martes, 23 de octubre de 2012

Dante en la calle


La semana pasada tuvimos la oportunidad de asistir a un hecho inusual y, en mi opinión, ejemplar. Con objeto de llamar la atención sobre la precariedad a que las autoridades educativas están llevando a la enseñanza universitaria, un grupo de alumnos junto al profesor del Departamento de Filología Italiana de la Complutense, Juan Varela-Portas de Orduña, se reunieron bajo un puente para llevar a cabo su clase: el que está en la confluencia de la calle Juan Bravo con la Castellana.  Y allí, a las cuatro de la tarde, se congregó una buena cantidad de gente –además de los alumnos, también asistieron otros profesores, medios de comunicación y gente curiosa que venía a propósito o pasaba por allí (unas doscientas personas, según la prensa)– para escuchar la disertación del profesor Varela-Portas que trató sobre la Canción de la avaricia, de Dante Aligheri.

Pero más allá del hecho reivindicativo en sí –que, como decía, me parece que era el objetivo principal de la convocatoria–, hubo algunos aspectos, en apariencia secundarios, que me parecieron dignos de resaltar porque ponen de manifiesto la ejemplaridad que señalé al principio.

El primero, el contenido de la lección. El profesor Varela-Portas, buen profesor y comunicador, supo adaptarse a las condiciones y los tiempos y durante casi dos horas –el tiempo de un partido de fútbol– acercó el pensamiento del poeta florentino de hace siete siglos a un auditorio que en ningún momento demostró decaer en su interés. Por mi parte, interrumpido en varias ocasiones por los medios de comunicación que al ver a alguien “madurito” pretendían entrevistarlo, perdí el hilo en varias ocasiones. De todo lo interesante que allí se dijo, me quedé con una incertidumbre de Dante –él, del que se decía saberlo todo–: la de no saber hasta dónde llegaría el ser humano en ese irracional impulso por acumular riqueza.  (¡Ay, si ahora el poeta hubiera levantado la cabeza! Sus cantos del Inferno se le hubieran quedado muy escasos.)

El segundo aspecto se refiere a los asistentes.  Entre estos, además de los antes reseñados, hubo algunos que eran propios del lugar, quiero decir: de los de “debajo del puente”, que suelen habitar en estas zonas de las grandes ciudades y que en estos tiempos se incrementan. Por su aspecto y actitud –antes del acto hablaban o discutían en un tono bastante elevado– eran de esos que, yo, acostumbrado a la docencia y a detectar al inicio del curso alumnos de estas características, me suelo decir “uf, aquí hay problemas” y casi siempre me equivoco. También me equivoqué en esta ocasión, porque estas personas, después de eludir a una locutora de televisión que quería entrevistarles con un rotundo “Nosotros no somos de esta guerra”, se acercaron y acabaron sentándose entre los alumnos. Y allí permanecieron las casi dos horas que duró la disertación, respetuosos, atentos, y, como suele decirse, bebiéndose casi sin pestañear las palabras del profesor Varela-Portas.

Y no puedo dejar de añadir como asistentes, en este marco “de clase abierta”, a los policías. Al principio vi dos furgones policiales en la Castellana, y un grupo de policías a “distancia bretchiana” (como describió, con su habitual agudeza, nuestro amigo José María Alfaya, también presente). Pero me pareció que poco a poco este grupo se iba acercando –¿fue solo una impresión mía?– a distancia suficiente para escuchar y formar, pues, parte del auditorio.

Por último, una sentida reflexión del profesor Varela-Portas al final de su clase y que al desvelarla espero no abusar de su confianza:
Cuando ya los medios de comunicación se retiraban, se me acercó un señor como de cincuenta y muchos años o sesenta, y me dijo: “Muchas gracias, profesor. Me ha gustado mucho su clase. Se lo agradezco mucho porque ha sido mi primera clase universitaria”. Eso me emocionó.
Y también es la principal consecuencia que yo he sacado de esta experiencia. Por encima de prejuicios elitistas, la universidad y sus contenidos pueden y deben acercarse a la gente de la calle.

(Ojo. Como algunos suelen aprovechar y coger el rábano por las hojas, no se confunda lo dicho anteriormente con esa última práctica de las autoridades educativas de “poner a muchos profesores universitarios en la calle”.)

6 comentarios:

  1. No pude ir pero pude seguir la extraordinaria repercusión en medios de un acto al que apenas acudieron sesenta personas. Interesante lección también para los expertos en "publicity". Enhorabuena a todos.

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    1. Bueno, según El País había 200 personas, pero en realidad creo que fueron unas 150. Eso sí, bastante más de sesenta. En todo caso, lo que dice David es cierto.

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  2. Le lección de un maestro en toda regla. Enhorabuena muy sentida.

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  3. Ups!
    Perdón por cálculo erróneo a partir de las fotos. No quiero parecer la Delegación del Gobierno.

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  4. Yo tampoco pude ir pero excelente Juan Varela como siempre. Por ese dante valiente y luchador y esos maestros que nos siguen enseñando que hay formas diferentes de enseñar

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