Triste vejez e inmerecido abandono halló, en Madrid, el Conde de Rebolledo, después de haber sido una de las figuras más influyentes de la milicia y la diplomacia españolas del siglo XVII. Alférez ya a los catorce años, recorrió Italia, Flandes y gran parte de la Alemania actual tomando parte activa –y casi siempre heroica– en numerosos hechos de armas; y, tras haber sobresalido como uno de los españoles más relevantes de la Guerra de los Treinta Años (en la que fue honrado por el emperador Francisco II con el título de Conde del Sacro Imperio Romano), fue nombrado embajador de España en Copenhague, donde entabló una fructífera relación epistolar con la reina Cristina de Suecia (correspondencia que propició, amén de varios logros políticos, la conversión de dicha soberana al catolicismo). Tuvo tiempo, a pesar de esta agitada vida pública, de escribir poemas, discursos en prosa y piezas teatrales; pero el desdén ha caído sobre estas obras al igual que se abatió sobre su propia figura. Abandonado a su suerte en Copenhague (donde se arruinó al costear de su propio bolsillo los gastos de la embajada, pues no recibía dinero desde España), acabó regresando a Madrid ya viejo, pobre, amargado, desengañado del mundo y gravemente enfermo de gota. Y murió en el olvido.
XXXIV.- Bernardino de Rebolledo y Villamizar, Conde de Rebolledo (1597-1676).
Estos suspiros, Lisi, estos acentos,
desnudos de arte, de dolor vestidos,
lisonjas debían de ser de tus oídos,
puesto que indicio son de mis tormentos.
Mas a mover digna piedad atentos,
no bien fueron del alma despedidos
cuando vuelven a ser, por desvalidos,
querelloso embarazo de los vientos.
Segunda vez a ti se han atrevido:
si no fueren del todo despreciados
--en fe de haber tal dueño merecido–,
del tiempo vivirán privilegiados,
venciendo, ya que el tuyo no han podido,
el olvido a que estaban condenados.
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