Por Luis Junco
Hace unas
semanas leí Mi tabla periódica, un
emotivo artículo de Oliver Sacks, escrito originalmente para el The New York Times, en el que el
articulista, además de una lúcida reflexión sobre el futuro de las ciencias
físicas y biológicas, declaraba que padecía un cáncer terminal que seguramente
acabaría con su vida en poco tiempo. Sentí la necesidad de leer su último
libro, On the move, una autobiografía
publicada este mismo año, que conseguí en Amazon. Y no sé muy bien por qué,
pero leí el libro de una tacada; como si hacerlo así, cuando aún Oliver Sacks
está con vida, fuera esencial para entender las claves de su pensamiento y
existencia.
Desde que
supe de él, hace ya unos cuantos años, me hice adicto a sus escritos y especialmente
me fascinó la capacidad de este hombre para hallar relaciones entre disciplinas
tan dispares de las ciencias y las letras, fundamento, a mi entender, del
conocimiento de mayor profundidad y alcance.
On the move, título de la autobiografía, procede del de un poema de Thom
Gunn, poeta británico con el que Sacks mantuvo una estrecha relación durante
toda su vida, pero también es una expresión de los moteros para referirse a su
afición por la carretera sobre sus máquinas, afición ésta que junto con la halterofilia
y la natación forman parte de la biografía de Oliver Sacks. Sobre motos de altas
cilindradas, algunas veces en compañía pero casi siempre solo, Sacks ha
recorrido miles de kilómetros de su país de origen -Gran Bretaña, a la que
siempre volvió a pesar de su habitual residencia en América-, Canadá y Estados
Unidos.
Pero además
de la narración detallada de estas aficiones, en el libro asistimos a aspectos
menos conocidos de su vida. Como, por ejemplo, el descubrimiento de su
homosexualidad -durante gran parte de su vida fuente de incomprensión y
amores no correspondidos-, que confesada sinceramente a sus progenitores,
judíos ortodoxos, nunca fue aceptada o asimilada debidamente por ellos. O la
adicción a las drogas, primero las más blandas, para ir cayendo paulatinamente
en las anfetaminas y asomarse a los delirios de la feniciclina o el llamado
"polvo de ángel", cuando ya era un reconocido neurólogo que trabajaba
en Estados Unidos. Como él mismo dice, le parecía como estar viviendo dos
naturalezas diferentes: la mayor parte del día y de la semana era el serio
señor doctor Sacks, vestido de bata blanca y que visitaba a sus pacientes; por
las noches y los fines de semana, vestido de cuero y sobre la moto, recorría
las carreteras, practicaba amores prohibidos y se atiborraba de drogas.
De esta doble
naturaleza lo salvaron su creciente interés por el estudio y descubrimiento de
los complejos mecanismos cerebrales que llevan a las enfermedades mentales y
que aquejaban a sus pacientes, con los que siempre sintió una especial afinidad
y sensibilidad -mucho de lo cual tenía que ver con la esquizofrenia que sufría
su querido hermano Michael- y, sobre todo, la necesidad y el descubrimiento de
la escritura. Me pareció como si descubriera mis pensamientos a través del acto de
escribir, en el acto de escribir.
Sus notas y reflexiones sobre la creación de sus narraciones siempre
resultan originales e iluminadoras, tanto las referentes a cómo
"domesticar" su desbordante imaginación - Me siento poseído por la densidad
de la realidad y trato de aprehenderla con una "descripción gruesa"-,
como al trazo más fino de la
escritura: A mitad de frase, me veo cada
dos por tres detenido por pensamientos tangenciales y asociaciones, y esto da
lugar a paréntesis, oraciones subordinadas, frases demasiado extensas.
Y
apasionantes resultan las descripciones de las génesis de sus obras más
conocidas: Despertares, como
resultado de su experiencia en el hospital neoyorquino de Beth Abraham con
pacientes aquejados durante años de encefalitis letárgica:
A veces
me sentía como un naturalista en una jungla tropical, en selva ancestral, en
realidad, siendo testigo de comportamientos prehistóricos, prehumanos... Eran conductas fósiles, vestigios darwinianos
de primeros tiempos sacados del limbo fisiológico por la estimulación de los
primitivos sistemas cerebrales, dañados y sensibilizados por la encefalitis en
primer lugar y ahora "despertados" por la L-dopa.
A leg to stand on, que
escribió después de romperse una pierna en Noruega cuando huía de la embestida
de un toro. O cómo su experiencia con un
profesor de música que a veces era incapaz de reconocer visualmente a la gente,
hasta el punto de confundir los parquímetros con cabezas de niños o preguntar a
los pomos de las puertas o armarios creyéndolos personas, le llevó a escribir El hombre que confundió a su esposa con un
sombrero.
