Por David Torrejón
Si sumo distintas etapas y editoriales, he trabajado en total
veinte años en la prensa técnica dedicada a la
publicidad y el marketing. Es un sector al que solamente uno supera por su
adicción a los premios: el de la edición
de libros. En publicidad los hay internacionales, nacionales, autonómicos,
provinciales, latinos, de campañas dirigidas a niños,
al turismo, a los seguros, humorísticas, etc.
Que en los más importantes de
esos festivales gane una pequeña agencia, una agencia de provincias o una agencia desconocida,
siempre ha sido y es noticia para esos títulos. Más noticia que si
ganase una agencia de las habituales. Y nadie se extraña de eso. Y
ninguna gran agencia llama a las redacciones de estos medios exigiendo que se
hable de sus premios y no de los de la pequeña e inesperada
agencia, aunque se anuncien en ellos. La publicidad es un mundo donde el
talento es imprescindible y su búsqueda incesante. Como es lógico, los medios
especializados colaboran en ella.
Sin embargo, parece ser que esto en el mundo de los libros no
es así. Yo me pregunto qué tiene que ocurrir para
que uno de esos grandes suplementos y programas de radio que aún
tienen, parece ser, influencia, hablen de alguien inesperado que gana premios
prestigiosos. Este sordo cabreo me viene por el caso Emilio Gavilanes, aunque
seguramente haya otros parecidos. Y pienso en él no por haber publicado
en La Discreta
(también lo ha hecho en Seix Barral, en Menoscuarto,
Edhasa/Castalia y Punto de Vista), sino por tener una trayectoria larga,
admirable e intachable, haberse mantenido fiel a su idea de la literatura más
allá de modas y mercaderías y por haber ganado
consecutivamente dos de los premios grandes e independientes que se dan en España,
como son el Tiflos de novela (por Breve enciclopedia de la infancia, Edhasa/Castalia,
en 2014) y el Setenil al mejor libro publicado de relatos (por Historia
secreta del mundo, La
Discreta , en 2015). ¿Qué más puede hacer un autor para que uno de esos medios se
digne a reseñar su obra, aunque sea para criticarla duramente? ¿Recibir
las alabanzas desinteresadas y públicas de autores tan
importantes como José María Merino o Luis Alberto
de Cuenca? También las ha recibido.
La respuesta es que valdría más
no haber logrado nada de eso y simplemente formar parte de alguna camarilla
literaria, publicar en alguna editorial adscrita a grupo de comunicación
o haber ganado uno de esos premios populares, aunque esto último
resulte muy improbable si no se da alguna de las condiciones anteriores.
Me dicen cuando me quejo que quienes manejan estos medios son
muy profesionales, pero que están sometidos a muchas presiones. Y yo
me río (por no decir otra cosa) de sus presiones. A
diferencia de cuando una agencia de publicidad recibe un premio, un libro puede
reseñarse, uno, dos, cuatro meses después
de haberlo ganado. Así que las presiones deben ser de tipo
excluyente: no hables nunca más que de lo mío.
Y si alguien se somete a ese tipo de presiones prefiero no calificarlo de muy
profesional. Su deber es informar a sus lectores de esas obras premiadas y
tener la profesionalidad suficiente para atar cabos y pensar que cuando alguien
firma dos de ellas, puede ser que un autor importante se le esté escapando. Vanas expectativas.
Hace años que no leo suplementos literarios
a los que antes era adicto. Me hicieron comprar demasiada basura. Pero el
remate llegó cuando escuché a uno de sus jefes
reconocer en público que prácticamente
solo podían hablar de los libros editados por su conglomerado
mediático. Todo lo que estaba fuera era por tanto
ninguneado, no existía. Me reafirmo cada día
más
en mi decisión.
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