La semana pasada tuvimos la oportunidad de asistir
a un hecho inusual y, en mi opinión, ejemplar. Con objeto de llamar la atención
sobre la precariedad a que las autoridades educativas están llevando a la
enseñanza universitaria, un grupo de alumnos junto al profesor del Departamento
de Filología Italiana de la Complutense, Juan Varela-Portas de Orduña, se
reunieron bajo un puente para llevar a cabo su clase: el que está en la
confluencia de la calle Juan Bravo con la Castellana. Y allí, a las cuatro de la tarde, se congregó una buena
cantidad de gente –además de los alumnos, también asistieron otros profesores,
medios de comunicación y gente curiosa que venía a propósito o pasaba por allí
(unas doscientas personas, según la prensa)– para escuchar la disertación del
profesor Varela-Portas que trató sobre la Canción
de la avaricia, de Dante Aligheri.
Pero más allá del hecho reivindicativo en sí –que,
como decía, me parece que era el objetivo principal de la convocatoria–, hubo
algunos aspectos, en apariencia secundarios, que me parecieron dignos de
resaltar porque ponen de manifiesto la ejemplaridad que señalé al principio.
El primero, el contenido de la lección. El
profesor Varela-Portas, buen profesor y comunicador, supo adaptarse a las condiciones
y los tiempos y durante casi dos horas –el tiempo de un partido de fútbol–
acercó el pensamiento del poeta florentino de hace siete siglos a un auditorio
que en ningún momento demostró decaer en su interés. Por mi parte, interrumpido
en varias ocasiones por los medios de comunicación que al ver a alguien
“madurito” pretendían entrevistarlo, perdí el hilo en varias ocasiones. De todo
lo interesante que allí se dijo, me quedé con una incertidumbre de Dante –él,
del que se decía saberlo todo–: la de no saber hasta dónde llegaría el ser
humano en ese irracional impulso por acumular riqueza. (¡Ay, si ahora el poeta hubiera
levantado la cabeza! Sus cantos del Inferno
se le hubieran quedado muy escasos.)
El segundo aspecto se refiere a los asistentes. Entre estos, además de los antes
reseñados, hubo algunos que eran propios del lugar, quiero decir: de los de
“debajo del puente”, que suelen habitar en estas zonas de las grandes ciudades
y que en estos tiempos se incrementan. Por su aspecto y actitud –antes del acto
hablaban o discutían en un tono bastante elevado– eran de esos que, yo,
acostumbrado a la docencia y a detectar al inicio del curso alumnos de estas
características, me suelo decir “uf, aquí hay problemas” y casi siempre me
equivoco. También me equivoqué en esta ocasión, porque estas personas, después
de eludir a una locutora de televisión que quería entrevistarles con un rotundo
“Nosotros no somos de esta guerra”, se acercaron y acabaron sentándose entre
los alumnos. Y allí permanecieron las casi dos horas que duró la disertación,
respetuosos, atentos, y, como suele decirse, bebiéndose casi sin pestañear las
palabras del profesor Varela-Portas.
Y no puedo dejar de añadir como asistentes, en
este marco “de clase abierta”, a los policías. Al principio vi dos furgones
policiales en la Castellana, y un grupo de policías a “distancia bretchiana”
(como describió, con su habitual agudeza, nuestro amigo José María Alfaya, también
presente). Pero me pareció que poco a poco este grupo se iba acercando –¿fue
solo una impresión mía?– a distancia suficiente para escuchar y formar, pues,
parte del auditorio.
Por último, una sentida reflexión del profesor
Varela-Portas al final de su clase y que al desvelarla espero no abusar de su
confianza:
Cuando ya los medios de comunicación se retiraban, se me acercó un señor como de cincuenta y muchos años o sesenta, y me dijo: “Muchas gracias, profesor. Me ha gustado mucho su clase. Se lo agradezco mucho porque ha sido mi primera clase universitaria”. Eso me emocionó.
Y también es la principal consecuencia que yo he
sacado de esta experiencia. Por encima de prejuicios elitistas, la universidad
y sus contenidos pueden y deben acercarse a la gente de la calle.
(Ojo. Como algunos suelen aprovechar y coger el
rábano por las hojas, no se confunda lo dicho anteriormente con esa última
práctica de las autoridades educativas de “poner a muchos profesores
universitarios en la calle”.)
Excelente "la lección" de Juan Varela.
ResponderEliminarNo pude ir pero pude seguir la extraordinaria repercusión en medios de un acto al que apenas acudieron sesenta personas. Interesante lección también para los expertos en "publicity". Enhorabuena a todos.
ResponderEliminarBueno, según El País había 200 personas, pero en realidad creo que fueron unas 150. Eso sí, bastante más de sesenta. En todo caso, lo que dice David es cierto.
EliminarLe lección de un maestro en toda regla. Enhorabuena muy sentida.
ResponderEliminarUps!
ResponderEliminarPerdón por cálculo erróneo a partir de las fotos. No quiero parecer la Delegación del Gobierno.
Yo tampoco pude ir pero excelente Juan Varela como siempre. Por ese dante valiente y luchador y esos maestros que nos siguen enseñando que hay formas diferentes de enseñar
ResponderEliminar