Por Emilio Gavilanes
Hemos sabido de este Markson por el
maravilloso Yo también me acuerdo, de
Margo Glantz (libro del que hablaremos aquí próximamente), que lo nombra en bastantes
ocasiones. (Y no es gratuito decir esto, pues Esto no es una novela guarda
cierto parentesco con Je me souviens,
de Perec y todas sus secuelas.)
Parece que los primeros libros de
David Markson (Albany, 1927 - Nueva York, 2010) fueron un libro de poemas, un
estudio sobre Malcolm Lowry, de quien fue amigo (como de Jack Kerouac y de
Dylan Thomas, con los que formó hermandad de bebedores), tres novelas negras y
un western (o anti-western, como lo llaman en varios lugares). Pero los libros
por los que es conocido son los últimos, de corte experimental, libros raros,
fascinantes. El que nos ocupa es uno de ellos. (Por cierto, y ya que sale a
escena la palabra experimental ,
David Foster Wallace dijo que Markson es “el punto más alto que podemos
encontrar en la ficción experimental de los Estados Unidos”.)
Estructuramente el libro es una
sucesión de párrafos breves o muy breves. Sentencias o noticias escuetas, de
varios tipos. En las primeras páginas abundan las anotaciones sobre la
intención del Escritor de escribir una novela que no trate de nada, sin
argumento, sin personajes, sin paisaje, sin escenario (sin descripciones), y
que sin embargo cuente una historia. Alternando con estas anotaciones aparecen
las que son constantes a lo largo de todo el libro, noticias sobre todo de cómo
murieron escritores, músicos, pintores, científicos, junto con datos sobre
ellos poco conocidos y anécdotas raras, que sabemos que son ciertas porque
algunas –muy pocas- las conocemos. Una muestra: Keats y Balzac medían poco más
de un metro y medio, De Quincey no llegaba al metro y medio, Lawrence Durrell
se acostó con una de sus hijas, que después se suicidó, Durero murió de
malaria, Walter Scott era cojo por la polio, Gide tocaba el piano, Italo
Calvino murió de un derrame cerebral, Kavafis de cáncer de laringe, San Agustín
era asmático, Shelley no sabía nadar, ni Montaigne, Samuel Johnson era miope, y
Nietzsche, Sherwood Anderson (ah, su Winnesburg
Ohio, uno de los libros de cuentos más grandes de la historia) murió de
peritonitis tras tragarse un mondadientes… También se mezclan citas, fragmentos
de obras o de testimonios orales: La vida consiste en lo que uno se pasa el día
pensando (Emerson), Tengo que usar palabras para hablar contigo, La más grande
poeta lesbiana desde Safo (Auden hablando de Rilke), Alrededor de 1910 cambió
el carácter humano, El último libro que leyó Freud fue La piel de zapa, de Balzac, El último libro que leyó Kafka fue Verdi, de Franz Werfel, Y sir Lancelot
se despertó y fue y buscó su caballo y montó por el bosque todo ese día y toda
la noche, llorando, La pobreza es contagiosa… Hay incluso algún koan zen. Y una
y otra vez, de manera recurrente, de qué murió… Paracelso, y Jung, y Einstein,
y Tiziano, y María Callas, y Tolkien, y un hermano de Wordsworth, y otro de
Walt Whitman, y Tennessee Williams, y Pericles, y Paganini… Uno tiene la
impresión de que Markson nos dice de qué ha muerto todo el mundo. Y es la
muerte en todas sus variantes lo que más acaba pesando en el libro.
Toda esta variedad de
anotaciones va componiendo un extraño
tejido que uno no sabe qué es (quizá un tratado de la naturaleza humana, se
aventura a proponer el autor en algún momento, quizá esa novela que no trata de
nada de la que hablaba al principio), pero que, sea lo que sea, no puede dejar
de leer, pues, como dice Kurt Vonegut, es un libro hipnótico.
(Por ponerle una pega a la edición:
en la traducción hay palabras que a veces chirrían, especialmente al nombrar
enfermedades, al menos en el español de España; por ejemplo, llamar a la gripe
“influenza”, o a un aula “salón de clase”, o que no sé quién murió de “plaga”.
Claro, que peor es cuando dice al volver Fray Luis a clase tras estar cinco
años en la cárcel de la Inquisición dijo: “Como estaba diciendo”. ¿Es que no
sabe la traductora lo que dijo Fray Luis en español como para tener que
traducirlo del inglés?)
David Markson Esto no es una novela (Buenos Aires: La Bestia Equilátera, 2013)
Gracias, Emilio por esta sugerente recomendación. Yo estoy leyendo su "La soledad del lector", que parece la misma línea e igualmente interesante.
ResponderEliminarUn descubrimiento literario (o dos, por fin voy a leer a Margot Glantz también) que no voy a dejar pasar. Espero con ganas el comentario de La soledad del lector.
ResponderEliminar¡¡¡Ah, Emilio Gavilanes y su fascinación por lo fragmentario y por el detalle alegórico...!!!
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