(El pasado día 26 de mayo, en la Función Lenguaje, de Madrid, se presentó Historia secreta del mundo, con la participación del académico y escritor José María Merino, del también escritor David Torrejón y del autor, Emilio Gavilanes. Este último dijo algunas palabras a propósito de su obra, que, por su interés, reproducimos aquí íntegramente.)
Lo primero que tuve de este libro fue el título. El título casi
me dio todo el libro, un libro en el que poder meter el mundo entero. ¿Y a qué
alude el título? ¿En qué sentido el libro es una historia secreta del mundo? No,
desde luego, en un sentido esotérico. No hay órdenes secretas, no hay
templarios, no hay sociedades que se transmiten conocimientos que no deben darse
a conocer a los profanos. Es una historia secreta porque muchos episodios son desconocidos,
momentos no estelares de la humanidad (para decirlo a la manera de Stefan
Zweig), y los que se refieren a episodios o personajes conocidos, están
presentados con la vista fuera de la escena principal. Mirando no al centro,
sino a los alrededores, a los aledaños de la Historia, en busca de episodios y detalles
laterales, secundarios, marginales, pero que quizá sean tan significativos como
los más estelares. También hay personajes humildes y anónimos, y personajes
históricos conocidos, a los que vemos en momentos que no son los culminantes de
sus vidas, o los más conocidos, pero que quizá arrojan tanta luz sobre ellos
como los más conocidos.
Además de la unidad que da la sucesión cronológica, quizá
haya algo más que unifica todas estas historias. Creo que tienen una atmósfera
común y además la voz que cuenta las historias tiene siempre un tono muy
parecido. Todos están dichos en voz baja. En un tono menor. No hay declamacion.
Incluso los referidos a grandes figuras históricas. En ese sentido están cerca
del haiku, que es uno de mis temas favoritos.
¿Este libro tiene antecedentes? ¿Con qué otros libros está
emperentado? Podría reclamar para él unos antepasados nobles, valores
indiscutibles de la mejor literatura. Podría decir que este libro desciende de
las Vidas imaginarias, de Marcel
Schwob, de la Historia universal de la
infamia, de Borges, de algunas de las Historias
de almanaque, de Bertolt Brecht, de La
sinagoga de los iconoclastas, de Juan Rodolfo Wilcock, incluso de las Falsificaciones, de Marco Denevi, libros
que admiro y con los que me he divertido mucho. Y no es que reniegue de ellos.
Es que me parece muy pretencioso adjudicarme tan ilustres antepasados. Además
es que mis textos están emparentados con una literatura más modesta, me parece
a mí. Muchos son fragmentos de novelas de aventuras, de novelas de intriga, de
novelas de ciencia ficción, hasta de tebeos… De géneros menores que están un
poco al margen de la gran literatura. Los textos de esta Historia secreta creo que son familia de la narrativa popular, de
esa literatura en la que las imágenes, los episodios, nos impresionan, o nos
afectan, de una manera distinta, quizá más elemental, más primitiva, que como
impresiona la gran literatura. Y sobre todo este libro está emparentado, es
descendiente directo, de El río, el
primer libro que me publicó La Discreta. Los dos son recorridos por la historia
en busca de episodios desconocidos o de aspectos desconocidos de episodios
conocidos en los que se concentre una época y nos conmuevan o nos lleven a
reflexión. ¿Qué diferencias hay entre ellos? Quizá El río seas más narrativo, contenga más episodios narrativos, y
esta Historia secreta sea más de
atmósfera. Tal vez. No estoy seguro.
A veces me han preguntado por algunas características de
este libro. Por ejemplo, ¿por qué tengo tanta tendencia a la brevedad?
Naturalmente, hay algo de temperamento. Tengo una tendencia natural a la
brevedad. Ya en el colegio hacía redacciones breves. Pero creo que no es solo
eso. Chejov dice en una de sus últimas cartas: “Nada de lo que escribo
últimamente me parece suficientemente breve”. Algo así siento yo. Esa tendencia
mía creo que está en relación con la búsqueda de la unidad mínima narrativa. La
búsqueda de la narración más breve que siga siendo narración y que contenga
elementos significativos. Trato de conseguir los mayores efectos con las menores
causas, con el menor número de palabras. El escritor de textos breves trabaja
como el físico nuclear, que trata de transformar la materia en energía, una
cosa en otra diferente. El escritor intenta que unas pocas palabras (no
olvidemos lo que decía Stevenson: un personaje literario solo es una secuencia
de palabras), el escritor intenta, repito, que unas pocas palabras se
transformen en emociones humanas.
