A don Francisco López de Zárate le honran en la Corte con el sobrenombre de “el Caballero de la Rosa”, por el pulquérrimo soneto que en su día dedicara a la fugaz belleza de esta flor. Pero, en el momento de escribir este otro poema, don Francisco López de Zárate no está para muchos “juegos florales”: en plena vejez, acaba de cumplir años después de haber sobrevivido con gran zozobra a una grave dolencia, y se atormenta al experimentar, en vez del sereno sufrimiento que debiera predisponerle resignadamente para el viaje postrimero, una inusitada vitalidad y unas inmoderadas ganas de reír (¡de vivir!). Don Francisco López de Zárate, formado en pleno furor contrarreformista con ideas, de tan desfasadas ya, más bien medievales –como la de que estamos aquí solo de paso (homo viator) y la de que hemos venido al mundo únicamente a llorar (lachrymarum valle)–, sufre una honda crisis de conciencia por saberse incapaz de vivir, interior y exteriormente, ese cristianismo de luto, llanto y padecimientos que, según le han enseñado, es el que se le adeuda a Dios. Y lo expresa de forma tan honda y desgarrada, a la par que serena, que incluso los que no compartimos para nada su lúgubre religiosidad sentimos un raro estremecimiento cada vez que leemos y releemos este soneto.
VIII.- Francisco López de Zárate (1580-1658).
¡Un año más, Señor, con tanto día,
y con minuto tanto, tanto, tanto…!
¡Y en risa tan continua, siendo el llanto
lo que incesablemente se os debía!
¡Perdidos lustros! Y la escarcha fría
(como ya en tiempo) ocupa sin espanto
la cabeza y el rostro, y el quebranto
desune partes que el vigor unía.
Casi al último polvo reducido,
donde no habrá más paso, aunque la fama
lo pretenda en pirámide o coloso…
¿tan ya sin mí, que estoy de mí en olvido?
¿Tan ya no yo, que soy quien más me infama?
¡Mostrad en mí el poder de lo piadoso!
Es verdad que le sobra y lo apolilla un pelinín de "in hoc lachrymarum valle"; pero esos dos versos del último terceto, con el prodigioso paralelismo "¿Tan ya sin mí...? / ¿Tan ya no yo...?" sustentado en balbucientes monosílabos y en esa incrédula interrogación horrorizada, bastarían por sí mismos para justificar a su autor merecidísimo acceso al Parnaso.
ResponderEliminar¿Y ese segundo endecasílabo, Dativo, en el que cada "t" aliterante cae, golpeando metódica e inexorablemente, como tic-tac seco del segundero de un reloj antañón, pero exactísimo: "Y con minuto tanto, tanto, tanto"?
ResponderEliminar