He gozado de muchas conversaciones que
revoloteaban por una película inolvidable: Las aventuras de
Jeremías Johnson, de Sydney Pollack (1972). Es una de las pocas
que me han procurado la sensación de deslizarme por el tiempo que se
narra, los años que Jeremías Johnson pasa en las Montañas Rocosas
aprendiendo a sobrevivir, a amar, a odiar y a perdonar. Con mi amigo
Juan Luis Cobo, múltiples frases de la película se han conformado
en contraseñas secretas, en citas sorpresa cuyo reconocimiento
tácito es tan inmediato como gratificante. Siempre polivalentes,
como versículos de un evangelio salvaje.
Pues bien, cuando me enteré de que se
había publicado por fin en España la novela que dio origen a la
película, me faltó tiempo para conseguirla y zampármela a lo largo
de tres noches escogidas. La sorpresa no fue pequeña. Poco o casi
nada de la novela se puede reconocer en esa película que me sé casi
de memoria. Apenas un puñado de frases, y no de las más memorables,
el apunte de algún personaje, o la inspiración de escasos momentos
de la trama. Ni siquiera su protagonista es nuestro Jeremías, sino
Sam Minard, un trampero —o Mountain Man— que sólo
tangencialmente coincide con el mejor personaje que jamás
interpretara Robert Redford. Ambos personajes, Minard y Johnson,
toman como referencia la vida de otro singular aventurero, John
Comehígados
Johnson, que, según la leyenda, mató a los
indios Crow que asesinaron a su mujer e hijo, y devoró sus
hígados para enfatizar su fiera venganza. También el libro de
Raymond W. Thorp y Robert Bunker, Crow killer, es una fuente
del guión; pero no conozco la obra.
El Sam Minard de la novela no tiene
nada que ver con los Johnson. De hecho, es un voraz y elaborado
gastrónomo cuyas apetencias culinarias se decantan por la carne del
bisonte o del uapití, el enorme ciervo americano, además de las
numerosas especies animales y vegetales de los linderos de
Yellowstone. Nada de hígados crow. Del libro bien se podría
extraer un apetitoso número de recetas, tan remotas como sugerentes,
acerca de las maneras más sensatas de asar la carne o preparar
salchichas o panecillos. Explora incansablemente el mundo de los
sentidos. Adquieren especial consistencia y protagonismo los sabores,
los olores, los sonidos, las sensaciones físicas que se traducen en
emociones del hombre sensitivo y sensible. Sam conjuga su oído y
olfato para afrontar las penalidades de la supervivencia, para
procurarse caza, o evitar que lo cacen a él. Sabrá, por ejemplo,
ocultar su presencia en territorio hostil revolcándose en salvia o
en humo de hierbas aromáticas. Y la historia de amor entre Sam
Minard y Lotus, su joven squaw comprada a los flatheads,
compone otro repertorio de goces físicos entreverados de placeres
espirituales. Sam quiere compartir con su mujer no sólo su lecho,
sino sus percepciones y su filosofía.
Además, el buen Sam Minard es un
melómano inusitado, capaz de enhebrar con su armónica a Beethoven
con Corelli, por poner un ejemplo, y celebrar de manera casi
pitagórica o frayluisiana la oculta música de la naturaleza, el
canto delicado del sinsonte o el desatado estruendo de la tormenta.
Sam Minard es, además de un hombre de aventura, un bon vivant
de la vida agreste, un filósofo vital de lo efímero, alguien que
hace del Carpe diem un catecismo riguroso y una continua
celebración de la vida.
Al mismo tiempo, el sorprendente Minard
combina y contrasta su alegría de vivir con cierto fatalismo
darwinista. Todas las criaturas vivas son depredadoras o víctimas, y
ello no excluye a los hombres y sus miserias. Su libertad
irrenunciable y su paladeo vital pueden verse truncados el mejor día
por una flecha o unas fiebres, y en cualquier caso el horizonte de la
existencia no es eterno. Admira la lucha por la vida, tanto en las
bestias como en los hombres, y es capaz de conmoverse tanto por dos
ciervos luchadores trabados por las cornamentas y cercados de lobos,
como por el valor de un joven crow decidido a matarlo a él
mismo, armado únicamente con su cuchillo y su ansia juvenil de
gloria. La venganza, tema central de las tres historias (la fílmica,
la novelística y la legendaria), ocupa buena parte del libro, así
como los conflictos internos del hombre bueno de la montaña, el buen
salvaje ilustrado y melómano, abocado al deber sagrado de cobrar con
sangre la sangre de los seres queridos injustamente vertida.
También sorprenderá al lector la
inmensa importancia de otro personaje que en la película aparece más
relegado: Kate Bowden, la “mujer loca”, que pierde a su familia a
manos de los indios pies negros, y que consagra su existencia a la
delirante comunión diaria con sus difuntos. Este personaje adquiere
una importancia fundamental, al configurar para Sam Minard —y para
el lector— un poderoso y sufriente contraste, y encarnar la idea de
la familia perdida, el dolor inmenso de la mutilación afectiva.
He de decir que leyendo el libro he
admirado aún más la sabiduría de los guionistas de Jeremías
Johnson, John Milius y Edward Anhalt. Supieron construir una
narración autónoma e independiente, con diálogos breves y exactos,
combinando hechos históricos y legendarios con ocasionales hallazgos
de la novela de Vardis Fisher. Esa película definitiva, en la que el
tiempo fluye como el personaje de una subtrama, debe mucho más a la
novela por las impresiones que deja que por sus concreciones
narrativas. Cómo apetece volver a verla y comprobar que las buenas
narraciones no envejecen, sino que se agrandan.
En suma, recomiendo el libro a quienes
han disfrutado de la inmejorable película de Pollack, precisamente
por lo poquísimo que se parecen —y creo no haber destripado ningún
dato relevante—, y porque, de alguna manera, les espera otro festín
de sabor similar aunque aderezado con distintos ingredientes. Al
término de su lectura, la vida se abrirá de nuevo con una sinfonía
de propuestas infinitas.
Muy de acuerdo con la exposición, me encanta la película la he visto infinidad de veces y el libro también me gustó, tengo que decir que como excepción en este caso me gusta más la película que el libro. Supongo que la union de estos monstruos Redford &Pollack tiene algo que ver...
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