(En el último número de La Indiscreta hay una estupenda entrevista hecha por Ana Gavilanes a José María Merino. Aquí la reproducimos, así como un enlace para que podáis acceder a la revista.)
Es usted autor de poesía, de literatura infantil y juvenil, de narrativa,
de ensayo… En alguna ocasión ha declarado que le gusta estar constantemente
escribiendo, pero ¿tiene algún género por el que sienta debilidad?
La verdad es que no tengo un
género preferido. A veces, cuando estoy escribiendo cuentos, pues hay un cuento
que me gusta más encontrármelo que otros, ¿no? Cuando acabo un libro de cuentos
me meto con una novela. En este momento estoy con una novela, y la verdad es
que estoy tan metido en la novela que no puedo pensar casi en otra cosa. El
ensayo es diferente porque no es un trabajo que requiera, cómo diría yo,
explorar la imaginación tanto como la narrativa o como la poesía en su tiempo.
Pero yo no tengo un género preferido. Es decir, lo que sí me gusta es escribir.
Escribir es una manera de descifrar el mundo y de descifrarme un poco a mí
mismo y, bueno, yo diría que es para mí una gran terapia, aparte de todo.
Parece que en muchas ocasiones toma un paisaje para desarrollar sus
obras. Incluso tiene un ciclo titulado “Los espacios naturales”. Pero ¿cómo es
ese momento en el que usted toma un paisaje y decide que ese lugar es donde se
va a desarrollar nuevos personajes, nuevas historias…?
Yo en eso me siento heredero de
los románticos, aunque a estas alturas parezca una barbaridad decirlo, ¿no?
Creo que el paisaje, el escenario, es un personaje. Y aunque no lo consideremos
demasiado, porque en la obra correspondiente tal vez no tenga mucha
importancia, tenemos que ser tan conscientes del escenario como del tiempo. Y a
mí el escenario me interesa. Incluso hay libros míos que transcurren, uno, todo
él en una supuesta provincia de León (Cuentos
del reino secreto), otro en un supuesto barrio de Madrid (Cuentos del barrio del refugio)... Es
decir, que el escenario ha cumplido un papel dramático central. Y en un momento
determinado pensé que no estaría mal que alguno de los escenarios que a mí me
han gustado mucho en la vida, por ejemplo, una isla, como la isla de Cabrera, o
una montaña, como la montaña de León, o un río, como el río Tajo cuando nace…,
fuesen, digamos, el lugar, el ámbito físico, donde transcurre el drama. Y, por
eso, a esos libros los titulé “Los espacios naturales”, porque me proponía que
tanto la isla, como la montaña, como el río, tuviesen una importancia dramática
en el asunto, que fuesen una especie de personaje. Sin embargo, el escenario,
repito, a mí me interesa muchísimo, tanto casi como los comportamientos.
¿Siempre busca el lugar y luego surge la historia, o sucede al
contrario?
Depende del género. Por ejemplo,
yo siempre digo que el cuento lo tienes que ver desde el primer momento. Tiene
que ser una iluminación. A lo mejor, efectivamente, estoy en un lugar y tengo
la iluminación. No sé, veo subir una ardilla por un árbol y se me ocurre un
cuento que a lo mejor no tiene que ver con la ardilla, ni con el árbol. En la
novela es distinto. La novela es un viaje de exploración, ¿no? Y en ese
sentido, a veces, efectivamente, un lugar me sugiere, qué sé yo... La sima, que trata de las guerras
civiles españolas, surgió cuando empezaron a recuperar gente fusilada, o sea,
cuerpos de gente fusilada en la Guerra Civil. Vi una sima donde me dijeron que
habían arrojado no sé cuántos cadáveres, y esa sima me dio, fue el embrión de
una idea. O sea, que depende. No hay una ley exacta por la cual un lugar
determine una historia, sino que a veces la determina y a veces la encuentras
en un lugar mientras estás escribiendo la historia.
Su último gran reconocimiento, el Premio Nacional de Narrativa, ha sido
por la novela El río del Edén, que
también forma parte de ese ciclo que ha nombrado. Está ambientada en el Alto
Tajo. ¿Ahora está trabajando en otra obra inspirada en otro escenario natural o
ha cerrado ya el ciclo?
Bueno, esta vez no es un
escenario natural, y además la obra está tan empezando, tan en agraz, que todavía
no puedo profundizar mucho sobre ella. Pero en este caso lo que me ha sugerido
la idea es un libro viejo, un libro antiguo. Un libro que yo había heredado de
mi padre, del siglo XVIII, que estaba ahí desde hace muchos años en mi
biblioteca y que yo veía que ese libro guardaba un secreto, una historia.
Bueno, pues ese libro es el que en este caso me está sugiriendo la novela.
Volviendo a El río del Edén,
¿por qué decidió usted narrarlo en segunda persona, siendo una voz tan difícil,
aunque ya la había utilizado en otras obras anteriores como en Intramuros?
Ya, sí. Pues me pasó lo mismo que
en Intramuros. Intramuros está en segunda persona, pero en las contracubiertas hay
una reproducción del manuscrito, porque en ese caso yo escribí unos cuantos
capítulos a mano, y resulta que el manuscrito estaba en primera persona. O sea
que fue un cambio. Yo no me había acordado ya, fue un cambio que hice en el
ordenador, digamos. La segunda persona tiene una gracia y es que por un lado se
sigue identificando de una forma muy cercana con el personaje. Es parecida al
yo. Es como una primera persona. Y sin embargo, es una primera persona
distante. Tiene las dos cosas: ser primera persona, estar cerca, metidos en el
personaje, y al mismo tiempo estar viéndolo con cierta perspectiva, estar
también fuera. Estar dentro y fuera. Y después de darle unas cuantas vueltas,
porque estuve dándole vueltas a ver qué persona escogía, y, consciente de que
la segunda persona puede ser difícil para el lector hasta que se acostumbra, a
pesar de todo, elegí la segunda persona.
