(El pasado 18 de
marzo, en la librería "La impossible" de Barcelona, se presentó
"Impresiones de paso", el último poemario de Santiago López Navia,
editado por La Discreta. En el acto, además del autor, participaron José Luis
García Herrera, Miquel Lluís Muntané y Guillem Vallejo. Transcribimos a
continuación lo que en ese acto dijo el poeta José Luis García Herrera.)
"En la ventana todo palpitaba
como fundido en mí. Yo aún no sabía
que nunca fue tan rápido mi paso
y nunca fue tan mío aquel paisaje."
Este breve
poema, el número quince, del apartado "Las vías y las horas" que
encabeza el primer capítulo de la segunda parte del libro, titulada "Trenes",
reúne y resume, creo, en estos cuatro versos, la gran parte, en mi modesta
opinión, de la esencia de Impresiones de
paso.
Santiago López
Navia, quienes le conocemos, quienes hemos tenido la fortuna de leerle con
anterioridad, sabemos que es un gran observador. Un observador perspicaz. Y los
que leáis este libro podréis traslucir esta particularidad en la práctica
totalidad de los poemas.
Y un gran observador
está siempre detrás de una ventana (ya sea física o figurada) contemplando la
vida y, en especial, trascendiendo más allá de lo aparente, más allá de lo que
vemos, o creemos ver, a simple vista. La realidad (o lo que pensamos que es la
realidad) es una, pero compuesta de pequeños fragmentos que, a veces, para una
gran mayoría, son prácticamente imperceptibles. Pero, para aquellos que no
somos capaces de distinguir esas pequeñas muestras de realidad, contamos,
afortunadamente, con la poesía de Santiago para verlas, reunirlas y para
disfrutarlas.
El final del
segundo verso y el tercero nos dan idea clara de la fugacidad de la vida, de
ese trayecto en el que estamos embarcados y nos depara infinidad de emociones –agradables
o dolientes– de situaciones –agradables o agobiantes–, en ese viaje que
realizamos en un tren que no hace paradas y al que todos subimos y bajamos, aunque
no nos lo parezca, tan solo una vez. Esa es la tragedia del viajero, de todo
viaje: que el tiempo pasa veloz mientras nos detenemos a contemplar todo lo que
vemos y, al instante, pasa a ser pasto del tiempo, del pasado, de la nada...
Por eso el artista (ya sea poeta, pintor, escultor, etc.) intenta con su obra
dejar atrapado ese espacio de tiempo vivido.
El verso que
dice, más o menos, "Nunca fue tan mío aquel paisaje" me sugiere, nos
sugiere, la idea de que jamás somos del todo conscientes de que todo lo que
vivimos en el presente será nuestro legado cuando miremos hacia atrás. Y, más
concretamente, cuando miremos hacia la etapa de la infancia en la que, por
supuesto, jamás llegamos a imaginar que, desde la edad madura, nos miraríamos
con los ojos vidriados de la emoción. Y sí, aquel paisaje fue nuestro, aquel
paisaje que iba quedando atrás, a medida que el tren seguía, infatigable, firme,
persistente, su rumbo.
Para mí, este
libro, Impresiones de paso, incide
sobre estos aspectos desde la visión de un poeta que, como ya he dicho, desea
ver más allá de lo puramente aparente.
Debo reconocer,
y reconozco abiertamente, que poseo una afinidad, en términos poéticos (y creo
que en otros) con Santiago López Navia. Desde la lectura del primer verso de
este libro sentí que había una conexión entre su manera de ver y de escribir y
entre mi manera de leer y de percibir. Me seduce, y creo que a muchos de los
que lean este libro les pasará de un mismo modo, la manera en la que Santiago
afronta el poema y cómo va desgranando, verso a verso, su mundo y sus ideas.
Una manera de escribir que, de manera directa, sin ambages, establece una
relación muy particular con el lector, una complicidad que se genera desde el
primer poema, desde el primer verso, porque la poesía de López Navia busca,
como decía Aleixandre, "la comunicación", compartir, mostrar esas
vivencias de una manera diáfana, clara, y revestida, únicamente, o
especialmente, de esa emoción que nace de la mirada que trasciende, que ahonda
en el interior, de aquello que no se ve pero, no por ello, deja de estar
presente en todos nosotros.
