martes, 11 de diciembre de 2012

De como el rey Philip sobrevivió al ataque de los vikingos



Por Javier Guzmán.

A los sesenta años de su largo adiós, (más o menos), Philip Marlowe sigue siendo nuestro contemporáneo. El aniversario, con todo lo diluyente, casposo, necrófilo, pavoroso y hasta chismoso que puede ser un aniversario o fecha fija, necesita un prólogo.

Por eso he decidido empezar por un bestialismo extemporáneo y dejar los fastos del aniversario para una segunda parte, (la parte contratante de la segunda parte), si es que llega o, peor aún, si es que llega a ser necesaria.

Los feroces guerreros vikingos, (por algún lado hay que empezar a desmontar los mitos), no usaban cascos de cuernos. Eran, eso es innegable, unos extraordinarios marinos y unos guerreros brutales. Descolgados desde los gélidos fiordos del norte, arrasaron toda la costa de Europa occidental (incluida la Gran Bretaña por sus dos amuras), se descolgaron Sena arriba, convirtieron París en un fiestongo u ordalía y a la pregunta de, ¿nos quedamos o nos das algo si nos vamos, Charlipetit?, el rey de Francia, Carlos III el Simple, (motes haylos bien coñeros), les regaló la actual Normandía, (nombre derivado de su otro nombre ya latino, hombres del norte o normandos), desde donde iniciaron, algo desbravados, justo es reconocerlo, la última invasión triunfante de Inglaterra, (tierra que a estas alturas no sabemos todavía si es Europa o excepción). Por llegar, llegaron hasta fundar un reino en Sicilia y eso, amigos, queda en casadiós contado en millas marinas desde Helsingor. Pero antes, y durante, su caudillo Olaf arrasó dos veces mi ciudad, Santiago de Compostela, asesinó a todos a todos los niños y ancianos, empezando por el obispo Sisnando, a todos los hombres que sobrevivieron al ataque, y violó con furia hiperbórea a todas las mujeres en edad adecuada, (solo y en compañía de sus otros, de por ahí vienen los gallegos rubios). Todo esto sin mencionar el saqueo de los tesoros de la catedral prerománica y, ya que estamos, prenderle fuego a la ciudad que hay mucha humedad en mi pueblo. Luego, (así es la historia, así es la iglesia), se convirtió al cristianismo y los noruegos actuales lo veneran como San Olaf. El rijoso catolicismo subyace en el tedioso luteranismo. Además, reconocerán, no deja de tener su coña que Olaf al revés se lea Falo.

Basta de preludio, cebo o carnada.

Lo importante era dejar constancia de que los vikingos cuando arrasan es que arrasan de verdad.

Lugar: una biblioteca pública.
Tiempo: diríamos ayer.
Asunto: tertulia literaria sobre novela negra.
Con asombro, (mío), una mayoría significativa de mis compañeros afirmó haberse iniciado en la novela negra con los escandinavos, más concretamente con la trilogía Milenium, (las trinidades siempre han sido muy propensas al misterio), y luego haber continuado por ahí arriba y solo por esos nortes. Algunos hasta juran sin sonrojo no haber leído nunca a Chandler ni a Hammett lo que, con perdón, es como reconocer la iniciación a la ópera con El fantasma de la ópera y no haberse preocupado nunca por oír a Mozart, ¿così fan tutte?, ni a Verdi, ah, la maledizione!

Y más aún, en la primera página del primer documento entregado por la monitora, (trabajo arduo, dicho sea con reconocimiento), bajo el epígrafe “Los imprescindibles”, aparecían obras imprescindibles del género, (pero ni eran todas las que estaban ni estaban todas las que eran) y entre ellas, El sueño eterno, de Raymond Chandler y una colección de relatos previos a su obra maestra, El largo adiós, que, incomprensiblemente, ni aparecía ni se recomendaba. Salvando todas las distancias que queramos correr, es como considerar imprescindibles las novelas ejemplares de Cervantes, que lo son, y no El Quijote que inventa el concepto de imprescindible.

Por tanto, se me hizo imprescindible, un suponer, contar a todos los hombres, mujeres y varones, (ver latín), por qué para mí Raymond Chandler es imprescindible y su personaje, Philip Marlowe, el detective canónico de la literatura sobre el tema.

El atroz resultado es este texto empanada, primera parte no contratante.

A partir del rey Philip, todos los investigadores de ficción se aproximan o huyen de su negra sombra, (lo de huir me parece todavía más homenaje). Y he dicho literatura sobre el tema y no policial porque sería limitar muy mucho el campo de batalla. La novela de espías, (Graham Greene, John leCarré, por citar solo dos muy grandes), entran en el sistema. Y los guiones de cine, (las películas en principio y por principio son una escritura), también son de este mundo y aportan nombres de balbuceo. Faulkner, Hemmingway o Steinbeck, (por citar solo premios Nobel), entraron en el juego.

