En una entrevista que hace unos años hicieron al genial y
desaparecido Juan Luis Galiardo, recuerdo que venía a decir que el saludo entre
dos adultos no debería ser el habitual “Hola, qué tal estás” o “¿Cómo has
dormido esta noche”?, sino “Hola, ¿has evacuado hoy debidamente?”. Porque, para
él, la satisfacción de esta necesidad fisiológica era esencial para afrontar la vida con optimismo. Estando
de acuerdo con él, también pensé que esto nos chocaba a los occidentales porque me parecía que lo que decía Galiardo era una actitud típicamente oriental. Lo que me ha
llevado al maestro Junichiro Tanizaki y algunos de sus libros.
En la novela La vida enmascarada del señor de Musashi se nos habla sobre el refinamiento de las
damas de la aristocracia japonesa en el pasado, que hacían sus deposiciones sobre
innumerables alas de mariposa previamente amontonadas. O de aquella belleza de
la corte de Kioto cuando trató de volver loco a un pretendiente con una réplica
de sus propios excrementos modelada en semillas de clavo. Pero atendiendo a
tiempos más modernos y a una casa tradicional japonesa, en El elogio de la sombra podemos leer esta descripción de los
retretes:
Siempre
apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo
de donde nos llega un olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para
llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz
de los shôji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar
el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una
emoción imposible de describir. El maestro Sôseki, al parecer, contaba entre
los grandes placeres de la existencia el hecho de ir a obrar cada mañana,
precisando que era una satisfacción de tipo esencialmente fisiológico… En
verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los
pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar la punzante
melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones y los antiguos
poetas de haiku han debido de
encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto, no parece descabellado
pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura
japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento. Nuestros antepasados, que lo
poetizaban todo, consiguieron paradójicamente transmutar en un lugar del más
exquisito buen gusto aquel cuyo destino en la casa era el más sórdido…
No encuentro mejor manera de acabar esta breve entrada que con las palabras
de este inspirado texto y deseando, al estilo de mi admirado Juan Luis
Galiardo, que ustedes obren de la manera más satisfactoria y feliz que les sea
posible.
Con qué delicadeza se puede hablar de cualquier cosa. El Elogio de la penumbra es un libro maravilloso. Muchas gracias por la entrada, Luis. Emilio
ResponderEliminar