lunes, 7 de noviembre de 2016

Un vendedor de bagatelas, de W. H. Hudson

Por Emilio Gavilanes

Mi amigo Luis Junco y yo compartimos, entre otras cosas, una parecida pasión por W. H. Hudson. Siempre que nos topamos con un libro de Hudson nos tiramos a por él de cabeza. La tierra purpúrea, El ombú, Marta Riquelme y sobre todo Allá lejos y hace tiempo, nos han vuelto incondicionales de este autor.

Hudson nació en la Argentina, en Quilmes, en 1841, y allí pasó toda su infancia y primera juventud. Con treinta y tantos años una enfermedad le llevó a trasladarse a Londres, donde viviría hasta su muerte, en 1922. En Londres escribirá toda sus obras, muchas de ellas ambientadas en la Argentina, razón por la que allí se le considera un clásico nacional, aunque escribiese en inglés. Publicó novelas, cuentos, libros de viaje y de observación de la naturaleza, especialmente de aves, y unas extraordinarias memorias de infancia, el ya mencionado Allá lejos y hace tiempo, en las que recrea su niñez en la Pampa, libro maravilloso del que Conrad dijo que era la mejor prosa de su tiempo.

Este vendedor de bagatelas es una colección de ensayos breves sobre asuntos menores, un poco a la manera de Hazlit, o de nuestro amado Stevenson. En su búsqueda de temas para este libro, el autor se nutre de sus vagabundeos, a pie y en bicicleta, por toda Inglaterra. Habla de perros, de recuerdos de la Pampa, del campo inglés, de pájaros, de cementerios, de bichos menudos (donde muestra su respeto por toda forma de vida; cuenta una muy divertida pelea con un joven por echar viva a una avispa de una sala antes de que el joven consiga matarla), del papel de la bicicleta en la emancipación de la mujer en las primeras décadas del siglo XX (subraya la autonomía e independencia que les proporcionó), de niñas (qué maravillosos los capítulos dedicados a las niñas que conoce en el campo inglés, qué diálogos tan llenos de delicadeza y de humor; recuerda que Lewis Carroll decía que las niñas dejaban de interesarle a partir de los diez años; a él le parece que las niñas pierden la gracia antes, a los 7 años; el apogeo de su encanto, dice, está entre los 5 y los 7 años)...

En uno de los varios capítulos que dedica a historias de hermanos cuenta el caso de una joven que se queda embarazada de un tipo al que conoce en sus paseos por el campo y que se desentiende de ella desde el momento en que le dice que va a tener un niño. Cuando este nace, la muchacha lleva el caso a los tribunales, pues necesita la ayuda del padre. En el juicio aparecen dos hombres iguales, dos gemelos, y a preguntas del juez, la joven confiesa que no puede saber cuál de los dos es el padre. Y el juez, sin más averiguaciones, cierra el caso. Aquí Hudson se muestra indignado y no entiende que un juez haya podido caer en tan estúpida trampa. Esto muestra algo para mí muy valioso: el autor, además de gran escritor, era una buena persona, algo que se cumple siempre con los mejores escritores. Creo que fue Gide quien dijo que la buena literatura no se hace con buenos sentimientos, afirmación que ha hecho fortuna y que repiten mecánicamente multitud de altavoces. A mí me parece que ahí hay un malentendido: sin lo que no se hace buena literatura es sin buenos sentimientos. La mejor literatura se hace con buenos sentimientos. El malentendido creo que está en qué se entiende por buenos sentimientos. Si por buenos sentimientos se entiende alguna ñoñería de moral estrecha, quizá nos pongamos de acuerdo. Pero si por buenos sentimientos se entiende lo que entiende cualquier persona sana, cualquier espíritu poco sofisticado, me temo que no tenemos más que hablar. A veces oímos decir, de tal escritor, que escribe muy bien, pero que es muy mala gente. Yo no me lo creo. O tal escritor no es tan grande o no es tan mala gente.
Hudson, escritor extraordinario, bellísima persona.


(El ejemplar que he leído lo compré en Moyano y tiene un sello con un exlibris de Daniel Devoto y María Beatriz del Valle Inclán, Mariquiña, hija del escritor Valle Inclán. Daniel Devoto fue un escritor argentino, amigo de Zamora Vicente, que hablaba muy bien de él. Devoto fue señalando a lápiz en el libro todas las incorrecciones de la traducción, la mayoría incorrecciones en las que se suelen fijar los filólogos -él también lo era-: régimen preposicional de verbos, posesivos que no deben acompañar a ciertos adverbios de lugar -el famoso "detrás mío", cada vez más extendido-, problemas con la sintaxis -"es por eso que..."-, etc. Hay un punto en el que el traductor habla de un limpiador de chimeneas. Y Devoto anota: "Mariquiña pondría “deshollinador” y tendría razón. Por eso la quiero con el corazón (y con el sombrero) –Poeta anónimo-“.)

2 comentarios:

  1. Estupenda entrada sobre Hudson, Emilio. Gracias. (Y no menos interesante la nota sobre el ejemplar que conseguiste en Moyano.)
    Conocí la obra de Enrique Hudson por ti, y en efecto, me he convertido en un devoto suyo. Él me llevó a Cunningham Graham y a Sergéi Aksakov. Allá lejos y hace tiempo, de Hudson, y Años de infancia, de Aksakov, son los mejores libros de memorias que conozco. Y nada mejor que su lectura para sustentar tu opinión, que apoyo: eran muy buena gente, y son escritores magníficos.
    Luis Junco

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    1. A Aksakov aún no lo he leído. Y de Cunninghame Graham hay que hablar otro día. Merece una entrada aparte. Mi profesor y amigo Juan Manuel González Martel (también discípulo de Zamora Vicente) recuerda haber alcanzado a comprar ejemplares en Moyano de la biblioteca de Daniel Devoto, "lector verdadero", lo llama Juan Manuel, y con razón.

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