El título del
libro es franco y transparente, Impresiones
de paso. Al leerlo tenemos una certeza, más o menos relativa, de lo que nos
vamos a encontrar. Y esa misma transparencia, esa misma certeza, esa, podríamos
decir, "mano tendida", es la que nos lleva a tomar el libro y ver
cuáles son esas impresiones y qué lugares son los que ha transitado el poeta.
Abrimos el libro, ya sea al azar o buscando el prólogo, y nos encontramos que
está dividido en tres partes. No sé si el hecho de que sean tres partes es un
tema casual. Yo creo que no. Creo que son tres los aspectos de su paso por la
vida, de su caminar por el mundo, los que Santiago nos ofrece. La mirada,
"la impresión" del viajero, del viajero que huye de las postales
turísticas para adentrarse en la realidad de la vida cotidiana. La mirada del
hombre que atraviesa la vida en el tren del tiempo y contempla, con los ojos de
hoy y de ayer, su paso por la vida, el equipaje de la memoria; y la mirada del
hombre que vive en una gran ciudad donde la prisa es la que marca el ritmo de
los días y donde nadie, o casi nadie, tiene el momento necesario para detenerse
y ver esas pequeñas cosas, esas pequeñas paradojas que suceden a nuestro
alrededor. El poeta ve y, sobre todo, lo
que desea es "dar a ver", quiere que, a través de sus poemas, veamos
la vida, la suya y la nuestra, a través de sus ojos, de sus versos.
Como ya he
dicho, el libro está dividido en tres partes, "Orillas",
"Trenes" y "Asfalto". Así se titulan. Sobre el carácter de
cada una, y sobre lo que ya he comentado, será fácil discernir el eje central
de cada una de las partes. Profundizaré un poco más en cada una, pero sólo un
poco, pues no os voy a dar todo el trabajo hecho. Algo (o mucho) debe quedar
cuando hagáis vuestra propia lectura y lleguéis a vuestras propias
conclusiones.
"Orillas" se corresponde en parte con un viaje a Brasil donde el alma
del poeta queda atrapada por la cruda realidad de las favelas:
"Allí bulle la vida a trompicones
como en una infinita madriguera
y puede adivinarse entre lo oscuro
la voz de un mismo hombre en su
destierro."
de los niños que se ganan la vida en la
calle:
"Igual que un arlequín, igual que
un pájaro,
un niño derramado en su pirueta,
se ha puesto frente al coche, en el
semáforo..."
para terminar con uno de los versos más
preclaros del libro:
"Ya sabe el viajero: las
respuestas
no importan si no importan las
preguntas."
o la realidad de un país donde un
simple apagón cancela el ritmo cotidiano de la vida.
Me gustaría
centrar mi presentación en la segunda parte, en "Trenes". Para mí,
que el viaje es un motivo, una fuente de inspiración de muchos de mis libros,
esta parte posee un apego especial. Y, sin duda, es donde más punto de
contacto, de conexión, tengo con la poesía de Santiago. El tren parte de la
estación de la infancia, de esa época de la imaginación y de la inocencia, de
los mitos, de la vida vista como una aventura sin límite, sin fecha de
caducidad. Si es cierto que la imagen del tren como metáfora ya ha sido
utilizada con anterioridad, con Santiago López Navia adquiere nuevos matices y
perspectivas. Porque en este poemario el tren, los trenes, no son tan solo
parte de la metáfora, son parte de un hecho real, parte de un doble viaje. El
poeta nos habla de aquellos trenes que, en su infancia, tomaba para desplazarse
en aquellos fines de semana donde Atocha, la estación, se llenaba de "voces
infantiles y mochilas cargadas de mañana."
Este apartado
del libro parte con dos citas, una de William B. Yeats y otra de Pedro Salinas,
tan presente a lo largo de este libro: "El ansia de la ruta viajera".
El poeta viaja desde niño, y en esos viajes se va forjando esa ansia viajera,
esa necesidad de viajar y descubrir nuevos lugares, nuevas gentes y, también,
nuevas estaciones y nuevos trenes. Viajes que reportan recuerdos de mañanas, de
tardes y de noches en esos trenes que van y que regresan. Mañanas, tardes y
noches con las que podría trazarse un paralelismo con infancia, juventud y
madurez, estados que se alinean con cada etapa del día o, también, con el viaje
de la vida: origen, recorrido y estación final.
