lunes, 24 de noviembre de 2014

Entrevista de Ana Gavilanes a José María Merino


(En el último número de La Indiscreta hay una estupenda entrevista hecha por Ana Gavilanes a José María Merino. Aquí la reproducimos, así como un enlace para que podáis acceder a la revista.)



Es usted autor de poesía, de literatura infantil y juvenil, de narrativa, de ensayo… En alguna ocasión ha declarado que le gusta estar constantemente escribiendo, pero ¿tiene algún género por el que sienta debilidad?
La verdad es que no tengo un género preferido. A veces, cuando estoy escribiendo cuentos, pues hay un cuento que me gusta más encontrármelo que otros, ¿no? Cuando acabo un libro de cuentos me meto con una novela. En este momento estoy con una novela, y la verdad es que estoy tan metido en la novela que no puedo pensar casi en otra cosa. El ensayo es diferente porque no es un trabajo que requiera, cómo diría yo, explorar la imaginación tanto como la narrativa o como la poesía en su tiempo. Pero yo no tengo un género preferido. Es decir, lo que sí me gusta es escribir. Escribir es una manera de descifrar el mundo y de descifrarme un poco a mí mismo y, bueno, yo diría que es para mí una gran terapia, aparte de todo.

Parece que en muchas ocasiones toma un paisaje para desarrollar sus obras. Incluso tiene un ciclo titulado “Los espacios naturales”. Pero ¿cómo es ese momento en el que usted toma un paisaje y decide que ese lugar es donde se va a desarrollar nuevos personajes, nuevas historias…?
Yo en eso me siento heredero de los románticos, aunque a estas alturas parezca una barbaridad decirlo, ¿no? Creo que el paisaje, el escenario, es un personaje. Y aunque no lo consideremos demasiado, porque en la obra correspondiente tal vez no tenga mucha importancia, tenemos que ser tan conscientes del escenario como del tiempo. Y a mí el escenario me interesa. Incluso hay libros míos que transcurren, uno, todo él en una supuesta provincia de León (Cuentos del reino secreto), otro en un supuesto barrio de Madrid (Cuentos del barrio del refugio)... Es decir, que el escenario ha cumplido un papel dramático central. Y en un momento determinado pensé que no estaría mal que alguno de los escenarios que a mí me han gustado mucho en la vida, por ejemplo, una isla, como la isla de Cabrera, o una montaña, como la montaña de León, o un río, como el río Tajo cuando nace…, fuesen, digamos, el lugar, el ámbito físico, donde transcurre el drama. Y, por eso, a esos libros los titulé “Los espacios naturales”, porque me proponía que tanto la isla, como la montaña, como el río, tuviesen una importancia dramática en el asunto, que fuesen una especie de personaje. Sin embargo, el escenario, repito, a mí me interesa muchísimo, tanto casi como los comportamientos.

¿Siempre busca el lugar y luego surge la historia, o sucede al contrario?
Depende del género. Por ejemplo, yo siempre digo que el cuento lo tienes que ver desde el primer momento. Tiene que ser una iluminación. A lo mejor, efectivamente, estoy en un lugar y tengo la iluminación. No sé, veo subir una ardilla por un árbol y se me ocurre un cuento que a lo mejor no tiene que ver con la ardilla, ni con el árbol. En la novela es distinto. La novela es un viaje de exploración, ¿no? Y en ese sentido, a veces, efectivamente, un lugar me sugiere, qué sé yo... La sima, que trata de las guerras civiles españolas, surgió cuando empezaron a recuperar gente fusilada, o sea, cuerpos de gente fusilada en la Guerra Civil. Vi una sima donde me dijeron que habían arrojado no sé cuántos cadáveres, y esa sima me dio, fue el embrión de una idea. O sea, que depende. No hay una ley exacta por la cual un lugar determine una historia, sino que a veces la determina y a veces la encuentras en un lugar mientras estás escribiendo la historia.


Su último gran reconocimiento, el Premio Nacional de Narrativa, ha sido por la novela El río del Edén, que también forma parte de ese ciclo que ha nombrado. Está ambientada en el Alto Tajo. ¿Ahora está trabajando en otra obra inspirada en otro escenario natural o ha cerrado ya el ciclo?
Bueno, esta vez no es un escenario natural, y además la obra está tan empezando, tan en agraz, que todavía no puedo profundizar mucho sobre ella. Pero en este caso lo que me ha sugerido la idea es un libro viejo, un libro antiguo. Un libro que yo había heredado de mi padre, del siglo XVIII, que estaba ahí desde hace muchos años en mi biblioteca y que yo veía que ese libro guardaba un secreto, una historia. Bueno, pues ese libro es el que en este caso me está sugiriendo la novela.

Volviendo a El río del Edén, ¿por qué decidió usted narrarlo en segunda persona, siendo una voz tan difícil, aunque ya la había utilizado en otras obras anteriores como en Intramuros?
Ya, sí. Pues me pasó lo mismo que en Intramuros. Intramuros está en segunda persona, pero en las contracubiertas hay una reproducción del manuscrito, porque en ese caso yo escribí unos cuantos capítulos a mano, y resulta que el manuscrito estaba en primera persona. O sea que fue un cambio. Yo no me había acordado ya, fue un cambio que hice en el ordenador, digamos. La segunda persona tiene una gracia y es que por un lado se sigue identificando de una forma muy cercana con el personaje. Es parecida al yo. Es como una primera persona. Y sin embargo, es una primera persona distante. Tiene las dos cosas: ser primera persona, estar cerca, metidos en el personaje, y al mismo tiempo estar viéndolo con cierta perspectiva, estar también fuera. Estar dentro y fuera. Y después de darle unas cuantas vueltas, porque estuve dándole vueltas a ver qué persona escogía, y, consciente de que la segunda persona puede ser difícil para el lector hasta que se acostumbra, a pesar de todo, elegí la segunda persona.