Raymond Chandler nació en Chicago, (buen lugar para jugar a policías y ladrones), se educó en Inglaterra, (lo que le permitió lucirse con sinuosos juegos de palabras que sus traductores no siempre aprecian), y murió en La Joya, California, muy cerca de la meca del cine negro y en color. Aupado a un buen vivir, las circunstancias de la depresión, y la realidad de la miseria inesperada, le arrastraron por esos mundos sindiós, en una época en que, como todo buen americano de libro, hizo de todo, (bracero en la cosecha de melocotones, cordelero en una fábrica ensambladora de raquetas de tenis). Fue un escritor tardío y de rebote, pues al no poder, ¿o no saber?, hacer otra cosa se dedicó a escribir. A los 49 años no había escrito nada, (o por mejor decir, no había publicado nada), pero siempre había sido un audaz lector voraz. Pasaré a la historia no tanto por lo que he escrito como por lo que he leído, dijo Borges en una de sus tantos ejercicios de falsa humildad. Chandler en el vértice abismal de los cincuenta, devoraba Black Mask, revista, (cita de Alberto Cousté) que estaba revolucionando por entonces el enfoque tradicional de la narrativa policíaca, y en cuyas páginas colaboraba con asiduidad el ya famoso Dashiell Hammett.

El mismo Chandler, el otro padre de la criatura, lo cuenta a su manera:
Es posible que algún día un anticuario de un tipo más bien especial, considere que vale la pena revisar los archivos de las revistas de detectives que florecieron a finales de los años veinte para determinar cómo, cuándo y por qué medios el relato de misterio popular se despojó de sus refinados buenos modales y adquirió reciedumbre. Necesitará tener una mirada aguda y un espíritu abierto. El papel barato jamás soñó con la posteridad y en su mayor parte debe tener ahora un color pardo sucio.
Ese papel barato para la impresión se denominaba en inglés Pulp Paper y sirvió de base para que un tal Tarantino realizase una película ya mítica, Pulp Fitcion, cine grande, gansters de orilla e irreverente humor de sumidero.

El buen Raymond, entre trago y trago, comienza a escribir relatos de detectives porque considera que, entre el humorismo monosilábico de la tira cómica y las sutilezas anémicas de los literatos hay una amplia extensión de territorio en la cual el relato de misterio puede ser, o no, un hito importante

Mucho más tarde, cuando ya sea un autor consagrado, se despachará a gusto con sus antecesores, no debe resultar muy difícil idear un misterio más plausible que El sabueso de los Baskerville o La carta robada. Esto es una declaración de guerra a degüello, dispara nada menos que sobre Conan Doyle, ¡eres un elemental, Sherlock querido!, y Edgar Allan Poe, ni más ni menos, una de las cumbres de la literatura en lengua inglesa, francesa, (gracias a la traducción de Baudelaire), y española, (gracias a la traducción de Julio Cortázar), pero solo muy tangencialmente padre fundador de la novela negra, (a lo sumo de la Poética Negra Oscura casi Gótica).

Al leer esta cita para escribir esto lo que sea, releí a tropezones El enigma de los cuatro, arranque del exitoso Holmes. Tiene tanta consistencia como un colchón de plumas en medio de una galerna del Cantábrico. (Por favor, el crimen lo cometen unos mormones que viajan desde Utah a Inglaterra para realizar una venganza ectoplásmica. Me pido el hueco más caliente del infierno, si alguien es capaz de explicarme con cierta lógica el mecanismo mental que lleva a unas deducciones tan desvertebradas).

Pero he interrumpido a Chandler, perdón, que prosigue imparable, no hay clásicos del crimen y la investigación. Ni uno. Dentro de sus marcos de referencia, que es la única forma en que se lo puede juzgar, un clásico es una obra que agota las posibilidades de su tratamiento y jamás puede ser superado. Ninguna narración o novela de misterio ha logrado tal cosa hasta ahora y muy pocas se acercaron. Y ese es uno de los principales motivos para que personas, en otros sentidos razonables, sigan atacando la ciudadela.

De su asalto a la ciudadela hablaremos en próximas escaramuzas.

5 comentarios:

  1. Magnífico. Javier Guzmán en estado puro.
    Mi reverencia quasi religiosa por Chandler (Y Hammett) me impide añadir una sola palabra a lo escrito.

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  2. Muchas gracias Javier, me has alegrado la noche.

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  3. Pasmoso comentario y entrada extraordinaria. Yo prefiero "El sueño eterno", aunque solo sea por aquel coronel enfermo, un personaje extraordinario y rotundo que necesita del calor "como una araña recién nacida". Pero rompo una lanza por Holmes. Sus misterios serán acrobáticos en su consistencia, no lo niego, y sus razonamientos no siempre verosímiles; pero sus logros no se hallan en el ámbito policial. Más bien en crear un entorno al que siempre es agradable acercarse, ese 221 B de Baker Street, y unos personajes cuya visión del mundo -a veces ridícula- transmite una seguridad ilusoria y conmovedora. El mundo de Chandler es otra cosa, y su prosa un abrelatas social con el que uno puede cortarse la mano si se descuida. He disfrutado mucho con esta entrada y aguardo con expectación la siguiente. Muchas gracias de parte de Dativo.

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    1. Hola Dativo. Ningún arte excluye otro.
      Ni te imaginas lo que yo he disfrutado con Baker Street... pero es un genero ajeno a la novela negra, más bien novela de intriga. Pero, por supuesto, es un testimonio extraordinario de un tiempo, una época, un sistema social y todo eso.
      Mr. Conan, es un triunfador espiritista y el buenazo de Raymond es un borracho perdedor.
      Se nota en sus prosas, aunque las dos se gozan y hasta se glosan.

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  4. Qué gozada de entrada, Javier. Pero no piendo comentar nada hasta leer la segunda parte. Ya estás tardando :)

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