La primera estrofa del primer poema,
esos versos de las mañanas, ya nos emplazan con la infancia:
"Era en aquel momento de mi vida
cuando los días eran siempre largos
y todo el tiempo estaba por
abrirse."
¡Cuánta verdad! ¡Cuán acertados estos
versos! “...y todo el tiempo estaba por abrirse”.
Esos viajes en
compañía del padre que siempre se inventaba alguna historia sobre los viajeros
y que, muy seguramente, influyó en el hijo a la hora de fabular historias,
sobre otros viajeros y, porque no, sobre sí mismo. Viajes a los que el poeta
regresa con la experiencia de que los trenes, cada vez más, realizan menos
paradas y con la certeza de que ese tren (físico o virtual) "ya no volverá
a parar en sus andenes."
Y evoca aquellos
sueños de infancia, aquellos viajes soñados, donde él era el conductor del tren
y donde en su hoja de ruta "lo importante era el viaje mismo y no el
destino." Sabias palabras, esplendorosos versos. Lo importante, realmente,
es el viaje. Siempre.
La segunda parte
de "Trenes", "Seis cuadros de mujer sobre raíles (escritos en
metros clásicos)" es parte de ese juego de observador constante, una propuesta
donde Santiago nos ofrece una muestra de su versatilidad y de su dominio de la
composición métrica. Un juego que juega (valga la redundancia) su papel en el
libro. Yo, personalmente, considero que después de toda la intensidad, de toda
la carga emocional de los poemas anteriores, de toda la exigencia requerida al
lector para seguir el trayecto del discurso, estos seis poemas aparecen como un
soplo de aire fresco, como un respiro para, por un lado, arrancarnos una
sonrisa y, por el otro, para retratar esas mujeres que, por diversos motivos,
han sido observadas con detenimiento, con empatía, con curiosidad, por el
poeta. Y todo ello, como ya he mencionado, dejando muestras palpables de su
maestría a la hora de ceñirse a la rigidez de movimientos que exige la métrica.
Y llegamos a la
tercera parte del libro, "Asfalto", donde Santiago vuelve a
sorprendernos doblemente. En primer lugar, por plasmarnos detalles,
situaciones, que suelen suceder, o que acontecen, en las grandes ciudades
(paisajes de asfalto); detalles, hechos, de los cuales, en muchas ocasiones
sólo somos conscientes cuando alguien nos los muestra y los vemos, entonces; y
en segundo lugar, porque los poemas que configuran esta parte son haikus, y
Santiago nos vuelve a deleitar con el dominio con el que maneja esta métrica,
aparentemente sencilla piensan algunos (cinco, siete, cinco y plis plas); y tan
compleja de realizar con acierto, preservando el espíritu original del haiku. Mencionaré
sólo un par de ejemplos de los haikus de esta parte; los demás ya los iréis
descubriendo cuando leáis este libro con la calma y el reposo que merece:
"Los pasos rápidos
se cruzan sin que nadie
cruce los ojos."
"Duerme en los bancos
la memoria olvidada
de los periódicos."
Y así podríamos
seguir con el buen número de espléndios haikus publicados en este hermosos libro.
Me acerco al final. Este ha sido mi humilde recorrido por las Impresiones de paso de Santiago López Navia. Un libro que se lee con facilidad, con fluidez, donde un poema lleva al otro casi de manera instantánea, impulsiva. Un viaje en el que, desde el primer momento, Santiago nos ofrece esa mano abierta para hacer el viaje acompañados, para reflexionar sobre la vida desde diferentes ángulos, desde diferentes ventanillas del vagón, pero en el mismo tren, en el tren de la vida. Ese al que, aunque no lo parezca, nos subimos tan sólo una vez y todas las estaciones son diferentes y son la misma.
Os invito a que
hagáis ese viaje con este libro. Santiago tiene muchas cosas que explicar y su
historia, en cierto modo, también es la nuestra.
José
Luis García Herrera
Marzo 2016
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