¿Cree que sus raíces leonesas y gallegas tienen importancia a la hora de inspirarse?
Posiblemente en lo que sí han tenido importancia es en mi formación del imaginario, ¿no? Porque, aunque yo fui lector desde muy joven, desde muy niño, también oí muy buenas historias, tanto en tierra gallega como en tierra leonesa, y, luego, tuve la suerte de tener abuelos y abuelas que eran muy aficionados a contar historias. Con lo cual yo, la verdad, es que desde mi infancia he estado muy relacionado con la ficción, primero con la ficción oral, con los mitos, con las historias… León está lleno de leyendas. Vas a cualquier sitio y “Pues ahí estuvo encerrado Quevedo”, “Este es el topo que mandaron los árabes para destruir los cimientos de la catedral”... Hay muchas leyendas. También en el mundo de mi abuela gallega las leyendas eran infinitas, porque había algo de magia. Incluso a mí de niño me curó alguna cosa que yo tenía una meiga. O sea, que yo estoy un poco familiarizado con el mundo de lo ficticio y de lo legendario y seguramente eso ha influido mucho en mi imaginación y en mi manera de ver las cosas desde esa perspectiva.

Parece que hoy en día los lectores compran menos y que además leen menos. ¿Cómo afecta esto a un escritor?
La verdad es que como a mí lo que me gusta es escribir, efectivamente a uno le da rabia si su libro muere de muerte natural, si nadie lo lee, si nadie le hace caso, pues eso es muy frustrante. Pero yo no voy a dejar de escribir a pesar de todo. Es decir, a mí me gusta escribir y como me realizo mucho escribiendo, pues seguiré haciéndolo. Está pasando efectivamente, por un lado, que hay menos lectores. Sin duda, han bajado las ventas de libros en un porcentaje altísimo. Casi en un 30%, dicen. Luego, además, hay menos apoyo institucional a las bibliotecas, porque eso realmente a mí me parece lo más dramático de todo: el abandono que está teniendo el sistema educativo y las bibliotecas por parte del Estado, por parte de la gran responsabilidad pública. Y, bueno, está irrumpiendo un nuevo modelo de libro que se parece mucho a lo que era el libro de caballerías, el más banal. Es decir, un libro de puro entretenimiento. Usted lo que tiene que hacer leyendo es entretenerse, nada más. No hace falta que piense. Y, claro, esta nueva visión de la literatura pues es muy peligrosa. Por un lado, el abandono de lo público frente a la responsabilidad que tiene de formar lectores, y luego la proliferación de obras dignas de todo respeto, pero que no tienen demasiada ambición literaria. Y yo creo que estamos atravesando un momento difícil, pero yo pienso seguir escribiendo.

¿Y cuál es su opinión sobre los libros electrónicos?
No tengo absolutamente nada en contra. Yo soy un gran defensor de las nuevas tecnologías. Creo que el problema está en cómo las utilizamos, es decir, el problema es un problema moral. Nosotros utilizamos perversamente las nuevas tecnologías. Y, además, las nuevas tecnologías crecen y se desarrollan desde una perspectiva de beneficio económico. Bueno, pues hay que conjugar todos esos elementos. Para mí internet es desde luego fabuloso, porque a través de internet llego a lugares increíbles y encuentro cosas estupendas. Ahora, la mayoría de la gente no llega a ello porque no tiene la formación suficiente o porque no le interesa. Que tengamos ahora los móviles, la capacidad que tienen los móviles para comunicarnos con el mundo, y que los utilicemos para unos banales whatsapp, pues no deja de ser triste, ¿no? Y sobre el libro electrónico, yo creo que siempre que haya y exista interés por la letra escrita, pues viva el libro electrónico. El problema es que cada vez haya menos interés por la letra escrita. Y ahí ya entraríamos en un terreno que a mí me parece muy dramático casi desde el punto de vista ontológico, de lo que es el ser humano. Porque si dejamos de tener relación con la comunicación escrita, con la ficción escrita, con la invención de ficciones, pues yo no sé a dónde vamos.

Por último, ¿cree que alguien a quien le guste escribir debe intentar revolucionar o innovar para tener éxito o piensa que debe seguir su instinto y escribir lo que le inspire el momento y esperar la suerte?
Creo que en eso soy también romántico. Creo que si escribir es un arte, el artista debe intentar comunicar, expresarse lo mejor posible, desde luego con sabiduría, con destreza, pero no tiene por qué ser forzosamente un innovador. Puede ser un innovador o no serlo. Y, además, los caminos de la innovación son muy peculiares. A veces llamamos innovación a cosas que no lo son. Desde luego, si innovar es perder relación con la imaginación, como parece que se ve en la literatura, eso no es innovar. Es ir atrás. A veces creemos que estamos innovando y lo que estamos es retrocediendo.

(Podéis acceder a la versión digital del número 3 de La Indiscreta en: http://es.calameo.com/books/002348687e7adf0632127)


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