Comencé
a leer a Fernando Vallejo, novelista colombiano (Medellín, 1942), a través de
su obra más conocida y publicitada, La
virgen de los sicarios. El protagonista,
descreído de su país, vuelve al mismo y se sumerge en su espiral de violencia
desatada. Homosexual, conoce a un muchacho joven y sicario del que se enamora.
Con este joven, miembro de una de las comunas que pueblan la ciudad de Medellín
y que ha participado en multitud de asesinatos por encargo o venganza, el
protagonista recorre las calles administrando, a través de este joven Ángel
Exterminador, su propia “justicia” en una curva exponencial de violencia que no
cesa. El objeto de “su justicia” es la corrompida sociedad colombiana en
general y, en particular, la institución de la Iglesia Católica y el populacho
sin dignidad y rendido a los honores del fútbol, el consumo fácil, la
brutalidad y la violencia indiscriminada. En una de las muchas iglesias de
Medellín hay una virgen que es la patrona de los sicarios: a ella acuden a
pedir su favor, y a ella se acerca el protagonista con sus sicarios enamorados.
Después leí El fuego
secreto, Entre fantasmas, La rambla paralela y quedé conmovido con El desbarrancadero, que, entre las que
he leído, me parece la mejor de sus novelas. Un torrente de humor ácido,
satírico y crítico, cuya fuerza seguramente procede de la propia experiencia
del autor: es un relato autobiográfico. El protagonista llega a su casa, en
Colombia, desde Méjico, después de algunos años de residencia en este país, al
enterarse de que su hermano Darío se está muriendo de sida. En el jardín de esa
casa, mientras le asiste en su enfermedad, los dos hermanos recuerdan lo que ha
sido y es su familia. El tema es realmente dramático, pero la manera contarlo,
ácida y humorada, hace que en muchos momentos acabes riendo a carcajadas.
Vallejo habla del “inmenso andamiaje de hipocresía y
mentira sobre el que se ha construido la vida humana”, y creo que ese es el leitmotiv de su literatura: la denuncia
y el desmontaje de esa engañosa estructura con la palabra. ¿Por qué? ¿Para qué?
Quizás como necesidad. Da la impresión de que con esa acumulación de iconoclastia,
sarcasmo y acidez, más que enterrar por añadidura, se deja al descubierto lo único
que al autor le interesa y que en esta novela parecen ser las verdaderas
figuras de su padre y de su hermano Darío. Y esa es la técnica que utiliza:
como el que se desembaraza de todo lo inútil que rodea y esconde lo único
importante, Fernando Vallejo desentierra las poquitas gemas que se ocultan
entre tanta mentira e hipocresía que genera el mundo.
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