¿Cree que sus raíces leonesas y gallegas tienen importancia a la hora
de inspirarse?
Posiblemente en lo que sí han
tenido importancia es en mi formación del imaginario, ¿no? Porque, aunque yo
fui lector desde muy joven, desde muy niño, también oí muy buenas historias,
tanto en tierra gallega como en tierra leonesa, y, luego, tuve la suerte de
tener abuelos y abuelas que eran muy aficionados a contar historias. Con lo
cual yo, la verdad, es que desde mi infancia he estado muy relacionado con la
ficción, primero con la ficción oral, con los mitos, con las historias… León
está lleno de leyendas. Vas a cualquier sitio y “Pues ahí estuvo encerrado
Quevedo”, “Este es el topo que mandaron los árabes para destruir los cimientos
de la catedral”... Hay muchas leyendas. También en el mundo de mi abuela
gallega las leyendas eran infinitas, porque había algo de magia. Incluso a mí
de niño me curó alguna cosa que yo tenía una meiga. O sea, que yo estoy un poco
familiarizado con el mundo de lo ficticio y de lo legendario y seguramente eso
ha influido mucho en mi imaginación y en mi manera de ver las cosas desde esa
perspectiva.
Parece que hoy en día los lectores compran menos y que además leen
menos. ¿Cómo afecta esto a un escritor?
La verdad es que como a mí lo que
me gusta es escribir, efectivamente a uno le da rabia si su libro muere de
muerte natural, si nadie lo lee, si nadie le hace caso, pues eso es muy
frustrante. Pero yo no voy a dejar de escribir a pesar de todo. Es decir, a mí
me gusta escribir y como me realizo mucho escribiendo, pues seguiré haciéndolo.
Está pasando efectivamente, por un lado, que hay menos lectores. Sin duda, han
bajado las ventas de libros en un porcentaje altísimo. Casi en un 30%, dicen.
Luego, además, hay menos apoyo institucional a las bibliotecas, porque eso
realmente a mí me parece lo más dramático de todo: el abandono que está
teniendo el sistema educativo y las bibliotecas por parte del Estado, por parte
de la gran responsabilidad pública. Y, bueno, está irrumpiendo un nuevo modelo
de libro que se parece mucho a lo que era el libro de caballerías, el más
banal. Es decir, un libro de puro entretenimiento. Usted lo que tiene que hacer
leyendo es entretenerse, nada más. No hace falta que piense. Y, claro, esta
nueva visión de la literatura pues es muy peligrosa. Por un lado, el abandono
de lo público frente a la responsabilidad que tiene de formar lectores, y luego
la proliferación de obras dignas de todo respeto, pero que no tienen demasiada
ambición literaria. Y yo creo que estamos atravesando un momento difícil, pero
yo pienso seguir escribiendo.
¿Y cuál es su opinión sobre los libros electrónicos?
No tengo absolutamente nada en
contra. Yo soy un gran defensor de las nuevas tecnologías. Creo que el problema
está en cómo las utilizamos, es decir, el problema es un problema moral.
Nosotros utilizamos perversamente las nuevas tecnologías. Y, además, las nuevas
tecnologías crecen y se desarrollan desde una perspectiva de beneficio
económico. Bueno, pues hay que conjugar todos esos elementos. Para mí internet
es desde luego fabuloso, porque a través de internet llego a lugares increíbles
y encuentro cosas estupendas. Ahora, la mayoría de la gente no llega a ello
porque no tiene la formación suficiente o porque no le interesa. Que tengamos
ahora los móviles, la capacidad que tienen los móviles para comunicarnos con el
mundo, y que los utilicemos para unos banales whatsapp, pues no deja de ser triste, ¿no? Y sobre el libro
electrónico, yo creo que siempre que haya y exista interés por la letra
escrita, pues viva el libro electrónico. El problema es que cada vez haya menos
interés por la letra escrita. Y ahí ya entraríamos en un terreno que a mí me
parece muy dramático casi desde el punto de vista ontológico, de lo que es el
ser humano. Porque si dejamos de tener relación con la comunicación escrita,
con la ficción escrita, con la invención de ficciones, pues yo no sé a dónde
vamos.
Por último, ¿cree que alguien a quien le guste escribir debe intentar
revolucionar o innovar para tener éxito o piensa que debe seguir su instinto y
escribir lo que le inspire el momento y esperar la suerte?
Creo que en eso soy también
romántico. Creo que si escribir es un arte, el artista debe intentar comunicar,
expresarse lo mejor posible, desde luego con sabiduría, con destreza, pero no
tiene por qué ser forzosamente un innovador. Puede ser un innovador o no serlo.
Y, además, los caminos de la innovación son muy peculiares. A veces llamamos
innovación a cosas que no lo son. Desde luego, si innovar es perder relación
con la imaginación, como parece que se ve en la literatura, eso no es innovar.
Es ir atrás. A veces creemos que estamos innovando y lo que estamos es
retrocediendo.
(Podéis acceder a la versión digital del número 3 de La Indiscreta en: http://es.calameo.com/books/ 002348687e7adf0632127)
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