Por Matías Crowder
Conocí al escritor Emilio Gavilanes en Madrid allá por el 2009. Fue en
una entrega de premios literarios en el Castillo de Manzanares. Vestía como
siempre le vería más tarde, camisa a cuadros, pantalones de jeans, barba de
pocos días. Si bien su rasgo más característico era aquel sosiego y
tranquilidad de su persona con que años más tarde lo definiría con precisión
Andrés Trapiello. Entonces publicaba en La Discreta varios de sus libros.
Recuerdo que me regaló “El Río” y “Una gota de Ambar”. No había
escuchado hablar de él, ni había leído ninguno de sus libros. Me llamó la
atención su sencillez, su calidez al hablar, su falta de “apuro” y aquella
cierta orfandad de ambición mundana tan común a los escritores.
Había algo en él. No se me escapaba. Una inteligencia diferente. Aquello
que se halla en el alma de las personas y de lo que solo obtendremos en vida
pequeños atisbos parecía latir con fuerza desde el fondo de su ser. No recuerdo
que hiciera una sola mención sobre libro alguno, ni sobre escritores,
premios, editoriales. En cambio recuerdo escucharle hablar de la comida, de la
gente de Madrid, de sus hijas, para luego hacerme una y otra pregunta sobre
Argentina.
Leí poco después “La Primera aventura”, y acto seguido le escribí diciéndole
que tenía mucho de Henry Miller, de aquella intensidad, de aquel amor por la
vida. “El Río” era historia, vida, una compilación de relatos extraordinarios. “Un
gota de ámbar” la maquinaria de una bomba literaria. Le publicaría más tarde
Trapiello unos haikus poderosos. Sísmicos.
Desde aquel Madrid de 2009 que le seguía. Su literatura cambiaba con los
años. Se fortalecía. Mutaba en él, él mutaba con ella. Corría por un bosque de
papel, libre, hambrienta siempre, precisa. Una estructura coralina que
comenzaba a emerger, como un iceberg, desde las profundidades. Aún seguía
preguntándome de qué se trata aquello que habitaba en él, esa fuerza que manaba
de su interior, aunque ya
comenzaba a adivinar que tenía que ver con la literatura en estado puro.
No fue sino hasta la lectura de “Breve enciclopedia de la infancia”
cuando lo entendí. Detrás de aquella apariencia simple y de aquel carácter
tranquilo se escondía una monstruo literario, una máquina de narrar. Aquel
libro tenía los tiempos, la profundidad, la calidad, en resumen, la palabra
propia de los monstruos de la literatura. Se lo dije y agradeció el comentario
como si se tratase de un simple cumplido.
Gavilanes trabaja desde una trinchera. En la oscuridad. Oculto del
enemigo, que es la vanidad y que, en todos los escritores, son a la vez ellos
mismos. Enfrentándose a ellos en el papel. En la vida. Los libros, dice, deben
de hacer su propio recorrido. Y allí están los suyos, pasando del boca a boca
de los que le conocen y siguen y, hoy en día, esperan con ansias sus próximas
publicaciones y agradecen a la Discreta el volver a publicar a su hijo pródigo,
esta vez, “Historia Secreta del Mundo”.
Además de las obras citadas, Emilio Gavilanes también ha publicado la novela El bosque perdido (Seix Barral, 2001) y las colecciones de cuentos La tabla del dos (NH, 2004) y El reino de la nada (Menoscuarto, 2014).
Además de las obras citadas, Emilio Gavilanes también ha publicado la novela El bosque perdido (Seix Barral, 2001) y las colecciones de cuentos La tabla del dos (NH, 2004) y El reino de la nada (Menoscuarto, 2014).
Historia secreta del mundo, recientemente editada por Ediciones de La Discreta, será
presentada en Madrid el próximo martes día
26 de mayo, a las 19:30 horas, en la Función Lenguaje (c/Doctor Fourquet,
18-20). Además del autor, participarán en la presentación: el escritor David Torrejón,
representando a la editorial, y José María Merino, escritor y académico de la
Real Academia Española.
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