogspot.com.es/2012/07/e-l-james-cincuenta-sombras-de-grey-ii.html


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