A mitad de los años cincuenta, durante el
periodo de la guerra fría, y a causa de que los sistemas de radar no detectaban
la presencia de aviones por debajo de los 4000 pies , cientos de
miles de jóvenes americanos voluntarios, del llamado Ground Observer Corps, se dedicaban por la noche a vigilar los
cielos en busca de aviones enemigos. Más que utilidad práctica, la medida era
claramente ideológica. (Y con efecto colateral: como luego muchas parejas
atestiguaron, durante aquellas noches de verano, tendidos en la hierba y
mirando al cielo, tuvieron sus primeras experiencias sexuales.)
En ese clima de
tensión prebélica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética , en el
Pentágono se reclutó un importante equipo de matemáticos y científicos cuya
principal misión era la aplicación de la teoría de los juegos a la estrategia
militar y en el que destacó Herman Kahn. (En su equipo se evaluaban decisiones
del tipo: ¿Qué hacer si hay dos países, A y B, enfrentados y con armas nucleares?
Si el país A decide atacar primero y el B no lo hace, entonces A prevalece y B
es destruido; si ambos atacan a la vez, y teniendo en cuenta el poder de las
armas en juego, los dos serían destruidos; si ninguno ataca, permanece en el
empate, nadie prevalece y la ventaja es que ninguno es destruido.) Poco después
del bombardeo sobre Hiroshima, se crea la RAND (research and development) Corporation y se
nombra para dirigirla a Herman Kahn. Según él mismo dice, su papel es evaluar,
analizar y prepararse para una guerra nuclear. En 1959 publica un libro estremecedor,
Sobre la guerra termonuclear.
Con enorme
frialdad y una lógica aguzada y aplastante, el autor va analizando las
estrategias posibles, desde las más “suaves” a las más “duras” –Policía internacional,
crecientes medidas disuasorias, Primer y efectivo ataque con ilimitado poder de
destrucción. Y después de, en ese mismo orden, ir descalificándolas una a una
por ingenuas e ineficaces, llega a una conclusión: La guerra no es tan
terrible. En el escenario resultante “Los supervivientes no envidiarían a los muertos”. A pesar de la
muerte de millones de seres humanos, muchos de ellos ciudadanos americanos, a
pesar del daño a la industria y a la infraestructura agraria que llevaría a la
sociedad capitalista miles de años atrás, a pesar de las mutaciones genéticas
que los devastadores efectos de las armas nucleares producirían en los humanos,
merecería la pena. El premio sería un nuevo mundo sin comunismo y ¡un paraíso
consumista!
Herman Kahn era
altamente considerado por las instancias políticas y militares de su país. “Se
admiraban su sangre fría y su aproximación coste-beneficio al pensar lo
inimaginable.”
Un libro cuya
lectura no solo sobrecoge por hacernos ver lo próximos al abismo que estuvimos
en el reciente pasado, sino por adelantar una visión de futuro en el que, tal
vez cambiados los principales actores, el escenario se nos antoja terriblemente
parecido.
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