Por Luis Junco
Pocos son los que no consideren a Enrique Vila-Matas una figura señera
en el actual panorama de la narrativa española. Este reconocimiento no solo se
limita a nuestro país, en la forma de prestigiosos premios literarios, sino
también en el ámbito internacional: no hace mucho le ha sido otorgado Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara
(México) en Lenguas Romances. Y si de entre esa
variada y original obra suya tuviera que elegir una muestra, elegiría Suicidios
ejemplares (Ed. Anagrama, 1991), que siempre me ha parecido eso, un libro
ejemplar.
Los temas
recurrentes de toda la escritura de Vila-Matas han sido la propia literatura y
la delgada línea que separa la ficción de la realidad, la intertextualidad en
todas sus vertientes, y en tres de sus últimas novelas (Bartleby y compañía,
El mal de Montano y El doctor Pasavento) la obsesión por desaparecer como
escritor al estilo de su admirado y genial escritor austriaco Robert Walser.
En este contexto, y a
pesar de estar advertido de estas preferencias del escritor, me sorprendió una
secuencia de una de estas novelas citadas, El doctor Pasavento. En un
momento de la trama, el narrador (escritor que desea fervientemente huir y
desaparecer como tal) se encuentra en un tren con un hombre interesante.
Vladan, que así se llama personaje, excombatiente de origen serbio, se pone a
contar a nuestro protagonista su teoría del cansancio, en estos términos:
“...disfrutaba del cansancio común en
compañía de todos los del pueblo, los unos sentados en el único banco del
lugar donde trillábamos la mies, los otros en la lanza del carro, y otros, más
lejos ya, en la hierba, y todo era muy bonito, una nube de cansancio impalpable
nos unía a todos, hasta que se anunciaba el siguiente cargamento de
gavillas, en aquellos días yo aún me cansaba sin más, como se cansa la gente
que se cansa, no como ahora que me canso y noto que me siento mejor que antes
de cansarme, mejoro con la fatiga”.
Y me vino a
la cabeza un texto de otro austriaco, Peter Handke, y su Ensayo sobre el
cansancio. Busqué el texto que me recordaba lo que había dicho Vladan, y es
éste:
Pero así
que, una vez más, había terminado felizmente la trilla, desconectada la máquina
que lo llenaba todo con su ruido...; qué silencio, qué calma, no sólo en el
granero, sino en todo el campo; qué luz, una luz que ahora, en lugar de
cegarle, le envolvía a uno. Mientras las nubes de polvo se posaban, nosotros,
con las rodillas que nos flaqueaban, tambaleándonos, haciendo eses, nos
reuníamos en la era. Nuestros brazos y nuestras piernas estaban llenos de
arañazos; tallos de espigas en nuestros cabellos, entre los dedos de las manos
y entre los dedos de los pies. De esta imagen, no obstante, lo que menos se
borra son las ventanas de la nariz: no sólo grises de polvo, sino negras, tanto
en los hombres como en las mujeres como en nosotros, los niños. De este modo
estábamos sentados y, hablando o callados, disfrutábamos del cansancio
común, de éste; los unos, sentados en el banco de la era; los otros, en
la lanza del carro; otros, más lejos ya, en la hierba que estaba puesta a secar;
realmente como si estuviéramos reunidos, en una concordia ocasional, la
concordia de todos los vecinos, de las generaciones. Una nube de cansancio,
un cansancio etéreo nos unía entonces.
Sí, las coincidencias son más que notables.
Mis dudas
siguen sin resolverse. ¿Hasta qué punto Enrique Vila Matas ha sido consciente
de estas coincidencias de su personaje Vladan con las ideas y expresiones
escritas por Peter Handke? Y más aún: ¿hasta qué punto esa obsesión por
desaparecer del propio escritor le lleva mezclar y confundir sus personajes y
hasta sus propios textos en los de otro escritor? ¿Sería para un escritor ésta la forma más humilde y heroica de
desaparecer?
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