Otra pregunta: ¿Por qué escribo historias tan atroces? Pues
no lo sé. Quizá como exorcismo, para que no me alcancen. Aunque quizá sea otra
la razón. Chesterton dijo una vez: “Sigo prefiriendo las novelas en las que una
persona mata a otra. La muerte es uno de los lazos espirituales más fuertes de
la Humanidad. (…) Un relato en el que no ocurre alguna muerte es un relato sin
vida.” Ahora bien, he podido observar que, aunque algunas de mis historias a
menudo son duras, hasta brutales, creo que siempre hay un fondo de compasión,
de piedad, en lo que se nos cuentan, o en la forma en que se nos cuenta. A lo
largo de toda la variedad de argumentos, todos los relatos comparten –creo- una
visión compadecida, o conmovida, del mundo.
Otra cosa, esta me la he preguntado yo a menudo: En muchas
de estas historias se habla de que tal personaje ignora tal cosa. “Fulano no
sabe que...” “Zutano ignora que...”, se lee con frecuencia. Durante mucho
tiempo me he preguntado por qué. Por qué se dice que los personajes ignoran
algo. Creo que hay dos razones: una, porque para ser plenamente, uno tiene que
ignorarse a sí mismo –algo así dice García Calvo-. Y la otra es que es posible
que con ese procedimiento trato de conseguir un efecto dramático mediante un
mecanismo muy parecido al del suspense, que nos muestra, por ejemplo, cómo
alguien coloca una bomba debajo de una mesa sin que se enteren los que están
sentados a ella. Es decir, el lector o el espectador sabe cosas que el personaje
ignora. Eso crea una tensión que hace que el lector o el espectador no pierda
interés. Supongo que eso en mis cuentos crea ese pequeño efecto dramático que
digo, aunque no sea muy visible.
Más preguntas. Hasta qué punto hace falta conocer bien a
todos los personajes del libro para entender los episodios. ¿Hay que tener
muchos conocimientos de historia? Yo creo que no. He intentado que sean textos
autosuficientes. Me parece que la cultura o la información que hay que tener
para entender plenamente estos textos no debe ser muy grande. Si no sabes que
Darwin es el autor de la teoría de la evolución, puede que no entiendas el
relato de la nieta de Darwin (aunque creo que aun en ese caso, no importa no
saber quién fue Darwin). Hay un texto, por ejemplo, en el que aparece Ignacio
de Loyola, que aún es un mero soldado. Yo no sé casi nada de Ignacio de Loyola.
Me basta con saber que después fue un santo para entender lo que se quiere
expresar ahí. En algunos casos, lo que hay que saber sobre el personaje se dice
brevemente en el texto. Por ejemplo, no hace falta saber hasta qué punto lord
Byron fue una figura conocida e influyente en toda Europa, porque se dice en el
propio texto. Repito que no hace falta una gran cultura para entender estos
textos. Muchas veces he dudado decidiendo dónde ambientar un episodio, en qué
momento. Por ejemplo, en qué guerra. Y siempre he escogido la solución menos
rebuscada.
Por qué se mezclan elementos realistas y fantásticos. Me
parece que el universo es tan complejo que cuando se intenta dar cuenta de él
mediante procedimientos realistas lo que se obtiene es una simplificación. El
realismo está tan alejado de la realidad que se puede considerar una forma de
literatura fantástica. A pesar de su apariencia (pues son bastante figurativos,
por decirlo en términos pictóricos), estos textos no son realistas. Reflejan
más un paisaje mental que un paisaje natural. Están más cerca del expresionismo,
o del simbolismo, que del realismo.
