Por Luis Junco
Hay relecturas que son como los regresos del hijo pródigo a
la casa familiar, retornos a una antigua vida plena de referencias emocionales
que uno descubre con agradable sorpresa que resisten el paso del tiempo.
Una de ellas es la de este viejo libro de Miguel Delibes,
que leí por primera vez hace casi cuarenta años y que en su estructura y
temática curiosamente reproducen esto mismo de lo que estoy hablando.
En el primer relato, un joven estudiante se va de su pueblo
y en el camino se encuentra a Aniano, un vecino.
"¿Dónde va el
Estudiante?" Y yo le dije: "¡Qué sé yo! Lejos." "¿Por
tiempo?", dijo él. Y yo le dije: "Ni lo sé." Y él me dijo con su
servicial docilidad: "Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le
dije: "Nada, gracias Aniano."
Durante un tiempo quiere ocultar su condición pueblerina, le
parece un estigma, pero con los años este sentimiento cambia. El vértigo de la
vida urbana, la sensación de fugacidad y falta de raigambre le van pesando.
Después de todo, el
pueblo permanece y algo queda de uno agarrado en los cuetos, los chopos y los
rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no (...)
Y empecé a darme
cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad
era un poco como ser inclusero (...) porque mientras el pueblo permanecía, la
ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.
En el último relato nos da cuenta de su regreso, cuarenta y
ocho años más tarde:
(...) me topé de manos
a boca con el Aniano, el Cosario, y de que el Aniano me puso la vista encima me
dijo: "¿Dónde va el Estudiante?" Y yo le dije: "De regreso. Al
pueblo." Y él me dijo: "¿Por tiempo?" Y yo le dije: "Ni lo
sé." Y él me dijo entonces: "Ya la echaste larga." Y yo le dije:
"Pchs, cuarenta y ocho años". Y él añadió con su servicial docilidad:
"Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le dije: "Gracias,
Aniano".
Pues esta misma sensación de sueño repetido en el que ha
pasado el tiempo me produjo a mí esta relectura de Viejas historias de Castilla la Vieja, hecha cuarenta años después
de la primera. Una sensación nostálgica, tal vez, pero agradable. Seguramente
porque la lectura reproducía todo el aroma de las cosas verdaderas, esenciales.
Miguel Delibes, Viejas
historias de Castilla la Vieja (Alianza Editorial, 1969)
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