El médico de los piratas (Ed. Siruela, 2002), de la
mejicana Carmen Boullosa, es la recreación novelada de la vida de Alexander
Olivier Exquemelin, hugonote francés que, a consecuencia de la persecución
religiosa en su país en la segunda mitad del siglo XVII, decide marcharse con
la Compañía de las Indias Francesa a América. Establecido allí en la isla de la
Tortuga, acaba convirtiéndose en el médico cirujano de uno de los principales
grupos de bucaneros y filisbusteros que pueblan esa zona por aquella época. A
su vuelta a Europa, Exquemelin publica, en 1678, Piratas de América, quizás el mejor libro que sobre los piratas del
Caribe se haya escrito.
Bajo el nombre de Smeeks (que al parecer fue el verdadero nombre de
Exquemelin), el protagonista de la novela de Carmen Boullosa nos cuenta no solo
el inicio de su trato con los bucaneros –“Luego que me vi libre”– nos dice
Exquemelin en su libro– “mas desnudo de todo humano medio ni para ganar mi triste vida,
me resolví a entrar en el inicuo orden de los piratas o salteadores del mar, a
donde fui recibido con aprobación de los superiores y del común”– sino
sus costumbres, en las que destaca el compañerismo y la fidelidad al contrato
firmado. (“Todos tienen por costumbre de buscar un camarada o compañero
–escribe Exquemelin– poniendo todo lo que poseen en beneficio recíproco, haciendo una
escritura de contrato tal como ellos acordaron.”) Y sobre todo el
arrojo y crueldad de las acciones piráticas, y en especial las de Jean-David
Nau, El Olonés, cuya vida y ominoso
final comparten protagonismo con el médico cirujano.
Dos
estupendos libros, cuya lectura, cada uno en su ámbito, hará las delicias de
los amantes de este tipo de literatura. Pero, además, la lectura comparada de
ambos, pone de manifiesto un tema central de la creación literaria: su
capacidad para recrear la vida cuando falta el documento.
El
texto de Exquemelin deja muchos “espacios vacíos” en el devenir de los
protagonistas. Rellenarlos debidamente es el trabajo del novelista, la labor de
la imaginación. Y hacerlo bien no es fácil. De todas las alternativas posibles,
hay que quedarse solo con las adecuadas. Como el buen mecánico que ante una
exhibición de varias piezas sueltas distingue las que corresponden a una
determinada maquinaria, así me parece la labor del buen narrador a este respecto.
No hay receta, pero me atrevo apuntar una debida labor de documentación –un exceso da lugar a empacho y un defecto a la falta de la
necesaria atmósfera–, una larga
digestión y sensibilidad como imprescindibles.
En
mi opinión, Carmen Boullosa lo logra con esta novela, y en alguna secuencia,
como en los orígenes de El Olonés y
ese muchacho medio muerto alimentado por sus perros, de manera magistral.
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