Por Emilio Gavilanes
Trece es un buen
número para un libro de cuentos. Sin supersticiones. Trece cuentos tenían los
primeros libros de Faulkner y de Cheever (Estos
trece y Fall River,
respectivamente). Trece tiene el último libro de cuentos de Soledad Puértolas. Trece
magníficos cuentos. Seguramente esto ya se habrá resaltado muchas veces: a
pesar de que son trece cuentos independientes, el libro tiene una profunda
unidad. La pista nos la da el título del libro, que es el del último cuento.
Ese título casi valdría para cualquiera de los cuentos.
Son trece historias
de hoy, muy diversas, en las que la autora explora distintas voces (de hombre,
de mujer, en primera, en tercera persona) y distintas perspectivas (la de la
niña, la del anciano, la de la joven, la del adulto…), y que, a pesar de esta
variedad, tienen algo en común: una narración delicada, matizada, sutil, tan
conseguida que parece natural, fácil; y, sobre todo, una voz que nos habla
desde muy cerca, que nos cuenta algo íntimo, una voz que nos hipnotiza.
Llegamos a pensar que nos daría igual lo que nos contase, pues escucharíamos
con la misma atención. Y no porque lo que cuenta sea especialmente original, o
porque la historia nos intrigue. No. La atracción está en la propia voz, la voz
de alguien que nos confiesa algo que le importa mucho, nos muestra algo
esencial de sí mismo, nos revela la clave de una época. Nosotros no podemos
dejar de escuchar. No creo que haga falta aclarar que eso es muy difícil de
conseguir. Las líneas fundamentales de una vida apenas se ven mientras
transcurre. Con algunos escritores pasa que, una vez que hemos leído alguna de
sus historias, nos damos cuenta de que estamos viendo algo; y si hubiésemos asistido
al relato que podría haber hecho la vida real de esa misma historia, no
habríamos visto nada. Hacen visible lo invisible.
En estos cuentos sentimos
que se nos habla de algo distinto de lo que se nos cuenta. Que se nos habla de ciertas
cosas de manera indirecta. Y no es que lo que se nos cuenta sea simbólico (aunque
a la vez lo sea y unos símbolos resuenen en otros, algo que convierte a los
textos en estructuras complejas). Lo que se cuenta tiene sentido e interés por
sí mismo, quizá porque descubre sentimientos y emociones íntimas, que también
son nuestras; pero también nos parece que todo eso está poniendo al descubierto
un nivel de intimidad aún más profundo, que está dejando a la vista algo más
central, más esencial. Y que eso es un lugar al que se puede acceder solo de ese
modo narrativo (se podría acceder con un discurso poético o ensayístico
distinto; el narrativo solo puede ser así). Un lugar en el que están los
grandes temas, que son comunes a la poesía y a la filosofía, y que no debemos
nombrar, pues su naturaleza abstracta choca, es opuesta, a la naturaleza de la
narración, que trabaja con hechos concretos, palpables. Grandes temas de los
que el narrador solo puede hablar así, sin nombrarlos, con un discurso leve,
sin peso.
No es fácil destacar
unos cuentos sobre otros, pero a mí me resultan especialmente deslumbrantes los
de adolescencia y juventud, cuando la vida se revela, cuando aún nada ha
desmentido las grandes expectativas que se abren en esa edad. Cuentos que no solo
reconstruyen una época, sino algo más complicado: nos devuelven el aire que
había en ella. Estos fragmentos pueden ser representativos: “… como la
felicidad que te invade de pronto mientras tomas un helado la primera tarde de
calor y, en mitad de la calle abrasada por el sol, te preguntas qué pasará ese
verano, esperando algo especial, esperándolo todo”; “… y que el amor
desgarrador, todo dolor de la vida, no era nada malo, casi merecía la pena,
porque todo era belleza, todo era un maravilloso atardecer de verano”.
La autora nos
revela algunos de sus genios tutelares, Henry James, o Chejov, autores de
cuentos, llamémoslos “sin final”, o sin final sorprendente, a lo Poe. Pero ella
les da un toque muy personal. En un cuento como “Lord”, espléndido, consigue
que un final sin sorpresa nos sorprenda. Magias de la literatura.
Soledad Puértolas El fin (Barcelona: Anagrama, 2015)
Sigo a esta autora desde hace tiempo. Siempre me han gustado sus libros. Unos más que otros, lógicamente. Pero, su manera de escribir hace que me sienta atraída por cada nueva publicación. Esta también la leeré, seguro. Coincido con el reseñador.
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