martes, 11 de junio de 2013

Oraciones de Vailima & Sermón de Navidad, de R. L. Stevenson


R. L. Stevenson Oraciones de Vailima & Sermón de Navidad (Rey Lear, 2011). (La traducción de Santiago R. Santerbás es la misma que la que editó hace tiempo Hiperión, una preciosa edición a la que alude Santerbás en este prólogo, en el que resalta que aquella vez no cobró nada.)


Gracias, Señor, por habernos dado un escritor con tan buen ánimo y tanta simpatía como Stevenson, del que nos hicimos amigos en los maravillosos Viajes con una burra, que nos habló al oído con voz cautivadora en sus ensayos y recuerdos y llenó nuestra imaginación con narraciones deslumbrantes. El joven que, tras pasar noches enteras tosiendo, cuando llegaba el alba se sentía agradecido por seguir con vida. Aquel hombre que decía que “quien piensa en sí mismo como una criatura que tarda mucho en morir puede caer en la tentación de suponer que su prójimo anhela fervientemente ser ahorcado”. El hombre cuyas normas de conducta eran “ser honrado, ser amable, ganar poco y gastar un poco menos, conseguir que nuestra presencia haga más feliz a nuestra familia, saber renunciar a algo cuando sea necesario y no amargarse por ello, tener pocos amigos, pero leales”. Para quien “la cordialidad y la alegría deben preceder a cualquier norma ética”.  Y que “aunque ignoremos qué es la bondad, debemos intentar ser buenos y proporcionar la felicidad a los demás”. Que nos recuerda que “el hombre está de servicio en este mundo” y que esa es la misión más elevada.
Gracias, Señor, por inspirar a ese muchacho estas bellísimas oraciones. 

1 comentario:

  1. Sí, bellísimo libro, que, como también se dice en el Prólogo, nada tiene que ver con "proselitismo confesional". Y bellísimos también -y premonitorios de su próxima muerte- los versos que escoge de su amigo, el poeta W.E. Henly, con los que acaba el Sermón de Navidad:

    ¡Será así mi partida!/Cumplido mi trabajo al fin de la jornada,/cobrado mi salario y cantando en mi pecho una alondra tardía,/ permitid que me acoja al ocaso tranquilo,/al crepúsculo espléndido y sereno,/ la Muerte.

    Gracias de nuevo, Emilio, por recordarnos a este espléndido escritor y persona de tanta dignidad.

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