Por Dativo Donate
La relación entre cine y literatura suele resumirse en la frase
lapidaria hecha meme, tan frecuente cuando se contraponen: "El libro es
mejor". Ocurre que, a menudo, la película suele consistir en una traslación
al lenguaje fílmico del texto literario, generalmente una novela. La labor del
adaptador cinematográfico incluye una poda concienzuda de todo aquello que, por
razones de metraje, no puede incluirse en el texto cinematográfico.
Naturalmente, el lector de la narración escrita se verá defraudado en la versión
cinematográfica, pues no todo cabe aquí. Sin embargo, algunas veces el libro
puede ser un simple punto de partida que el cineasta escoge para crear su
mensaje. De ahí que llame la atención sobre Un tronar de tambores (Valdemar) que es el conjunto de relatos que John Ford escogió para
crear su famosa trilogía de la caballería: Fort Apache, She wore a Yellow Ribbon (La legión
invencible) y Río Grande.
Del autor es muy elocuente la opinión de su hijo: "Un fascista, un
racista y un notorio intolerante". Al parecer, James Warner Bellah era uno
de esos norteamericanos intransigentes, ultraconservadores y partidarios de la
supremacía blanca y protestante. Misógino también, en su visión heroica de la
mujer como sufrida herramienta para estimular el heroísmo del militar.
Los relatos que John Ford escogió abundan en los tópicos sobre los
indios sanguinarios, al tiempo que muestran profundo conocimiento de la vida en
la frontera y el quehacer de la caballería norteamericana. Se equivocará quien
piense que son relatos planos, maniqueos, insustanciales y ajenos a la
literatura. Son relatos feroces y consistentes, con considerables dosis de
realismo e imprevistas puñaladas de poesía. Esto, si el realismo consiste en
transmitir al lector una serie de percepciones sobre la realidad que el lector
o bien desconocía, o había pasado por alto, o bien reconoce desde una
perspectiva poderosa y esclarecedora. Y si la poesía consiste, a su vez, en un
fogonazo de claridad que refuerza una expresión inesperada.
Hay que decir que John Ford adaptó los relatos con enorme habilidad. Y
en la labor de adaptar se incluye una reescritura de los personajes y las
situaciones que dicen mucho sobre el gran director y su equipo. John Ford añade
el humor a la épica de la aventura —qué grandes actores eran Ward Bond o Victor
MacLaglen—; y combina la hondura de los personajes con la verosimilitud sobre
la vida militar de la caballería, mérito esta última de James Warner Bellah.
Hay que admitir más de un punto de interés. La visión maniquea del indio
cruel es la que prevalecía entre los mismos protagonistas de los relatos. Añade
autenticidad a la construcción de estos relatos porque reconstruye con fuerza
la psicología de los pioneros. Que el autor poseyese también esta visión, y que
glorificase la vida militar per se resulta —en vez de un enfadoso
inconveniente— un cierto valor añadido, casi documental. Son relatos que hoy ya
no se escribirían, restos arqueológicos de una mentalidad que creemos
felizmente superada, y cuyo ocaso el mundo se encarga de desmentir
constantemente.
Dice mucho de John Ford, a quien se ha acusado —injustamente— de esa
misma visión, que atemperase en sus películas la versión original de los
relatos. Ford contemplaba la psicología de los indios de las praderas, y las
causas de su ferocidad. Es verdad que John Ford glorifica también la vida
militar, aunque más bien ofrece una visión romántica de los héroes
desaparecidos. Esos soldados que no se cansan de cantar canciones irlandesas a
la menor ocasión, y que el autor de los relatos jamás menciona. Los héroes de
Warner Bellah son estólidos, impasibles, implacables; los de Ford, en cambio,
son muy humanos y a menudo atormentados, y siempre entrañables.
En cualquier caso le debemos a Warner Bellah la creación de ese
personaje, Nathan Brittles, que supo encarnar John Wayne con más hondura de la
que se le reconoce. Nathan Brittles será siempre ese John Wayne que en el crepúsculo
de la tarde y de su vida riega con un cazo agujereado las flores que adornan
las tumbas de su familia. Conviene verlo cabalgar de nuevo, angustiado por ese
calendario que le anuncia su retiro inminente, para apreciar mejor al gran
director que fue John Ford. Y también para valorar el pulso narrativo que lo
alumbró, y el duro mundo de frontera de Warner Bellah.
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