Al bueno de Castillejo lo hemos tratado siempre como al gran cascarrabias del Renacimiento español, el aguafiestas que abominó de las innovaciones importadas por Boscán y Garcilaso, para seguir cultivando y defendiendo a ultranza la poesía de metro corto que tradicionalmente se venía escribiendo en España. Su producción literaria, en efecto, refuerza esta dimensión tradicionalista y conservadora –casi diré que reaccionaria– de su estética; en cambio, su ideario, su personalidad, su modus vivendi y su propia peripecia vital nos pintan un personaje plenamente renacentista, tan simpático como contradictorio. Nacido en Ciudad Rodrigo, tomó el hábito cisterciense, lo que no le impidió mantener amoríos y algún hijo bastardo en Viena, donde ejerció como secretario de Fernando de Habsburgo, rey de Hungría, Bohemia y Romanos. Escribió ferozmente contra las mujeres, pero no se privó del trato carnal con ellas, a pesar de sus hábitos; severo y riguroso en todos sus juicios, llevó una vida disoluta y se arruinó varias veces; y aunque publicó una famosa "Reprensión contra los poetas que escriben en verso italiano", recurrió al molde métrico más italianizante, el soneto, para avergonzar a Boscán y Garcilaso –de cuyo hermano Pedro Laso fue íntimo amigo– por extranjerizar las Letras patrias.
XXII.- Cristóbal de Castillejo (1490-1550)
Garcilaso y Boscán, siendo llegados
al lugar donde están los trovadores
que en esta nuestra lengua y sus primores
fueron en este siglo señalados,
los unos a los otros alterados
se miran, demudadas las colores,
temiéndose que fuesen corredores
o espías o enemigos desmandados;
y juzgando primero por el traje,
pareciéronles ser, como debía,
gentiles españoles caballeros;
y oyéndoles hablar nuevo lenguaje,
mezclado de extranjera poesía,
con ojos los miraban de extranjeros.
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