En el inicio de
una novela, como Advertencia, puede leerse lo siguiente:
A la hora de escribir no puedo sustraerme al recuerdo
de lo que he pensado, a lo que he escuchado, a lo que he vivido. Con la
memoria, la imaginación crea imágenes y cuadros que quedarían destruidos si se
decide enfrentarlos a la realidad.
Estimado lector: esto es una novela, una obra de mi
imaginación. Cualquier intento de equiparar ficción y realidad supondría
aniquilar ambas cosas.
Yo creo esto
firmemente.
No hace mucho
leí uno de los últimos libros de Alice Munro que aún tenía pendiente, Demasiada felicidad (Ed. Lumen, 2010), y
en uno de los relatos que lo componen, Ficción,
puedo sacar, con meridiana claridad, esta misma conclusión.
Pido disculpas
si desentraño demasiado la trama. No me gusta hacerlo. Pero, en este caso y
para explicar esta interpretación, es necesario. (En todo caso, si alguien
desea leer primero el relato y/o no seguir con la lectura, aquí puede hacerlo.)
Joyce y Jon
viven como pareja en Rough Rivers; ella enseña música en colegios y él repara y
construye muebles. Acogiéndose a un programa gubernamental que subvenciona la
contratación de aprendices, Jon contrata a Edie, una joven madre soltera con
una niña a su cargo, y comienzan los problemas. Pues de la noche a la mañana y
sin que nada pudiera anticiparlo, Jon y Edie se enamoran. Al principio, Joyce
quiere convencerse de que se trata de una tontería: la ingenuidad de una y la
poca experiencia con las mujeres del otro; pero la situación se hace
insostenible. Joyce decide mudarse a un apartamento, mientras la que hasta
entonces había sido su casa es ocupada por Jon, Edie y la hija de ésta. Durante
un tiempo, Joyce lucha contra este estado de cosas, y con el pretexto de que
sigue impartiendo clases de música a la hija de Edie, mantiene a través de la
niña un vínculo con la que había sido su casa. Pero los hechos acaban con sus
esperanzas de recuperar a Jon.
Pasa el tiempo y
los años deshacen parejas y componen otras nuevas. Joyce se ha casado con Matt, un
renombrado sicólogo divorciado en dos ocasiones anteriores, y viven en North
Vancouver. En la fiesta del sesenta y cinco cumpleaños de Matt, Joyce conoce a
una chica joven, esposa del amigo de uno de los hijos de Matt, que le recuerda
a alguien. Le dicen que se llama Christie O´Dell y que acaba de publicar su
primer libro de relatos. Intrigada por saber a quién le recuerda esa chica,
Joyce compra el libro y comienza a leerlo. En la solapa del libro lee que la
autora ha crecido en Rough Rivers.
(Aquí hay otro
estupendo momento del relato. Matt, el racional marido, dominador intelectual
en la pareja, se interesa por lo que ella está leyendo. Y Joyce, con cierto
pudor, le contesta algo así como: “Nada. Solo es ficción”. )
Bien. Lo cierto
es que Joyce se pone leer el libro y descubre que lo que se narra allí es la
historia de una niña que adora a su profesora de música, que parece desvivirse
por ella continuamente, hasta que se da cuenta de que está siendo utilizada. La que quiere la profesora de música es recuperar a su marido, ahora pareja de la
madre de la niña. Es decir, lo que se narra es la propia historia de Joyce.
Christie, la autora del libro, es la hija de Edie.
Dispuesta a
descubrirse, Joyce decide presentarse el día que Christie firma ejemplares de
su libro en una librería. Además de con el ejemplar, Joyce se presenta con una
caja de los chocolates por los que la niña tenía predilección. Y cuando después de hacer la
correspondiente cola se encuentra cara a cara con la chica, ya no le parece
tanto la hija de Edie. Y para colmo, ésta, Christie, no muestra la menor señal
de reconocerla, a pesar de los comentarios y alusiones de Joyce. A ésta le
parece que la persona que tiene delante y la que escribió en primera persona
aquel relato no son la misma persona. “Como si fuera algo con lo que ella nada
ha tenido que ver. Algo de lo que se ha desembarazado y dejado sobre la
hierba.” A Joyce tienen que moverla para dar paso a la persona que le sigue en
la cola.
La realidad y la
ficción son dos mundos diferentes, independientes, no pueden mezclarse. Hacerlo
siempre produce cuando menos confusión. El asombro de Joyce y su expresión de
perplejidad son muestras de eso.
Para cerrar el
círculo, Joyce piensa que algún día transformará el asombro que le ha causado
esta experiencia en un relato de ficción.
Una entrada excelente, Luis. Gracias por esta sutil reflexión sobre el substrato último de la narración (¿memoria?,¿tradición?, ¿invención?). Y gracias también por descubrirme la valía de esta escritora, cuya obra desconozco.
ResponderEliminarHe leído el principio y el final de tu entrada, Luis. No me va a quedar más remedio que leerme el cuento antes de leer lo de en medio.
ResponderEliminarMerece la pena leer a este escritora canadiense, original y de larga trayectoria, creo que un poco mayor que la otra canadiense, Margaret Attwood, (no sería raro encontrar el nombre de alguna de las dos como Nobel de Literatura en los próximos años) y de igual o mayor calidad.
ResponderEliminarAdemás de este libro, recomiendo “La vida de las mujeres”, un libro que –aludo a una entrada en este blog de David- es imposible imaginar que no haya sido escrito por una mujer.
Ya es mala suerte, Luis, pero esta excelente entrada tuya sobre Alice Munro viene a coincidir en el tiempo, prácticamente, con esta noticia que leo hoy en El Mundo:
ResponderEliminar"Alicia Munro deja de escribir.
La escritora canadiense Alice Munro, considerada desde hace años una firme candidata al Nobel de Literatura, ha anunciado su retirada. "Probablemente no vuelva a escribir", aseguró la escritora de 81 años, habitualmente reacia a hablar con los medios, en una entrevista con el diario canadiense 'National Post'. Hace unos meses ya insinuó que 'Mi vida querida', su trabajo más autobiográfico, podía ser su último libro.
La escritora dice estar muy satisfecha con la decisión: "Estoy muy contenta. No es que no amase la escritura, pero uno llega a una fase en la que piensa diferente".
Caramba. Nada sabía al respecto. Tiene que haber sido una decisión difícil para una escritora de esa categoría. Cuando llega el momento, hay que saber retirarse con dignidad, y sé que esta mujer así lo ha hecho. Sirva, pues, esta entrada de Náufragos como homenaje a una mujer que nos ha dejado unos libros inolvidables.
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