.(El pasado 9 de diciembre, en el Colegio
de Doctores y Licenciados de Madrid, el discreto Santiago López Navia presentó
su nuevo libro de poemas Impresiones de paso,
acto en el que, entre otros, también participó el escritor Emilio Gavilanes. Transcribimos
aquí el comentario de este último a los 50 haikus que forman parte del libro.)
Por Emilio Gavilanes
Yo solo voy a llamar la atención sobre una
parte de este precioso libro de poesía de Santiago López-Navia. Es la tercera,
titulada “Asfalto”, que está compuesta por 50 haikus.
El haiku, como seguramente saben ustedes es
una poema de origen japonés que métricamente se compone de tres versos que no
riman, de 5, 7 y 5 sílabas, aunque los entendidos dicen que lo importante no es
esa distribución 5-7-5, sino el total de sílabas, 17, que pueden distribuirse
de modos diferentes. Pero más importante que el aspecto formal es el contenido
del haiku. Los japoneses exigen que haya una palabra que indique la estación en
la que nos encontramos y eso tiene como consecuencia que la atención esté
dirigida hacia el mundo natural. Y sobre todo el poema tiene que expresar la
emoción que produce la percepción de la naturaleza. El haiku es la exaltación,
o la vindicación, por usar una palabra más modesta, de lo lateral, de lo
marginal, de lo secundario. Es la celebración de la estética de lo pequeño, que
lleva asociada una ética: la de que eso pequeño, secundario, puede ser tan
significativo como lo protagonista.
El haiku, que parece un poema muy exótico y
ajeno a la tradición poética en español, tiene sin embargo una presencia
relativamente temprana en nuestra poesía. Quizá el haiku más famoso es uno de
Matsuo Basho que dice, en una de las traducciones más neutras:
Un viejo estanque.
Salta una rana.
Ruido del agua.
Pues bien, este haiku ya lo tradujo Valle
Inclán (es cierto que de una manera más aparatosa, al gusto modernista de su
época) de este modo:
El espejo de la fontana
al zambullirse de la rana
¡hace chas!
Grandes poetas españoles de la época de
Valle, como Juan Ramón, Unamuno, Machado, también escribieron haikus.
Bien, pues todas las características
ortodoxas del haiku están en muchos de Santiago (aunque no todos sean
ortodoxos, lo cual me parece una virtud, no un defecto). Por ejemplo, en estos
se puede ver la estación en la que estamos:
Las amapolas
bendicen los solares.
Primicia roja.
Los bancos guardan
ausencias congeladas.
Nieve en el parque.
Y son muchos los haikus en los que se
revela una emocionada percepción del mundo natural. Podría traer aquí
bastantes, pero creo que bastará con este:
¡Qué sinfonía
de confusión el canto
de los gorriones!
Pero no hace falta que solo aparezcan
bichos o plantas para entrar de lleno en el espíritu del haiku. La misma
emoción la encontramos en las imágenes de gente modesta, anónima, en la
observación de lo más humilde:
Bajo los puentes
la miseria se encarna
entre cartones.
En una esquina
busca el sol un anciano.
No tiene prisa.
El haiku es en cierto sentido el poema menos
poético que hay. Y no me refiero a que algunos lo llamen el soneto del vago.
No. Es porque en el haiku el poeta ha desaparecido. Solo queda su mirada, su
dedo, que señala algo que está fuera de él. El poeta no nos abre su interior,
su subjetividad, que es lo habitual en la poesía occidental. El haiku nos
muestra imágenes, escenas objetivas. Pero paradójicamente en esas imágenes
objetivas parece que conocemos mejor la intimidad del poeta que en muchos
poemas confesionales. Porque el haiku siempre nos habla de más cosas que de
aquellas de las que nos habla. Habla de la paloma que camina pavoneándose con
indiferencia, pero nos parece que nos está hablando de algunas personas, de
ciertos conocidos. Y el modo escueto en que se nos dice que el mirlo canta desde
su rama nos comunica una exaltación más allá del propio canto del mirlo. El
haiku se desarrolla en varias direcciones, tiene distintas interpretaciones, y
estos haikus de Santiago lo expresan de manera espléndida. Por ejemplo, en este
en el que leemos:
¿A dónde lleva
la escalera mecánica
del otro lado?
Además de todo esto, Santiago añade una
originalidad a sus haikus y es que estos forman una unidad narrativa, digamos.
Es un procedimiento que solo hemos visto en algunos autores japoneses. En el
primero se sugiere el amanecer:
Tras los cristales
las persianas invocan
a la luz nueva.
Asistimos al comienzo del día:
Brotan los ecos
que la ciudad le roba
a la mañana.
La ciudad entera se despierta y se pone en movimiento. La atmósfera es
esta:
Aunque amanece
no se marcha la sombra
de la tristeza.
Más adelante una nueva pincelada insiste en la atmósfera que nos
envuelve:
Las ocho. Lunes.
Circulan atestados
los autobuses.
Parece que aún seguimos dormidos:
Ojos y sueño
se funden con los libros
en los vagones.
Va avanzando la mañana:
El metro acuna
el alma aletargada
de los viajeros.
El mundo moderno, el grave, pesado mundo maquinal, está presente de una
manera leve, ligera:
Cuántos secretos
los viajeros olvidan
en sus teléfonos.
Alguien comprueba
las traiciones exactas
de los relojes.
Los transeúntes
con sus auriculares
se desencuentran.
De pronto, parece que volvemos a la noche, como en un oscuro fogonazo:
Acecha el túnel
tras el espejo negro
de la ventana.
Y sigue transcurriendo el día. Y en ese día, que es más mental que real,
el invierno y la primavera son casi simultáneos:
Glaciares breves
son los charcos helados
de las aceras.
Y a continuación:
Entre las grietas
de las aceras brotan
flores minúsculas.
Inmediatamente aparecen en el cielo las aves migratorias:
Coreografía
de pasos imposibles.
Las golondrinas.
Y entra el verano:
Duele la lluvia
en los primeros días
de un junio frío.
Y aprieta el calor:
Cuarenta grados.
Se derriten las almas
sobre el asfalto.
Vemos la sucesión de las horas. Comienza a llegar la tarde:
Rasga la tarde
la afilada sirena
de la ambulancia.
Y:
Un sol vencido
se bate en retirada.
Cede la tarde.
Y más:
En el ramaje
se refugian los pájaros.
El día muere.
Se acerca la noche:
Por las rendijas
se adivinan las luces
de las farolas.
Y enseguida:
Tras las puertas
las almas derrotadas
llaman al sueño.
Y no tarda en llegar la noche cerrada:
Desde los campos
nana en clave de morse.
Cantan los grillos.
Es extraordinario. Solo ha transcurrido un
día, pero hemos asistido al paso de un año entero. Hemos comenzado en la ciudad
(no olvidemos que toda la sección se titula “Asfalto”), y también hemos hecho
alguna incursión en el campo:
Danza de verde.
Revuelo de vilanos.
Viento en la hierba.
Resulta que estos cincuenta modestos haikus
de Santiago son muy ambiciosos, pues han concentrado en muy pocas palabras todo
un año. Y en un año han representado toda una vida, es decir, todas las vidas.
Este puñado de haikus aspiran a contener el mundo entero.
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