La
idea del multiuniverso, es decir, la presencia de universos paralelos al
nuestro, quizás tuvo su origen en Andrei Linde y la teoría de la inflación del
universo (en muy poco tiempo éste se hinchó en una magnitud comparable al
universo observable hoy), quien visualizó que ese mecanismo inflacionario
ocurre constantemente, en lugares al azar tanto en tiempo y espacio, dando
lugar a espontáneos alumbramientos. Como el proceso es aleatorio, de vez en
cuando se producirá una burbuja en la que la inflación dura lo suficiente como
para crear un universo, de modo que los big bangs se suceden continuamente, con
universos brotando de otros universos. En cada uno de esos universos las leyes
de la física pueden ser totalmente o ligeramente distintas de las que gobiernan
el nuestro.
Pues
bien, en el año 1972, Isaac Asimov escribió un relato, Los propios dioses, que sorprende por su clarividencia y
anticipación a las consecuencias de lo que suponen estas ideas hoy tan
aceptadas entre físicos y cosmólogos.
La
historia de Asimov tiene lugar en el año 2070, en una tremenda crisis
energética que cuestiona la vida en el planeta. Un científico, Frederick
Hallam, descubre casualmente que muestras de tungsteno 186 se convierten
espontáneamente en plutonio 186, elemento que debería ser inestable en nuestro
universo, liberando grandes cantidades de energía en forma de electrones.
Hallam construye entonces una bomba de electrones que supone para la humanidad
una energía gratis e ilimitada, y para el físico su encumbramiento. Sin
embargo, tanto Hallam como algunos otros científicos de su entorno ya se han
dado cuenta de que nada de esto es casual. El plutonio 186 es estable porque
procede de otro universo en el que la fuerza nuclear tiene la intensidad
necesaria para resistir la repulsión de los protones, y ese trasvase de materia
está planificado por inteligencias de ese parauniverso. Debido a que la fuerza
nuclear es más intensa que en el nuestro, sus estrellas agotan el combustible
en poco tiempo. Su universo agoniza y es por ello por lo que cambian el para
ellos inútil plutonio por tungsteno 186, que les permite fabricar una bomba de
positrones con la que compensar la mengua de energía de sus soles. Son
conscientes del peligro que supone para nuestro universo el paulatino
incremento de la fuerza nuclear –en poco tiempo podría hacer explosionar una
parte o la totalidad del universo–, pero se trata de la supervivencia del suyo.
Y también parte de la comunidad científica incluyendo al propio Hallam se dan
cuenta del peligro. Pero ya es tarde. La ambición y sobre todo una humanidad
acostumbrada al uso ilimitado y gratuito de la energía, parecen impedir una
vuelta atrás. Ni siquiera los propios dioses –en alusión a una obra de
Schiller– son capaces de lidiar con la estupidez humana.
No
quisiera desentrañar más la trama, y mucho menos desvelar su conclusión. Baste
decir que el final tiene que ver con el alumbramiento de nuevos universos.
Porque, en un escenario de múltiples universos, como contempla ya hoy la
cosmología y la física moderna, ¿sería extraño que el nacimiento del nuestro
proviniera de inteligencias de algún otro?
Amigo Luis, el camino que nos señala la obra de Asimov es el mismo o parecido que el que quieren dibujar e implantar un plutocracia económica y política a los que la ambición y la codicia les ciega totalmente. Ello les hace poner en peligro nuestro planeta y parte del universo. Tendríamos que atarlos corto las personas que aún conservan el sentido común.
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