Por José Ramón Fernández de Cano
A la breve, selecta y minoritaria
producción poética del sevillano Juan de Iranzo -autor excelente como
incomprensiblemente preterido- sólo llega el lector contemporáneo por
influencia o recomendación, ora de Argote de Molina, ora de Juan de la Cueva. El
primero de ellos, en su impagable Discurso sobre la poesía castellana, moteja a
Iranzo de "ingenioso" y lo pone a la altura de Gutierre de Cetina,
hasta el extremo de lamentar, en ambos casos, "lo que se perdió con su
muerte". Y más valioso se me antoja, aún, el aval de Juan de la Cueva,
quien, poco dado a regalar elogios, en su no menos notable Ejemplar poético
califica a su paisano de poeta "extremado". Pese a la indiscutible
autoridad de tales valedores, el corpus lírico de Iranzo apenas halló eco en algunas
antologías de relativa importancia en el siglo XVI, como el cancionero
misceláneo Flores de baria poesía, o el Cancionero sevillano de Toledo, donde,
entre alguna que otra pieza de dudosa atribución (como un poema escrito, en
realidad, por Ramírez Pagán), se lee -aspirando las haches, claro está, al uso
de la pronunciación de la época-, este soneto a un laúd que fascina a quienes
aman, por igual, la música y la poesía.
XLVI.- Juan de Iranzo (s. XVI)
De herirte, laúd, jamás me
alejo,
ni el Amor de herirme se refrena;
a ti te ciñe cuerda, a mí cadena;
tú suenas dulcemente, yo me quejo.
ni el Amor de herirme se refrena;
a ti te ciñe cuerda, a mí cadena;
tú suenas dulcemente, yo me quejo.
Tu pecho está herido, yo no dejo
de tener en el mío llaga y pena;
a ti y a mí nos templa mano ajena;
tú eres por ti mudo, yo perplejo.
de tener en el mío llaga y pena;
a ti y a mí nos templa mano ajena;
tú eres por ti mudo, yo perplejo.
Tú, de boj; yo, amarillo. Tú,
hincadas
las clavijas que tuercen donde quiero;
yo, mil flechas de amor, de Amor guiadas.
las clavijas que tuercen donde quiero;
yo, mil flechas de amor, de Amor guiadas.
Tú eres muerto, yo muero si te
hiero;
los golpes te dan vidas acordadas;
dolor es vida en mí, sin él yo muero.
los golpes te dan vidas acordadas;
dolor es vida en mí, sin él yo muero.
Este soneto inventa el blues.
ResponderEliminar