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Adrián Dale es un pseudónimo que utilizaba José Luis Cano en los años 40. Este libro alterna recuerdos de este Dale (sobre Emilio Prados, Salvador Rueda, Lorca –un Lorca encantador que lo invitó, junto a otros “poetillas”, a cenar una noche en el Palo-, a Dalí -recién casado, pasando la luna de miel en Torremolinos-), con meditaciones sobre lecturas y con reflexiones sobre la poesía, o sobre la neurastenia que padece...
Hace tiempo leí Los cuadernos de Velingtonia, recuerdos en torno a la figura de Vicente Aleixandre, que fue una lectura muy agradable (algún escritor del grupo de los asturianos, quizá García Martín, se reía de que cuando José Luis Cano hablaba de los amores de Aleixandre hablaba de novias. A mí me importaba un cuerno que sus enamorados fuesen hombres o mujeres. Todo el libro tenía un tono leve, delicado, nada egocéntrico, que pocas veces se encuentra en los libros de memorias). Tiene otro libro precioso, El escritor y su aventura, en el que habla de libros, españoles y extranjeros, y en el que no se cansa uno de oír esa voz que nos cuenta sus lecturas de Keats, de Shelley, de Joyce, de Azorín, de tantos otros. Un libro encantador.
En el libro que nos ocupa, precisamente los capítulos que dedica a las lecturas de Adrián Dale son una de las partes más interesantes: La montaña mágica, Retrato del artista adolescente, Los cantos de Maldoror, Kanguro (de D. H. Lawrence)... Con qué pasión, con qué intensidad habla de esos libros. Transmite el deseo de abrirlos y buscar tal pasaje.
Recuerda su infancia en Algeciras, su madre, el director de su colegio (fusilado al principio de la guerra, como todos los masones de Algeciras, muchos de ellos respetables burgueses), un amor juvenil en unas páginas preciosas que transcurren en una playa que olía “deliciosamente mal”, en un tiempo en que “no teníamos más que nuestros cuerpos”, su estancia en la cárcel durante la guerra (cuenta el caso de un joven que cuando lo llamaron para fusilarlo se cortó las venas del cuello, pero lo llevaron al hospital y al cabo de un mes estaba curado, y cuando se lo llevaban por segunda vez se tiró por una ventana y se rompió las dos piernas y estuvo otros dos meses en el hospital y cuando salió lo fusilaron; y el de un viejo médium que decía que hablaba con el espíritu de su hijo, un joven aficionado a la poesía que había muerto hacía tiempo, y que en el más allá seguía componiendo poesías que el padre se aprendía de memoria, y que, según José Luis Cano, eran buenas)...
Cuando describe su neurastenia dice que llega a dormir quince y dieciséis horas al día y que lo consigue arañando cada día unos minutos a la vigilia. (Es la técnica opuesta a la que describe Mircea Eliade en su diario de la India, cuando llega a dormir cinco horas, y menos, para dedicar más tiempo al estudio, y que tiene que suspender porque empieza a tener problemas de salud.)
José Luis Cano Los cuadernos de Adrián Dale (Madrid: Orígenes, 1991)
Muy interesante lectura y muy agradable el comentario. Muchas gracias. Salvador.
ResponderEliminarAgradezco enormemente estas reseñas en las q nos dais a conocer libros tan curiosos e interesantes como este y que, al menos yo, por mi cuenta, nunca descubriría.
ResponderEliminarMuchas gracias por esta recomendación tan rigurosa y, a la par, emotiva, Emilio. Apetece enseguida leer el libro, y más viniendo avalado por ti. Desde chaval tengo por libro de cabecera la antología del 27 que Cano publicó en "Austral Selecciones", en la que aparecían, además de los autores canónicos, otros poetas como Emilio Prados, Altolaguirre y José María Hinojosa, entonces ignorados en los libros de texto. Y también conservo como oro en paño una auténtica joya de José Luis Cano, supongo que ahora inencontrable: "Poesía española contemporánea. Las generaciones de posguerra" (Madrid: Ediciones Guadarrama, 1974). Saludos, José Ramón.
ResponderEliminar¡Hago la tesis sobre CANO! Agradezco todo tipo de información en silviaprofeliteratura@gmail.com
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