Creo que nadie, y mucho menos en La Discreta, piensa hoy en día –casi cincuenta años después de Apocalípticos e integrados, de Eco, por marcar un hito entre otro posibles– que un libro por el mero hecho de ser un best-seller deba ser malo o superficial. Y sin embargo, hay que reconocer que en el campo de la literatura comercial, y especialmente dentro de la juvenil, no es fácil encontrarse obras con hondura, es decir, obras que nos obliguen a enfrentarnos a nuestras propias contradicciones y que no nos sosieguen afirmándonos en nuestras mentiras-verdades ideológicas (yo soy un espíritu libre, yo soy un ser sensible, etc., etc., etc.).
La trilogía de Los juegos del hambre es uno de ellas, y, aparte de que su prosa es algo menos plana de lo habitual en este tipo de obras (además de la esperable agilidad y capacidad de sugestión, hay atención a los matices, y hasta podemos encontrar subordinadas), presenta aspectos temáticos sorprendentes.
Ante todo, es una obra con una asombrosa (para los tiempos que corren) conciencia social: aparecen los pobres (¡milagro!) y el trabajo (¡existe!), la miseria y la explotación. Y hasta la lucha de clases, tanto ideológica, al principio, como material, después. Además, en el tercer volumen la lucha de clases se convierte en geopolítica, y ahí es donde todo se va al carajo (como en Libia o Siria) y ya no sabemos quiénes son los buenos, hasta tal punto que el final, realmente inesperado, convierte en narración la frase irónico-trágica de Zizeck: “Cuando los aviones de los USA sobrevuelan Afganistán, nunca sabemos si van a arrojar ayuda humanitaria o bombas de racimo”. En efecto, vemos a menudo en la trilogía que un campo de refugiados no es sino el anverso de un campo de concentración.
Además, la trilogía es una aguda parodia crítica de la cultura del espectáculo, y la protagonista tiene la inteligencia de enfrentar a los creadores de las reglas de los juegos del hambre y a sus conductores (los Vigilantes) con su propia contradicción: la única regla real es la de la audiencia, es decir, la del dominio psicológico de masas. Los juegos del hambre nos enseña que un juego nunca es un simple juego, que por detrás de él puede haber una lucha “real” en la que alguien impone las reglas que, con inteligencia y voluntad, se pueden subvertir. Toda una lección política.
También encontramos una sutil problematización del amor adolescente (del amor en general). Como los protagonistas tienen que fingir que están enamorados, para ganarse a la audiencia de los juegos, su amor está siempre en la frontera entre la ficción y la “realidad”, o acaba siendo realidad de tanto fingirse verdadero, a la manera de Pascal cuando aconsejaba a los no creyentes que fingiesen creer y acabarían creyendo. En todo caso, nunca es una relación plana, tópica y sentimental, sino torturada psicológicamente, y cambia a medida que cambian los personajes.
Los cuales tienen complejidad y me parecen alejados del tópico. La protagonista está, muy protestantemente, agobiada por la culpa que nace de un “destino” que la obliga a ser una asesina, pero en este caso el “destino” no nace de los dioses ni del determinismo social, sino de la mera injusticia y la opresión política que la fuerzan. Creo que en este aspecto la protagonista es heredera de Ender (de hecho toda la trilogía, desde el mismo título, le debe mucho a la serie de El juego de Ender). Y encima, no es rubita y wasp, sino una indígena americana. Quiero decir que el personaje y sus cualidades heroicas de primitiva cazadora-recolectora están construidas a partir de la imagen del indio americano, y no del conquistador ni del explorador occidental.
Por supuesto, la trilogía tiene concesiones a ciertas convenciones del género, a veces irritantes, especialmente el recurso a diversos tipos de mostruitos genéticamente modificados, y en algunos momentos la fuerza narrativa decae, pero en general me agrada más ver a mis hijos leyendo esta trilogía que las sagas de vampiros o de fantasía épica que tanto abundan hoy en día.
Suzanne Collins, Los juegos del hambre (Barcelona, Molino, 2009), En llamas (Barcelona, Molino,2010), Sinsajo (Barcelona, Molino, 2010) .
Está entre mis muchas lecturas pendientes con permiso de "Canción de hielo y fuego", que se ha colado en mi vida sin remedio.
ResponderEliminarLos verdaderos juegos del hambre: http://blogs.publico.es/dominiopublico/5952/los-juegos-del-hambre/
ResponderEliminarMuy acertada la referencia final de la autora del artículo a la novela.