Hace
algún tiempo, una persona que me consideraba mucho como escritor –al menos
hasta ese día– se puso en contacto conmigo para que recomendara a chicos y
chicas de entre 14 y 15 años algunas lecturas. Era una persona preocupada por
el fomento de la lectura en adolescentes, y habiendo investigado algo de mi
currículum –por ejemplo que a esa edad yo había obtenido calificaciones de
matrículas de honor en las asignaturas de Lengua y Literatura en el
bachillerato– pensaba que mi consejo sería muy bueno para los jóvenes.
Le
contesté que, precisamente por mi experiencia de aquellos años, no me sentía
capacitado para hacer esa recomendación. Sí, me habían dado matrícula de honor
en Literatura; pero no por mi brillantez o el provecho que había obtenido de mis
lecturas y estudios literarios, sino porque me había sabido adaptar muy bien a
lo que se me pedía como alumno: en realidad, las lecturas que se me proponían
en el instituto siempre me parecieron infumables y poco o nada saqué de ellas
en aquellos momentos. Para ser sinceros, continué diciéndole, lo único que leía
con gusto en aquella época eran novelitas de la llamada serie B que se
compraban en los kioscos y salían cada semana. Sobre todo estaba
enganchado a las novelas del oeste. Silver Kane, Keith Luger, y cuando me
faltaba alguno de estos dos autores, me conformaba con Marcial Lafuente
Estefanía, que consideraba producto nacional. Más tarde me enteré, con cierta
desilusión, que en realidad todos eran producto nacional, pues detrás de Silver
Kane se escondía Francisco González Ledesma, que era de Barcelona, y que Keith
Luger era un valenciano que se llamaba Miguel Oliveros Tovar. ¿Qué hubiera
dicho mi serio profesor de Literatura –por cierto, un literato muy reconocido–
de saber que a mí El libro del buen amor me
importaba un bledo y que con lo que yo realmente disfrutaba era con Que me entierren donde caiga mi sombrero? Naturalmente,
en aquella época yo ocultaba celosamente este aspecto de mi currículum
literario.
Así pues, ¿qué iba yo a decirles a esos chicos y chicas de 14 y 15 años respecto a
sus lecturas? Siguiendo con lo del oeste, habría quedado muy bien
recomendándoles por ejemplo Al este del
Edén, de Steinbeck, o algo de Faulkner. Pero, honestamente, ese salto lo
hice yo bastante más tarde.
Qué bueno, Luis.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu sinceridad. Yo no caí tan bajo (o tan alto), aunque alguna de Zane Grey debió de caer en mis manos. Yo bebía Los Siete, Los Cinco y Guillermo Brown. Y por supuesto las de la colección Historias Selección de Bruguera, que te contaban la historia con viñetas cada dos o tres páginas a modo de tebeo. Las que más me gustaban me las terminé leyendo completas por curiosidad.
Pero volviendo a la reflexión que tu comentario encierra, ¿no crees que dejaran nada en ti las lecturas obligatorias del bachillerato? Al final tus novelas se parecen más a las de Clarín que a las de Marcial Lafuente. ¿Quizás algún día nos sorprendas con un wetern crepuscular? Por cierto, el fenómeno de la novela popular española de la posguerra es extraordinario y desconocido. Hay un reportaje excelente en Documentos RNE. Este es el enlace. No os lo perdáis. Si no funciona poned "novela popular" en el buscador del programa http://www.rtve.es/alacarta/audios/documentos-rne/documentos-rne-paseo-novela-popular-espanola/897487/#aHR0cDovL3d3dy5ydHZlLmVzL2FsYWNhcnRhL2ludGVybm8vY29udGVudHRhYmxlLnNodG1sP2N0eD0xOTM4JnBhZ2VTaXplPTE1Jm9yZGVyPSZvcmRlckNyaXRlcmlhPURFU0MmbG9jYWxlPWVzJm1vZGU9Jm1vZHVsZT0mYWR2U2VhcmNoT3Blbj10cnVlJnRpdGxlRmlsdGVyPW5vdmVsYSBwb3B1bGFyJm1vbnRoRmlsdGVyPSZ5ZWFyRmlsdGVyPSZ0eXBlRmlsdGVyPSZ1bmRlZmluZWQ9dW5kZWZpbmVkJg==
Pues lo he pensado en varias ocasiones y repito que esas lecturas obligatorias incluso me produjeron rechazo. Creo que la cuestión no estaba tanto en las obras en sí, sino en la oportunidad y el contexto en el que se producía. Y es que los "senderos de lectura" de cada cual es algo muy singular: cada uno tiene que buscar el suyo. El mío pasó por Marcial Lafuente Estefanía.
