lunes, 23 de mayo de 2016

Viejas historias de Castilla la Vieja, de Miguel Delibes

Por Luis Junco

Hay relecturas que son como los regresos del hijo pródigo a la casa familiar, retornos a una antigua vida plena de referencias emocionales que uno descubre con agradable sorpresa que resisten el paso del tiempo.

Una de ellas es la de este viejo libro de Miguel Delibes, que leí por primera vez hace casi cuarenta años y que en su estructura y temática curiosamente reproducen esto mismo de lo que estoy hablando.

En el primer relato, un joven estudiante se va de su pueblo y en el camino se encuentra a Aniano, un vecino.

"¿Dónde va el Estudiante?" Y yo le dije: "¡Qué sé yo! Lejos." "¿Por tiempo?", dijo él. Y yo le dije: "Ni lo sé." Y él me dijo con su servicial docilidad: "Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le dije: "Nada, gracias Aniano."

Durante un tiempo quiere ocultar su condición pueblerina, le parece un estigma, pero con los años este sentimiento cambia. El vértigo de la vida urbana, la sensación de fugacidad y falta de raigambre le van pesando.

Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado en los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no (...)
Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero (...) porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.

En el último relato nos da cuenta de su regreso, cuarenta y ocho años más tarde:

(...) me topé de manos a boca con el Aniano, el Cosario, y de que el Aniano me puso la vista encima me dijo: "¿Dónde va el Estudiante?" Y yo le dije: "De regreso. Al pueblo." Y él me dijo: "¿Por tiempo?" Y yo le dije: "Ni lo sé." Y él me dijo entonces: "Ya la echaste larga." Y yo le dije: "Pchs, cuarenta y ocho años". Y él añadió con su servicial docilidad: "Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo le dije: "Gracias, Aniano".


Pues esta misma sensación de sueño repetido en el que ha pasado el tiempo me produjo a mí esta relectura de Viejas historias de Castilla la Vieja, hecha cuarenta años después de la primera. Una sensación nostálgica, tal vez, pero agradable. Seguramente porque la lectura reproducía todo el aroma de las cosas verdaderas, esenciales.

Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja (Alianza Editorial, 1969)

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