La anterior edición en español se
titulaba El último judío, y un poco
así debió de sentirse el autor, pues fue uno de los 57 únicos supervivientes
del campo de exterminio de Treblinka.
El libro tiene dos partes. En la primera Rajchman cuenta su experiencia en Treblinka
desde el mismo día en que llega. Por su relato conocemos el funcionamiento del
campo (un campo exclusivamente de exterminio, no lo olvidemos). Cuando llega un
tren, se hacen dos grupos con los pasajeros: hombres por un lado, mujeres por
otro. A todos se les pide que se desnuden y que pongan su ropa en un montón (a las mujeres, además, se
les corta el pelo). Los van metiendo por grupos en cámaras de gas, después de hacerles
creer que son duchas. Una vez muertos, otros prisioneros los sacan, les
arrancan los dientes de oro y los llevan a enterrar a una fosa gigantesca. Todo
a gran velocidad. Al que se para lo golpean con furia. Algunos hombres entre
los recién llegados, los más jóvenes y sanos, son apartados para sustituir en
diferentes tareas a otros que llevan más tiempo y de los que hay que
prescindir. La ropa se clasifica (Rajchman se topará con el vestido de su
hermana) para enviarla a Alemania, donde la venderán (las mejores prendas se
apartan para los guardianes). El pelo de las mujeres también se manda. No se
sabe exactamente qué hacen con él; en todo caso, negocio, pues los nazis sacan
beneficio de todo. De pronto un día esta
“rutina” se ve alterada. Hay que desenterrar todos los cadáveres y quemarlos.
Además hay que tamizar la ceniza para apartar los trozos más gruesos, machacarlos
y pulverizarlos. No debe quedar el más mínimo resto. Rajchman ignora que los
alemanes han perdido en Stalingrado y que están retrocediendo. Temen que queden
restos de lo que están haciendo. Hay que borrar todas las pruebas. Algunos de
los judíos que participan en esta tarea se arriesgan a sabotearla y dejan
enterrados miembros descompuestos, grandes huesos, para que algún día alguien
los encuentre y llegue a averiguar lo que ocurrió.
Es muy posible que si no hubiese habido una sublevación en
el campo de Treblinka, Rajchman no hubiese sobrevivido. Una de las pocas
sublevaciones que hubo en los campos nazis, a la que Rajchman sobrevivió
gracias a la ayuda de los pocos campesinos polacos que no recurrieron a la
delación por odio o por una recompensa.
La segunda parte es un reportaje de Vasili Grossman (el
autor de Vida y destino, una de las
grandes novelas del siglo XX y de algunos de los mejores reportajes
periodísticos sobre la II
Guerra Mundial), que iba con el ejército ruso que entró en
Treblinka. Grossman hace un reportaje impecable, del que solo sobran, para mi
gusto, las repetidas alusiones al glorioso Ejército Rojo. Habla con
supervivientes, con campesinos de los alrededores, con prisioneros nazis… Todos
los testimonios confirman punto por punto lo que dice Rajchamn. Grossman completa
y amplía el relato de Rajchman y ofrece nuevos detalles sobre el funcionamiento
del campo (y que prefiero omitir aquí; es mejor leerlos directamente). Treblinka era un horno
y una fosa, un agujero negro, en el que desaparecieron miles y miles de vidas.
Hace dos cálculos: el número de personas que pudieron llegar en los trenes
durante el tiempo que estuvo activo y el número de personas que pasaban
diariamente por las cámaras de gas. Los dos cálculos dan la misma cifra: tres
millones de personas (las investigaciones posteriores han rebajado esa cifra,
pero la cantidad es lo de menos). Grossman muestra escenas, algunas con niños o
con mujeres, inhumanas, bestiales, dolorosas incluso de contar. “Dante en su
infierno no presenció semejante cuadro” dice.
Y añade una reflexión que justifica esta nota: “La mera lectura de estas
cosas es terriblemente dura. Pero que el lector me crea: no es menos duro
escribirlas. Es posible que alguien pregunte: ¿Para qué escribir, para qué
recordar todo esto? El deber del escritor es el de contar la espantosa verdad,
y el deber ciudadano del lector es conocerla. Todo aquel que vuelve la cabeza,
que cierra los ojos y pasa de largo ofende la memoria de los caídos.”
Chil
Rajchman Treblinka (Barcelona: Seix
Barral, 2014)
Creo que tienes mucha razón: Es duro de leer y, seguro, difícil de escribir. Pero la literatura quiere dar "explicación" literaria a los problemas humanos, y mientras haya crueldad humana no podemos cerrar los ojos a esa realidad. Es la misma razón por la que la literatura sigue atendiendo a la guerra civil española. Es una herida que sigue abierta.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, Luis.
ResponderEliminarEmilio