Singulares resultan sus
anécdotas sobre el rodaje de Despertares,
la película protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams, sobre la
participación de los propios enfermos y el profesionalismo de aquellos dos
actores, que, según Sacks, tanto se embebieron en sus papeles, que en muchas
ocasiones sus comportamientos denotaban auténticos desarreglos mentales.
Pero el éxito y la
consideración a su imaginación y actividad creadora nunca corrió de manera
pareja según se juzgara desde las letras o desde las ciencias. En esta
autobiografía nos da cuenta con cierta amargura de cómo, al tiempo que su fama
como escritor alcanzaba el favor del gran público, sus compañeros de profesión
y la comunidad científica en general, reacios por regla general a las prácticas
que se alejan de la ortodoxia, enmudecían y retardaban el reconocimiento a las
grandes aportaciones de Sacks a la neurología y a la comprensión de importantes
pautas en el funcionamiento del cerebro humano. Hubo excepciones, desde luego.
Entre otras, él destaca las de Alexander Luria, Stephen Jay Gould, Francis
Crick y Gerald M. Edelman, quienes supieron reconocer su valía desde el primer
momento y compartieron con él una amistad de por vida.
Y en la la larga narración
de su vida, a pesar del tono por regla general optimista y agradecido con que
nos cuenta sus vicisitudes, una y otra vez acaba colándose, con tonos de
tristeza y nostalgia, la carencia quizás más importante de la existencia de
Oliver Sacks y que le ha hecho durante la mayor parte de ella un hombre
solitario: la falta de un amor correspondido. Y por eso, al final de su
relación, nos alegra saber que en los últimos tiempos, cuando las enfermedades -un melanoma en el ojo que le impide ver en
relieve, la ciática y los problemas en una rodilla- acucian y desesperan, él se
ha enamorado de nuevo, amor que es por fin compartido.
En el artículo del periódico
al que me refería al inicio de esta entrada, Mi tabla periódica, y en la que Sacks reitera su afición de niño
por los metales y minerales, "pequeños emblemas de eternidad", nos
declara su debilidad por el bismuto, un humilde metal gris que ocupa el puesto
83 de la tabla periódica, los mismos años que tal vez él no llegue a cumplir en
julio del próximo año. Y también nos dice que no hace mucho, contemplando el
cielo nocturno lejos de las luces de la ciudad, dijo a sus amigos que le
gustaría ver un cielo así, salpicado de estrellas, cuando esté muriendo. Y
seguro que Oliver Sacks lo sabe: que el bismuto y los elementos siguientes y
más pesados de su tabla periódica nacen en el corazón de esas estrellas que
ahora contempla, cuando mueren.
En fin. Solo me resta hacer
votos para que la luz de la sabiduría y el ejemplo de Oliver Sacks siga
iluminando nuestro firmamento durante años, en la confianza de que cuando dentro
de mucho mucho tiempo su estrella vuelva a morir, convertida en supernova,
derramará, con su habitual generosidad y modestia, todos los elementos de su
tabla periódica sobre los que entonces tengan la sensibilidad e inteligencia de
saber apreciarlos.
Llevaba tiempo queriendo leer el libro. Ya no me lo pierdo. Gracias, Luis.
ResponderEliminarDavid T.
Te va a gustar. Y podrás apreciar mucho mejor que yo su afición por las motos, que él describe con tanta pasión como conocimiento.
EliminarOtro libro de Oliver Sack, y divertido,o al menos asi lo recuerdo,es "Diario de Oaxaca", donde relata un viaje que emprende a Oaxaca, junto a otros aficionados,como él, al mundo de los helechos. Si, si, los helechos, de los que por lo visto no se terminan de descubrir nuevos ejemplares,siendo Oaxaca rica en ellos. No te pierdas este diario.
ResponderEliminarGracias. Pues no he leído ese diario. Me haré con él. Pero no me sorprende que esté dedicado a los helechos, pues, como ya digo en la entrada, una de las características de Oliver Sacks es su capacidad de interesarse y relacionar las cosas más variadas. Un ejemplo de esa virtud "transgresora" lo cuenta en el libro, cuando nos dice que el mismo día que suspendía lastimosamente un examen de Anatomía para acceder a la Universidad de Oxford -el clásico examen de sí o no y cosas así que nunca se le dieron bien- ganaba el prestigioso premio Theodore Williams sobre la misma materia, por su originalidad y capacidad de relacionar cosas muy diferentes.
EliminarYo también leí ese Diario de Oaxaca, pero me temo que no es tan interesante como el libro que comentas, Luis (soberbio comentario), aunque todos lo libros de un gran escritor son grandes. Gracias.
EliminarEmilio