Me parece que es importante señalar aquí que he observado
que en muchos de estos cuentos, como en algunos de otros libros, se producen
revelaciones. No hablo en un sentido religioso. No grandes revelaciones. Sino
pequeñas, modestas revelaciones. Un personaje de pronto tiene la súbita
conciencia de que la vida, el mundo, es otra cosa. La visión súbita de algo
misterioso e inexplicable. Un momento en el que algo o alguien encuentra
sentido. Revelaciones escondidas, un poco en la línea del propio libro, a la
vista de casi nadie, que casi no lo parecen. Esas revelaciones están
relacionadas con el objetivo de la literatura, que en parte es, en mi opinión,
producir emociones, dramatismo, y en parte acercarse el hecho estético, aquello
que Borges definía como la inminencia de una revelación que no llega a producirse
(y a lo que nosotros añadiríamos: ni falta que hace, pues con eso es suficiente).
También me dicen que hay mucha reflexión en mis relatos.
Aquí debo decir algo. La reflexión por
sí misma no me interesa. Soy muy poco filosófico. Intento que esa reflexion esté
integrada en la narración, que no sea un pegote caido en un tejido ajeno. Es
más: intento que la propia narración sea una reflexión. Muchas narraciones que
conocemos son una reflexión. El patito
feo, por ejemplo, es una reflexión.
No sé si todos, pero una gran
mayoría de los textos están redactados en presente. También me han preguntado
por esto. No responde a un plan general. Supongo que es la manera de hacer que
la voz que cuenta sea contemporánea de lo que está contando. De hacer que el
lector esté presente en las escenas, se sienta más cerca.
El libro al principio, o al final, cuando lo acabé, estaba
más equilibrado, en el sentido de que cada época de la historia estaba
representada por un número de páginas parecido. Pero cuando lo corregí en busca
de la versión final, muchos textos se cayeron y dejaron un poco desequilibrado
el libro. Tampoco me preocupó demasiado. Puede que hasta le favorezca. Por
ejempo, hay bastantes hsitorias que se desarrollan en las guerras del siglo XX,
son casi apartados autónomos. Tal vez eso se debe a que es la época que mejor
conozco. Pero también puede ser porque es una época muy representativa de toda
la historia humana.
¿Y por qué salen tantas guerras? La guerra, ya lo he dicho
en otras ocasiones, proporciona al escritor el marco en el que ambientar
historias que fuera de ella quizá no serían verosímiles ni tendrían sentido ni
dramatismo. Las guerras son un territorio lejano, sin reglas, en el que hechos
desmedidos pueden medir nuestras emociones. Un lugar en el que el bien y el mal
extremos son posibles (desde el acto heroico al más miserable) y sobre todo literariamente
verosímiles. Y en el que aún queda mucho margen para que personajes sencillos
se muevan entre medias de esos dos polos. Para un escritor es, me parece a mí,
el lugar ideal para desarrollar ciertos argumentos.
¿Por qué mezclo personajes reales con personajes ficticios?
Creo que introduzco elementos reales para llevar a cabo mis falsificaciones con
más naturalidad, para hacer más creíbles los elementos imaginarios. Pero sobre
todo porque en el fondo todo lo que se cuenta en el libro es ficción. Mentira,
en cierto modo. Y sin embargo, creo que está lleno de verdad. O de realidad. En
literatura a la verdad se llega por la mentira. En el fondo escribir no es más
que un juego, pero es un juego en el que se dicen cosas que nos importan mucho,
un juego bastante serio. Escribir es una forma de reflexionar. Una de las más poderosas.
En cuanto al estilo, o mejor al lenguaje empleado, busco la
naturalidad. Intento que todo parezca fácil. Aunque no lo parezca, escojo mucho
las palabras. Siempre, se sepa o no lo que se va a decir, me parece a mí que se
escribe a pesar de las palabras. Las palabras estorban. Aunque,
paradójicamente, sea en ellas en las que descansa toda la fuerza de una
historia. Quizá estorban durante el proceso. Y una vez concluido son ellas las
que lo sostienen todo. Es muy misterioso.
Y me temo que ya no tengo más que explicar. No sé si la
lectura del libro desmentirá todo lo que acabo de decir.
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