Por Emilio Gavilanes
Mi amigo Luis Junco y yo compartimos, entre
otras cosas, una parecida pasión por W. H. Hudson. Siempre que nos topamos con
un libro de Hudson nos tiramos a por él de cabeza. La tierra purpúrea, El ombú,
Marta Riquelme y sobre todo Allá lejos y hace tiempo, nos han vuelto
incondicionales de este autor.
Hudson nació en la Argentina , en Quilmes,
en 1841, y allí pasó toda su infancia y primera juventud. Con treinta y tantos
años una enfermedad le llevó a trasladarse a Londres, donde viviría hasta su
muerte, en 1922. En Londres escribirá toda sus obras, muchas de ellas
ambientadas en la Argentina ,
razón por la que allí se le considera un clásico nacional, aunque escribiese en
inglés. Publicó novelas, cuentos, libros de viaje y de observación de la
naturaleza, especialmente de aves, y unas extraordinarias memorias de infancia,
el ya mencionado Allá lejos y hace tiempo,
en las que recrea su niñez en la
Pampa , libro maravilloso del que Conrad dijo que era la mejor
prosa de su tiempo.
Este vendedor de bagatelas es una colección
de ensayos breves sobre asuntos menores,
un poco a la manera de Hazlit, o de nuestro amado Stevenson. En su búsqueda de
temas para este libro, el autor se nutre de sus vagabundeos, a pie y en
bicicleta, por toda Inglaterra. Habla de perros, de recuerdos de la Pampa , del campo inglés, de
pájaros, de cementerios, de bichos menudos (donde muestra su respeto por toda
forma de vida; cuenta una muy divertida pelea con un joven por echar viva a una
avispa de una sala antes de que el joven consiga matarla), del papel de la
bicicleta en la emancipación de la mujer en las primeras décadas del siglo XX (subraya
la autonomía e independencia que les proporcionó), de niñas (qué maravillosos
los capítulos dedicados a las niñas que conoce en el campo inglés, qué diálogos
tan llenos de delicadeza y de humor; recuerda que Lewis Carroll decía que las
niñas dejaban de interesarle a partir de los diez años; a él le parece que las
niñas pierden la gracia antes, a los 7 años; el apogeo de su encanto, dice,
está entre los 5 y los 7 años)...
En uno de los varios capítulos que dedica a
historias de hermanos cuenta el caso de una joven que se queda embarazada de un
tipo al que conoce en sus paseos por el campo y que se desentiende de ella
desde el momento en que le dice que va a tener un niño. Cuando este nace, la
muchacha lleva el caso a los tribunales, pues necesita la ayuda del padre. En
el juicio aparecen dos hombres iguales, dos gemelos, y a preguntas del juez, la
joven confiesa que no puede saber cuál de los dos es el padre. Y el juez, sin
más averiguaciones, cierra el caso. Aquí Hudson se muestra indignado y no
entiende que un juez haya podido caer en tan estúpida trampa. Esto muestra algo
para mí muy valioso: el autor, además de gran escritor, era una buena persona,
algo que se cumple siempre con los mejores escritores. Creo que fue Gide quien
dijo que la buena literatura no se hace con buenos sentimientos, afirmación que
ha hecho fortuna y que repiten mecánicamente multitud de altavoces. A mí me
parece que ahí hay un malentendido: sin lo que no se hace buena literatura es
sin buenos sentimientos. La mejor literatura se hace con buenos sentimientos.
El malentendido creo que está en qué se entiende por buenos sentimientos. Si
por buenos sentimientos se entiende alguna ñoñería de moral estrecha, quizá nos
pongamos de acuerdo. Pero si por buenos sentimientos se entiende lo que
entiende cualquier persona sana, cualquier espíritu poco sofisticado, me temo
que no tenemos más que hablar. A veces oímos decir, de tal escritor, que escribe muy bien, pero que es muy mala gente. Yo no me
lo creo. O tal escritor no es tan grande o no es tan mala gente.
Hudson, escritor extraordinario, bellísima
persona.
(El ejemplar que he leído lo compré en
Moyano y tiene un sello con un exlibris de Daniel Devoto y María Beatriz del
Valle Inclán, Mariquiña, hija del escritor Valle Inclán. Daniel Devoto fue un
escritor argentino, amigo de Zamora Vicente, que hablaba muy bien de él. Devoto
fue señalando a lápiz en el libro todas las incorrecciones de la traducción, la
mayoría incorrecciones en las que se suelen fijar los filólogos -él también lo
era-: régimen preposicional de verbos, posesivos que no deben acompañar a
ciertos adverbios de lugar -el famoso "detrás mío", cada vez más
extendido-, problemas con la sintaxis -"es por eso que..."-, etc. Hay
un punto en el que el traductor habla de un limpiador de chimeneas. Y Devoto
anota: "Mariquiña pondría “deshollinador” y tendría razón. Por eso la
quiero con el corazón (y con el sombrero) –Poeta anónimo-“.)
Estupenda entrada sobre Hudson, Emilio. Gracias. (Y no menos interesante la nota sobre el ejemplar que conseguiste en Moyano.)
ResponderEliminarConocí la obra de Enrique Hudson por ti, y en efecto, me he convertido en un devoto suyo. Él me llevó a Cunningham Graham y a Sergéi Aksakov. Allá lejos y hace tiempo, de Hudson, y Años de infancia, de Aksakov, son los mejores libros de memorias que conozco. Y nada mejor que su lectura para sustentar tu opinión, que apoyo: eran muy buena gente, y son escritores magníficos.
Luis Junco
A Aksakov aún no lo he leído. Y de Cunninghame Graham hay que hablar otro día. Merece una entrada aparte. Mi profesor y amigo Juan Manuel González Martel (también discípulo de Zamora Vicente) recuerda haber alcanzado a comprar ejemplares en Moyano de la biblioteca de Daniel Devoto, "lector verdadero", lo llama Juan Manuel, y con razón.
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