En estas memorias, en las que cuenta una vida
íntegramente dedicada al fútbol, Helenio Herrera hace un recorrido por los equipos
en los que jugó y sobre todo por los equipos a los que entrenó, y con los que
alcanzó unos éxitos que nadie antes había alcanzado. Expone su filosofía
futbolística, que recuerda la de algunos entrenadores de ahora mismo (fútbol
moderno, cada partido requiere su estrategia, el entrenador debe atraer la
atención de los medios para liberar de tensión a los jugadores, etc.). Y sobre
todo, cuenta anécdotas. Una sucesión inacabable de magníficas anécdotas. Una
vez un jugador fue a decirle que tenía 38 de fiebre y no podía jugar, y él le contestó:
“¿Treinta y ocho? Los deportistas hacen sus mejores marcas con fiebre. Ya verás
qué partido te sale”. Otra vez otro jugador le pidió permiso para retirarse
porque se encontraba mal y él le dijo: “Si estuvieses mal no jugarías tan bien
como estás jugando”. Y cada diez minutos el jugador le pedía permiso para
retirarse y él le convencía con algún nuevo argumento, y al final el jugador jugó
el partido entero. En un vuelo en el que todos iban muertos de miedo, pensando
que se iban a estrellar, por las horribles turbulencias que sacudían el avión, de
pronto gritó: “Mañana, entrenamiento a las once”, y todos se relajaron.
Helenio Herrera era hijo de andaluces
emigrados a Argentina. Cuando tenía tres años sus padres se trasladaron a
Casablanca, donde vivió hasta que se hizo jugador profesional. De aquella época
solo voy a rescatar este precioso episodio. Tenía un amigo con el que siempre
estaba jugando al fútbol. Pero a veces se enfadaban y no se hablaban. Entonces
el amigo iba cerca de su casa y botaba la pelota para que lo oyera Helenio. Helenio
lo oía y salía. No se miraban, no se hablaban. El amigo le daba una patada a la
pelota como por casualidad y la pelota iba hacia Helenio, y este hacía lo mismo,
y así se iban al campo y se tiraban la tarde jugando, pasándose el balón como
por casualidad sin hablarse y sin mirarse. Y así volvían a casa cuando
oscurecía.
Preciosa anécdota. En mi caso tengo una parecida. Durante un verano tuve en la casa de al lado un vecino más o menos de mi edad, entonces unos catorce o quince años. No sé cómo, pero empezamos a jugar al badminton antes de acostarnos a la luz de las farolas, oficiando de red la valla que separaba los jardines. Jugábamos un rato largo cada noche hasta quedar exhaustos. Nunca intercambiamos nuestros nombres, nunca salimos juntos por el pueblo. Sólo jugábamos al badmiton todas las noches y disfrutábamos de una habilidad muy igualada. Un día llegaron nuevos vecinos y no lo volví a ver.
ResponderEliminarHelenio Herrera es padrastro de Gonzalo Suárez, al que introdujo como ojeador en el mundo del fútbol. Suárez es un gran cronista futbolístico y ha vuelto a escribir de ello en El País bajo su viejo seudónimo de periodista, Martin Girard
Qué bueno, David. Es un magnífico microrrelato.
EliminarEmilio