ResponderEliminarGracias por el enlace, tiene muy buen pinta y lo escucharé cuando tenga un poco más de tiempo. Me parece que reconoce que aquellos escritores de novelas de la serie B eran unos auténticos héroes de la pluma. Escribieron miles de novelas: y no solo del oeste; Luger y Kane también escribían de detectives, y con una amenidad y humor (Luger) envidiables. Eso sí que eran trabajadores de la pluma.
Así es, Luis, casi unos esclavos, diría yo. Y esclavas, porque descubrirás en la nómina de los autores a alguna versátil mujer que se ocupaba de varios de esos seudónimos. Su ritmo de trabajo era sencillamente delirante.
ResponderEliminarGracias por esta emotiva entrada, Luis. Yo nunca leí a esos autores que citas, y tampoco esas lecturas juveniles tan populares que recuerda David (aunque sí era devoto acérrimo de las novelas/cómic de Bruguera, de las que aún conservo varias en casa); y jamás me he arrepentido de mi ignorancia hasta hoy, al saber que tú las recomiendas y que una de ellas se titula "Que me entierren donde caiga mi sombrero". ¡No he leído un título mejor en mi vida!
ResponderEliminarSí; otro "aprovechamiento" que hice de aquellas lecturas era anotar en una libretita los títulos que más me gustaban. Por desgracia, no la encuentro; debo haberla perdido en el trasiego de ir de aquí para allá. Pero uno de los mejores títulos era ése. También recuerdo "Muy alto, muy rubio y muy muerto"... En fin, habría que recoger esos títulos, pues son obras de arte del género.
EliminarEspléndida entrada, Luis. Hacen falta más textos iconoclastas como este. A mí también las clases de literatura que recibí a esa edad me alejaron de la lectura de libros "literarios". Mi gusto por los géneros periféricos procede de aquellas clases nefastas.
ResponderEliminarYo leí -o empecé a leer- una novela de Estefanía. En la página 10 iban 73 muertos. Lo dejé, porque llegó un momento en que morir y matar no significaban nada. No había dramatismo, tan habitual era la muerte.
Otro de los escritores que utilizaron pseudónimo para escribir (en este caso por motivos políticos) novelas del oeste fue el magnífico periodista Eduardo de Guzmán, que firmaba como Edward Goodman.
Emilio
Yo creo que mi pasión por los libros en parte viene por esas novelas que me prestaba mi abuelo cuando tenía unos diez años y me sentaba con él a leerlas en la casa del pueblo.
ResponderEliminarEs curioso cómo se presentan las casualidades. En una visita a casa de mi madre, me dice que está leyendo una novela antigua, que le está gustando mucho. Tiene por título "Crónica sentimental en rojo" y fue Premio Planeta en el año 1984. El autor, Francisco González Ledesma. Y de inmediato me viene al recuerdo Silver Kane. Y en efecto, es él, uno de mis escritores favoritos de la serie del Oeste, que cito en esta entrada. No sabía que había ganado este prestigioso premio literario. Y tampoco que murió recientemente, en el 2015.
ResponderEliminarFrancisco González Ledesma es autor de un puñado de novelas policiacas de culto, una de ellas una novela corta, El adoquín azul, espléndida. Es también el padre del periodista Enric González, de uno de cuyos libros (Historias del Calcio) se ha hablado aquí.
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