martes, 5 de agosto de 2014

Los otros clásicos XXVIII - Juan Bautista de Mesa


Don Juan Bautista de Mesa, casi coetáneo riguroso de Cervantes, conforma una de las singularidades más llamativas del “grupo antequerano-granadino”. Hombre de amplia formación humanística, ejerció de escribano –otros dicen que de notario– en su Antequera natal, al tiempo que consagraba sus inquietudes intelectuales a la traducción de clásicos latinos. Su primera “rareza” estriba en que no fue poeta –soldado, ni poeta– clérigo ni poeta– profesor, como la inmensa mayoría de los vates de su tiempo; y otra originalidad suya es que desembocó muy tarde en la poesía, ya en plena madurez (“poeta de senectud”, le llama Juan Bautista Martínez, uno de los pocos estudiosos de su obra), rodeado de jóvenes nacidos en generaciones posteriores (como Pedro de Espinosa), el más conocido de ellos, que era treinta y un años más joven). Entre el reducido corpus lírico de Mesa que ha llegado hasta nuestros días (ocho sonetos, un madrigal, una canción y un romance), sobresale este hermoso poema en el que el autor, recogiendo el tópico  virgiliano del ruiseñor que trina sus penas de amores (también reelaborado por Petrarca), compara el dolor con el de la avecilla, y concluye que el suyo no tiene remedio, pues el desdén de su dama alcanza cotas inmutables de dureza.

XXVIII.- Juan Bautista de Mesa (1547-1620).

Si al viento esparces quejas en tu canto,
amante ruiseñor, y no has podido
inclinar a piedad el sordo oído
de tu querida, no te cause espanto:

¿Qué mucho, aunque bien cantas y amas tanto,
que el canto y el amor hayas perdido,
si, como yo, te ves aborrecido,
pues yo amo y lloro, y pierdo amor y llanto?

Consuélate en mi mal y el bien espera,
que solo yo en mi mal es bien presuma
que con mi fe compita en ser constante;

al fin amas tú a un ave, yo a una fiera:
tú un pecho –presto– mudarás, de pluma;
yo, tarde o nunca, un pecho de diamante.

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