En el libro Mito y
realidad, Mircea Eliade alude a cómo las sociedades tradicionales acudían a
la recreación y recitación de los mitos cosmogónicos y de origen como remedio
de situaciones negativas o traumáticas, en las que se equiparaba una guerra
desafortunada con una enfermedad o con la ausencia de inspiración de un poeta. Y
en cierto sentido, creo yo, eso es lo que hacen los escritores de un país
cuando recrean y escriben sobre acontecimientos que han supuesto un antes y un
después en la historia de esa colectividad.
Uno de esos acontecimientos dramáticos y casi globales
de los últimos tiempos fue sin duda la Segunda Guerra
Mundial, y con cierta prodigalidad, de una u otra forma (novelas, teatro,
poemas, ensayos) los escritores de la mayor parte de los países involucrados en
ella han hecho sus conjuros, repasado sus heridas y recontado sus muertos. Solo
hay una excepción: Alemania. Tal vez porque la barbarie nazi les ha eclipsado,
avergonzado y culpabilizado como colectivo, el pueblo alemán (y en particular
sus escritores) ha considerado como normal y hasta justo el castigo recibido y
ha preferido cerrar los ojos a las actuaciones que en su país llevaron a cabo
los del otro bando. Porque hay que decir que acciones de similar barbarie y
crueldad tuvieron lugar sobre las poblaciones alemanas por las fuerzas aliadas.
Y sin embargo, los escritores alemanes que han dado cuenta de eso casi pueden
contarse con los dedos de una mano.
De esa actitud de olvido del alemán o del
germanófilo da cuenta el escritor austriaco Thomas Bernhard, testigo del
bombardeo de Salzburgo por la aviación británica:
En mí mismo, esas horribles experiencias siguen estando tan presentes como si hubiesen ocurrido ayer, ruidos y olores están inmediatamente ahí cuando llego a esa ciudad que ha borrado su recuerdo, al parecer, hablo, cuando hablo con personas que realmente son viejos habitantes de esa ciudad y que han tenido que presenciar lo mismo que yo, son los más irritables, los más ignorantes, los más olvidadizos, es como si hablase con una única ignoración hiriente y, de hecho, hiriente para el espíritu.
Pero sobre todo es la tesis principal del libro Sobre la historia natural de la destrucción de W.G. Sebald, en la que nos cuenta el planificado bombardeo y destrucción de muchas ciudades alemanas. Como chamán narrador actúa Sebald, relatando con un detalle escalofriante el bombardeo de la ciudad de Hamburgo:
En pleno verano de 1943, durante un largo período de calor, La Royal Air Force, apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, realizó una serie de ataques contra Hamburgo. El objetivo de esa empresa, llamada “Operación Gomorrah”, era la aniquilación y reducción a cenizas más completa posible de la ciudad. En el raid de la noche del 28 de julio, que comenzó a la una de la madrugada, se descargaron diez toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la zona residencial densamente poblada al este del Elba... Y continúa con una minuciosidad que sobrecoge.
Más adelante nos
refiere al diario de otro escritor alemán, Friedrich Reck:
Hasta los territorios más exteriores del Reich fueron a parar los refugiados, en número de un millón y cuarto de personas. Con fecha 20 de agosto de 1943, Friedrich Reck informa de unos cuarenta o cincuenta fugitivos que intentaron asaltar un tren en una estación de la Alta Baviera. Al hacerlo, una maleta de cartón “cayó en el andén, se reventó y se vació de su contenido. Juguetes, un estuche de manicura, ropa interior chamuscada. Finalmente, el cadáver de un niño asado y momificado, que aquella mujer medio loca llevaba consigo como resto de un pasado pocos días antes todavía intacto”.
Un pasado que, como decía al principio, es necesario
seguir narrando, una y otra vez, recreándolo desde su origen, no con ánimos
morbosos, todo lo contrario: en el ánimo de aquellas sociedades arcaicas que
describía Eliade, la única y humana manera de curar profundas heridas.
Kurt Vonnegut habló en "Matadero 5" del bombardeo de Dresde (cerca de 30.000 muertos y toda la ciudad arrasada), cuando la guerra ya estaba decidida, puro castigo al pueblo alemán por el sufrimiento infligido a millones de europeos. Emilio
ResponderEliminarSí, en efecto, otra novela estupenda. Y fíjate que, aunque de origen alemán, Vonnegut asistió como testigo de esa destrucción siendo prisionero norteamericano. Gracias por recordarla, Emilio.
ResponderEliminarGracias a ti, Luis, por otro magnífico comentario. Emilio
EliminarUn post magnífico, Luis. He recorrido hace poco gran parte de los lugares que citas y, en verdad, el horror fue ciego, estúpido e inabarcable, casi diría que incompatible con un mínimo de racionalidad humana. Subscribo tu conclusión: hay que seguir narrándolo, siquiera a guisa de conjuro, como propone Eliade. José Ramón.
ResponderEliminarToda sociedad se fundamenta en un trauma, el de la explotación, el de la idea, en el fondo difícilmente asumible, de que siempre nos gobierna el enemigo, de que esos que se dicen nuestros compatriotas, nuestros hermanos, solo quieren chuparnos la sangre y exprimirnos. Esto es peor aún en sociedades,como la española, en que unos compatriotas, y encima bajo el paraguas de la patria, asesinan, torturan, reprimen, violan, raptan, excluyen y hacen todo tipo de horrores y vesanias a los otros, y nunca se hace justicia, no hay reparación, aunque sea simbólica.
ResponderEliminarNarrar, sí, es un modo, pero cuidado, porque no se trata de reducir lo inimaginable (el horror) a imaginable. Narrar puede ser muy apaciguador, muy mentiroso. Hay que narrar desde la perspectiva de los vencidos (que están normalmente en los dos bandos), de los que no tienen voz, de los que constituyen el inconsciente de la historia (la no historia) y de la literatura. ¿Dónde están no sólo los pobres y los vencidos sino sobre todo la perspectiva de los pobres y de los vencidos en la literatura? ¿Por qué en la literatura , y mucho más en la Historia, solo hablan los vencedores y desde la perspectiva de los vencedores? Sí, hay que sacar a la luz esas historias silenciadas e inconcebibles, pero no para reducirlas al orden de lo simbólico y lo humano, sino para atravesar la fantasía colectiva y construir una nueva.
Gracias por vuestros comentarios, amigos. Y no puedo estar más de acuerdo contigo, Juan, por lo que se refiere a que el papel de la narración puede ser apaciguadora y mentirosa, especialmente cuando se refiere a una guerra. Y me gusta lo que dices de la perspectiva de "los vencidos que normalmente están en los dos bandos". Por lo que respecta a nuestro país, sería bueno recordar de vez en cuando a esos escritores vencidos de ambos bandos, doblemente vencidos a causa de un olvido casi nunca inocente.
ResponderEliminarJuan, estoy leyendo "ayer, no más", de Trapiello. Hace hablar a los vencidos de los dos bandos. Ya te contaré. Gracias por el post y las contribuciones.
ResponderEliminarDavid T.