Por José Ramón Fernández de Cano
En la comedia Juan Latino (1652), Diego Ximénez Enciso presenta a un negro, docto en Humanidades, que se casa con una bella española después de haberla seducido merced a este magnífico soneto. El dramaturgo sevillano no se inventó nada, ni siquiera el soneto (que, como demostró fehacientemente el profesor Antonio Carreira, es obra del propio “Juan Latino”). Fue éste un esclavo etíope adquirido por el duque de Sessa para que sirviera a su hijo, don Gonzalo Fernández de Córdova (nieto del Gran Capitán). El niño Juan de Sessa (que, como era costumbre de la época, adoptó un nombre cristiano y el apellido de su propietario) acompañó a su joven amo en sus estudios humanísticos y aprendió tanto que se convirtió en el primer negro que obtenía el título de bachiller en España. A los treinta años, conocido ya como “Juan Latino”, fue manumitido para que pudiera dar clases de latín en la Universidad de Granada, de la que pasó, en calidad de profesor de Gramática, al Colegio Catedralicio. Enamoró, en efecto, a Ana de Carleval, de la que era preceptor y con la que se casó después de –al parecer– haber mantenido con ella ciertas relaciones menos oníricas que las de su célebre soneto. Murió, ciego y casi nonagenario, tras haber sido el primer negro en dar libros a la imprenta en España.
XXXV.- Juan de Sessa o “Juan Latino” (ca. 1518-ca. 1596)
En triste oscuridad la noche fría
y en dulce olvido el sueño me bañaba,
y entonces yo de vos no me olvidaba,
que el alma, para amaros, no dormía.
Soñaba yo, mi Anarda, que os tenía
en mis brazos: ¿quién duda que soñaba?
¡Cuán presto desperté! ¡Cuán loco estaba!,
pues ni aun por sueños vos queréis ser mía.
Con todo, yo feliz; que bien tamaño
gocé aquel rato que, si fue pequeño,
cual gloria del Amor más permanece.
En tanto, al menos que duró el engaño,
mi Anarda, yo os gocé. Si al fin fue sueño,
¿cuándo el pasado bien no lo parece?
Juan Latino, el egregio doctor de Granada, no solo fue el primer escritor de raza negra en dar a la imprenta sus obras en España, sino en todo el mundo. No solo fue admirado por su erudición, sino aceptado y aplaudido en los más selectos círculos de los intelectuales españoles. Háblese ahora del rancio racismo hispano. Me viene a la memoria un episodio de la misma época, que es el del padrastro en funciones del Lazarillo, uno de los personajes más entrañables de la novela iniciadora de la picaresca y por ende de la novela moderna. O de San Martín de Porres, que si no fue canonizado hasta muy tarde, no sería por la opinión y amor que le tuvieron todos los estratos sociales de su tiempo. La España del Siglo de Oro, siempre enigmática, contradictoria y tantas veces brillante.
ResponderEliminarMagnífica, como siempre, la aportación de José Ramón, y no menos bueno el añadido de Dativo. Discretos saludos a ambos ;-)
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